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Ilustración de Latinoamérica tomada de Pinterest
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[OP-ED]: ¿Qué carajos es la “herencia hispana”?

Empieza la celebración de la hispanidad y este periodista colombovenezolano se pregunta qué carajos es eso de la “herencia hispana”. 

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Empieza la celebración de la hispanidad y este periodista colombovenezolano se pregunta qué carajos es eso de la “herencia hispana”. 

Aunque la respuesta parece obvia, eso no significa que sea simple. Si la fiesta se refiere a la celebración de una identidad cultural, entonces lo primero que hay que decir es que hispano no es sinónimo de latino y, aunque relacionados, ninguno de los anteriores equivale a latinoamericano. 

Vamos por partes. “Hispano” es un término “made is USA”, una fórmula gringa para explicar algo que la mayoría no logra entender: el que hablemos el mismo idioma no significa que seamos la misma vaina. No todos bailamos salsa, no todos comemos tacos, no todos respondemos con euforia cada vez que algún loco con megáfono en mano grita “¡¿dónde está mi gente latinaaaaaaaaaaaa?!”.

Aquí, “hispano” tiene que ver con el habla (español) y “latino” con la geografía (Latinoamérica). Mientras en la primera categoría no entran ni brasileños ni haitianos ni beliceños, en la segunda sí. Sin embargo, todos terminamos en la misma bolsa, como si fuéramos un producto del mercado.

En ese sentido, de existir una “herencia hispana” esta tendría que ver en esencia con la lengua castellana; no solo porque con 56.6 millones de hablantes es el segundo idioma del país, también porque el español fue la primera lengua europea que se escuchó en Norteamérica, como lo que recuerda el periodista Ray Suárez en su libro Latino-Americans: The 500-year legacy that shaped a nation.

Lo segundo que hay que decir es que “latino” no es igual a latinoamericano. Y la diferencia no es tan cosmética como la perspectiva estadounidense del tema, que define como tal a quien tiene raíces allá pero vive acá.  

La cosa es más compleja. Según el historiador británico Kobena Mercer, citado por el sociólogo chileno Jorge Larraín, “la identidad es un asunto que adquiere importancia cuando algo que se ha asumido como estable es desplazado por la duda y la incertidumbre”. 

Para Larraín, la génesis de la identidad latinoamericana se ubica entonces en el periodo de la Colonización española del continente, porque fue en ese proceso histórico en el que la cultura católica y conservadora española terminó desplazando las cosmovisiones amerindias. En otras palabras, el hombre blanco europeo definió al otro (criollos, mestizos, campesinos, indios y afrodescendientes) como un ser inferior al que tenía que civilizar 

Ese proceso no terminó allí. La cosa siguió y se fragmentó con las independencias del siglo XIX, que le dieron paso a las identidades nacionales; y en el siglo XX, con las crisis económicas y políticas, los intentos de revoluciones –que permitieron el surgimiento de una narrativa popular latinoamericana– y sus consecuentes contrarrevoluciones que, con intervención estadounidense, ahogaron cualquier intento de unidad. 

Aquí, en EE.UU., la identidad del latino también ha sido definida por el blanco. Aún hoy algunos círculos sociales siguen viendo al español como una lengua de segunda clase, ligada a una concepción de una comunidad inmigrante ilegal y proveedora de mano de obra barata. 

Ese estigma ha tenido su efecto en la psiquis de los latinos del país, una cierta bipolaridad cultural en la que algunos aún se avergüenzan de su idioma materno mientras celebran algunas expresiones estereotipadas de su cultura.

La lengua oral y escrita es el vehículo de la cultura. Ojalá los meses de la herencia hispana fueran una celebración pedagógica sobre ese universo multicultural y pluriétnico que somos los latinoamericanos –los inmigrantes y los nacidos aquí–; un universo configurado en español y en inglés, con raíces prehispánicas y una proyección a convertirnos en el grupo poblacional más grande de Estados Unidos en un futuro no muy lejano.