[OP-ED]: ¿Quién se está acaparando el sueño americano?
Por lo que dice Richard Reeves, la clase media alta se está volviendo el flagelo de la sociedad estadounidense. Sus miembros se han atrincherado justo debajo…
Esta conclusión es completamente errónea pero contiene suficiente verdad para parece plausible. Hay que separar la realidad de la ficción.
Reeves, un investigador de Brookings Institutions, argumenta esto en un libro nuevo titulado “Dream Hoarders” (Acaparadores de sueños), es decir, el sueño americano. Con acaparar se refiere a todas las oportunidades económicas que la clase media alta supuestamente manipula para sí. Las restricciones de zonas de urbanización que segregan a la clase media alta en vecindarios económicamente homogéneos y con las mejores escuelas. Esto provee les una ventaja para entrar a universidades selectivas, lo cual lleva a mejores pasantías y empleos.
Todo esto se auto perpetúa, dice Reeves. La estructura de clases se está volviendo inmóvil. La movilidad hacia arriba es limitada. Los padres de la clase media alta están obsesionados con apoyar a sus hijos, desde ayudarlos con las tareas hasta enseñarles a andar en bicicleta. La historia parece ser tan convincente que podría volverse sabiduría convencional. Los padres son el destino. Recientemente, David Brooks, el influyente columnista del New York Times, se convenció de la mayor parte de la teoría de Reeves.
“Los padres de la clase media alta tienen los medios para pasar dos a tres veces más tiempo con sus hijos de jardín de infantes que los padres menos pudientes”, escribe. También vituperó a “los modos estructurales en que los de mayor educación manipulan el sistema” –principalmente con zonas geográficas restrictivas y admisiones más fáciles a universidades, incluyendo las preferencias por legado.
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El problema es que los hechos no encajan con la teoría. Reeves define a la clase media alta como hogares con ingresos brutos de $117.000 a $355.000, lo que representa al 20 por ciento de estadounidenses más ricos excluyendo al 1 por ciento (cuyo estatus él considera un problema aparte). Es dudoso que las familias en la parte más baja de este rango se sientan ricas. Por ejemplo, un hogar con dos maestros que ganan salarios promedios ($56.000 en 2013) apenas llega a ese límite. (Revelación: Reeves reconoce pertenecer a la clase media alta y yo también). Según los cálculos de Reeves, su clase media alta –nuevamente, un quinto de la población menos el 1 por ciento de arriba– representaba el 39 por ciento de ganancias por ingresos de 1979 a 2013, solo un poco menos que el 43 por ciento del 80 por ciento de abajo. (El 1 por ciento de arriba representa un 18 por ciento). Esta brecha creciente de ingresos es preocupante porque implica experiencias de vida completamente diferentes entre estadounidenses. Las diferencias “pueden verse en educación, estructura familiar, salud y longevidad”, escribe Reeves.
Pero estas tendencias no deseables no son ocasionadas por una oligarquía de clase media alta y rígida que acapara las oportunidades para sí misma. Contrario al argumento de Reeves –aunque incluido en su libro– hay un estudio que encontró que entre los niños nacidos del quinto por ciento más rico, solo 37 por ciento permaneció ahí como adulto. Aproximadamente dos tercios se cayeron de la clase media alta. ¿Cuánto más movilidad para abajo quiere Reeves? No lo dice.
Del mismo modo, algunas ventajas que se dice que tiene la clase media alta son más débiles de lo que se cree. ¿Acceso a las mejores escuelas? Seguro, pero eso no cubre a todos los estudiantes de la clase media alta. Reeves reporta que cerca de dos quintos del 20 por ciento más rico de familias vive cerca de escuelas que están entre las cinco mejores del estado en el que viven basándose en las calificaciones de los estudiantes. Pero eso también significa que aproximadamente tres quintos de estas familias más ricas no viven cerca de dichas escuelas. Asimismo es verdad, como nota Reeves, que la causalidad también funciona al revés: buenos estudiantes generan buenas escuelas.
Si bien las oportunidades económicas abundan, la capacidad para sacar ventaja de ellas no. Ese es nuestro verdadero problema, no el de acaparar. Reeves, reporta que menos de la mitad de los estudiantes en instituciones de estudios superiores “superan el primer año”. Del mismo modo, solo seis de diez niños criados en familias de ingresos altos tienen títulos universitarios. Si los padres están tan obsesionados con –y controlan tanto– el destino de sus hijos, ¿por qué la tasa no es nueve de diez o más alta?
La ironía de esto es que Reeves entiende la historia casi al revés. Como sociedad, no deberíamos tratar de restringir a la clase media alta sino expandirla. En general, hace lo que deberíamos querer que hiciera el resto de la sociedad. La tasa de matrimonio es la más alta, los nacimientos fuera del matrimonio son más bajos, sus niveles de educación son más altos.
En cuanto a los padres, ¿por qué hacerlos sentirse culpables por querer ayudar a sus hijos? ¿Para qué están los padres después de todo? Por supuesto, hay (y habrán) excesos y ejemplos de privilegios no merecidos, los niños mimados. La vida es complicada. Pero no culpemos a la clase media alta de las dificultades de la clase media baja y pobre. Las dos están poco conectadas, si es que están conectadas.
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