“No hay guacamole para los anti-inmigrantes”: la experiencia de una artista callejera pintando la frontera en Arizona
Mientras el odio parece resurgir en todo el mundo, la ciudad fronteriza de Ajo lucha por la esperanza a través del arte.
Harriet Wood, artista callejera, vive en Barcelona pero viaja por todo el mundo con su trabajo. Se encontró en Arizona y decidió participar de la integración comunitaria en la frontera entre Estados Unidos y México. Organizó un crowdfunding y obtuvo en tiempo récord la financiación para viajar a Ajo y participar en el Street Art Mural Project. Allí donde los partidarios de Trump disparan a los enormes tanques de agua que la gente de Ajo deja en el desierto a los migrantes para salvar sus vidas, Wood encontró unidad, elegancia y apoyo. Cruzar la frontera abrió sus ojos, que nunca volverán a ver el mundo igual.
Oí por primera vez sobre el Ajo Street Art Project en septiembre cuando visité a un amigo en Arizona. (Siempre) Trato de llegar a la escena local de graffiti dondequiera que vaya y terminé en contacto con Michael Schwartz de Tucson Arts Brigade, que organizó una charla de mi trabajo en una galería local. (Schwartz ) Me contó sobre el proyecto en Ajo y me encantó la idea, así que desde entonces participé en reuniones en línea como parte del equipo de organizadores del proyecto. Era evidente que la financiación para el proyecto era cada vez más pequeña, y aunque sabía que no podía pagarme el viaje, tampoco quería que se gastaran una parte de la financiación del proyecto en mí. Mi única opción era crear un crowdfunding. Soy una apasionada de las actividades en las tierras fronterizas de EEUU así que esperaba que los demás vieran el valor de que participara en esto... y lo hicieron!
Creo que el arte público debe evocar una reacción positiva y por eso hice de mi mural un sutil homenaje a su ubicación. El mural es un personaje femenino grande y tranquilo que lleva un tocado. El tocado es, por supuesto, un guiño a la comunidad nativa. Ajo es en realidad el suelo nativo americano y parte de la nación Tohono O’odham. La reserva está sufriendo y está siendo empujada al aislamiento absoluto. El tocado se compone de la fauna de Arizona, criaturas y plantas que son únicas en esa parte del mundo. La mujer está descansando delante de un círculo gigante naranja-cobre que representa las famosas puestas de sol del estado, pero también la gigante mina de cobre abandonada que fue construida alrededor de Ajo.
¿Qué quería transmitir con sus murales?
El objetivo del proyecto era proporcionar a Ajo artistas para ocupar y decorar los edificios en un lugar tan único en el desierto de Sonora. La idea es que las obras de arte públicas estén en lugares significativos y relevantes como marco para un mayor diálogo nacional e internacional que promueva el compromiso social y unas artes basadas en la comunidad. Quería que este proyecto fuera una oportunidad para la interacción pública y la integración comunitaria y la conversación.
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Nunca he sido testigo de un sentido de la comunidad tan increíble como en Ajo Arizona. Ajo fue construido para ser autosuficiente, pero no sólo eso, fue construido para ser elegante y admirable, para que los trabajadores de la mina de cobre estuvieran orgullosos de su hogar. Toda la ciudad de Ajo fue construida por la enorme mina de cobre que funcionó durante más de 70 años. La mina cerró en 1985 dejando a toda la comunidad sin esperanzas. La ciudad es un brillante ejemplo de lo que podría haber sido. Para llegar allí, condujimos durante horas a través de un desierto áspero y hostil, porque este lugar está literalmente en el medio de la nada, pero está lleno de arquitectura hispano-colonial, un hospital abandonado, una vía férrea y una preciosa plaza. La sensación de unión en Ajo es muy poderosa. Cuando la mina estaba abierta, la ciudad se dividió en tres ciudades separadas y segregadas: Ajo, Indian Village y Mexican Town, con su típico racismo institucional. La comunidad estaba dividida pero la plaza siempre era el lugar donde todos se mezclaban y disfrutaban de eventos comunitarios sin importar su origen étnico o de clase.
Aprendí mucho, casi demasiado como para explicarlo en una entrevista. Pero hubo algunos momentos significativos que realmente me hicieron cuestionar algunas de las políticas y la moral básica de Estados Unidos en este momento. Los lugareños llevaban camisetas que decían “No guacamole para anti-inmigrantes” y celebrando todas las cosas mexicanas. Yo tuve mi propia experiencia cuando, mientras estaba ayudando a un amigo a cargar pintura y materiales en su coche, un hombre se acercó a nosotros y nos pidió educadamente por agua. Nunca he visto a nadie más agotado en mi vida. Rechazó el sorbo que mis amigos le ofrecieron porque dijo que necesitaba llevarle el agua a su hermano que estaba “muy enfermo” y nos dijo que era mexicano. Le sugerimos otras opciones para conseguir agua, nos agradeció y siguió su camino. El desierto es hostil, la vida silvestre mortal, el calor y las cadenas montañosas casi impenetrables, sin embargo, muchos hacen el viaje de México a Estados Unidos igual. Las tierras circundantes son un monumento a los que intentaron y sucumbieron a las peligrosas condiciones. Me han contado que los locales dejan tanques de agua en el desierto, en la ciudad y en lugares donde esperan que los que la necesiten la encuentren, pero se han convertido en blanco de los partidarios de Trump, que disparan y destruyen los tanques.
Me abrió mucho los ojos. A medida que conduces desde Tucson a Ajo y entras en la Nación Tohono O’odham, cruzas el límite fronterizo de 100 millas donde el camino está bloqueado por agentes de la Fuerza Fronteriza. Estaba lista para sacar mis papeles y mi pasaporte, cuando me dijeron que no me preocupara ¡puedes pasar libremente a México, es solo a los que intentan volver a los que revisan! Al salir de Lukeville, Arizona, entramos en Sonoyta, México, a pocos metros de distancia. Mis primeros pensamientos fueron que se trataba de una fachada, como de un recinto ferial. Había chozas a lo largo del camino, vendiendo ponchos y sombreros a turistas mezcladas con puestos que vendían camuflaje y trekking a los que querían hacer el viaje... había barriles oxidados, techos de hierro corrugado, todo estaba pintado a mano. La pobreza me impactó porque esto estaba literalmente a metros de Estados Unidos. La zona era vieja, en desuso y casi como un pueblo fantasma, con unas pocas personas sentadas fuera de sus puestos, el reggaetón que se oía desde los camiones maltratados y los perros corriendo salvajes por la carretera por la que estábamos conduciendo.
Durante la mayor parte de mi poco tiempo en México sentí una enorme sensación de privilegio - casi hasta el punto de sentirme un poco insegura, quizás un objetivo. Me sentí culpable, pero muy afortunada de poder experimentar todo lo que hice. Cada conversación que me las arreglé para tener en México fue positiva, pero la zona por la que estábamos viajando era inestable y estaba al tanto de eso. La cultura es rica y colorida y me parecía muy injusto ver que estaba financieramente abandonada. ¡Arizona fue magnífico y he hecho amistades que guardo como un verdadero tesoro!
Espero que mi trabajo sea un recordatorio de unidad y esperanza. El graffiti y el arte callejero son una pasión mundial, donde las barreras internacionales son constantemente superadas e irrelevantes incluso. Cuando artistas mexicanos, estadounidenses, de Tohono O’odham y artistas internacionales crean obras de arte como lo hicimos este año, inspiramos esperanza e instamos a las comunidades a continuar uniéndose.
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