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Las mujeres del Klan saludan a la cruz en Atlanta, Georgia, el 18 de agosto de 1937. Photo: AP
Las mujeres del Klan saludan a la cruz en Atlanta, Georgia, el 18 de agosto de 1937. Photo: AP

‘Klanswomen’, cuando el supremacismo se disfrazó de feminismo

Defendían el sufragio femenino, pero bajo los reclamos de las mujeres del Klan se escondía algo más afilado que la aguja con la que cosían sus propias capuchas.

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Hablaban con ella “como si por mi color tuviera que estar de acuerdo con sus insidias”, dijo Kathleen Blee. 

Profesora de Sociología de la Universidad de Pittsburg, Blee estuvo años viajando de una punta a otra de Estados Unidos para sacar a la luz un asunto muy espinoso, la participación de las mujeres en el Ku Klux Klan, la organización racista que desde los años 20’ del pasado siglo linchó y persiguió no únicamente a afroamericanos, sino a judíos, católicos, morenos, asiáticos, mormones, socialistas… y a todos aquellos supuestos enemigos del evangelio. 

Este es uno de los capítulos mejor “encapuchados” del Klan, que tiene que ver con la participación de las mujeres que, según Blee, fueron “el pegamento” de la organización y que oficiaban de manera pública organizando fiestas y colectas benéficas mientras actuaban de angelicales señuelos y activistas por el voto de la mujer blanca. Su papel, asegura, fue fundamental.

El descubrimiento le había llegado a esta académica por sorpresa, cuando encontró un panfleto del Klan de los años 20’ donde se defendía el sufragio femenino y se abogaba, entre otras cosas, porque las mujeres no perdieran el apellido de soltera al casarse y que se reconociera la jornada laboral de 8 horas para las amas de casa. 

A partir de ese momento, Blee se dedicó a recopilar cientos de historias y datos, acotando su búsqueda finalmente al estado de Indiana, donde vivieron en la década de 1920 alrededor de un cuarto de millón de ‘Klanswomen’.

El resultado fue  el ensayo Women of the Klan: Racism and Gender in the 1920’s, un estremecedor tratado sobre el creciente poder femenino en esta atalaya racista cuyos ecos nos remiten poderosamente al asalto del Capitolio del pasado 6 de enero. 

George Rinhart/Corbis vía Getty Images

Ampliando el radio del odio

El papel de la mujer dentro del KKK no tuvo siempre la misma importancia. Originado tras la Guerra Civil (1861-65) por el descontento con la abolición de la esclavitud negra, el Klan estaba formada en su mayoría por hombres blancos que durante cuatro años, hasta 1871, cometieron toda clase de crímenes contra los afroamericanos y establecieron consignas y ritos, en tanto las mujeres se dedicaban a coser “los uniformes” y obraban como “objetos angelicales e inocentes” que debían ser protegidos de los hombres de color.

Sin embargo, fue ya entrado el siglo XX, en 1915, cuando un fabricante judío de lápices de Atlanta, Leo Frank, fue acusado de violar y asesinar a una niña y linchado por una turba furiosa -Frank era inocente y fue absuelto de forma póstumamente en 1986-, cuando el KKK se renovó y amplió su lista de enemigos a judíos, católicos, mormones, homosexuales, socialistas… Enemigos, en suma, de todo lo que oliera a protestantismo blanco y nacionalista. 

Ahora las capuchas del Klan eran menos necesarias. Se habían reinventado y no pensaban esconderse, y también, de alguna forma ampliaron su lenguaje. 

Alguien debía compensar que los afroamericanos tuviesen derecho a voto y esas querían ser ellas.

De hecho, la escritora y estudiosa de la religión y el odio racial, Kelly J. Baker, declaró a NYT en relación con el reciente asedio al Capitolio en enero, que el fervor religioso emparenta tanto a los asaltantes del 6 de enero como al KKK, ya que se veían a ellos mismos como parte de una “guerra santa”.

“(El KKK) eran banqueros y dentistas y abogados, pastores y políticos. Se trataba de hombres y mujeres blancos. Defendían, explícitamente, la supremacía blanca y el protestantismo blanco. Podría decirse que también es un movimiento evangélico. Para ser miembro se debía ser un cristiano blanco. Tenías que apoyar el nacionalismo y el patriotismo. Animaban activamente a sus miembros a ir a la iglesia. Su lenguaje estaba definitivamente influenciado por el evangelismo, la forma de hablar de Jesucristo como su Señor y Salvador”, declaró.

Pero tras el asesinato de Frank, el papel de las mujeres del Klan cambió y tomaron un mayor poder. Se creó el Women Ku Klux Klan, una organización hermanada con la masculina.

Feminismo de doble filo

En su investigación sobre las mujeres del Klan, Kathleen Blee tuvo acceso a numerosas supervivientes que reafirmaron, para sorpresa de la estudiosa, su odio antisemita convencidas de que la blanquitud de Blee la convertía en una aliada -”los judíos están manipulando tanto a los negros como a los blancos”, le dijeron. 

Pero lo más inquietante fue cómo estas mujeres, convertidas en activistas sociales y organizadoras de actos culturales y benéficos, se habían erigido como grandes luchadoras del sufragio femenino. ¿Por qué? Alguien, le explicaron, debía compensar los votos concendidos a los negros. 

De estas formas, las reuniones sociales teñidas de activismo eran en realidad un coladero de racismo y falsas acusaciones que se extendían por la comunidad y que servían para justificar los linchamientos y otros actos delictivos que llevaban a cabo los varones. 

Famosas "sufragistas-supremacistas" como Vivian Wheatcraft se unieron más tarde a las filas del republicanismo.

Una lavada de cara en toda regla, que llegó a tener influencia más allá del sur y que contó, de acuerdo a Blee, con la membresía de hasta alrededor de 6 millones de estadounidenses quienes lo creían un “club social”. 

Una forma de reunirse para “pasarlo bien” y compartir el espíritu americano que estaba capitaneada por las mujeres del Klan, quienes desacreditaba a candidatos judíos o blancos mientras tomaban té y pastas. Y eran tanto amas de casa en buena posición como mujeres que buscaban ascender en el escalafón social -el sufragio femenino acababa de ser reconocido en 1920, aunque las mujeres afroamericanas no pudieron votar en algunos estados sureños hasta los años 60’.

Entre los nombres más destacados de estas “sufragistas” y “supremacistas”, los de Vivian Wheatcraft y Lillian Sedwick, quienes continuaron sus carreras dentro del republicanismo cuando el Klan desapareció, en 1930; o Ann Carroll, que lideró la Liga de Mujeres Votantes y también (y aunque parezca una contradicción) la Liga de la Supremacía blanca en Indianápolis. 

No hay un solo feminismo, sino muchos. Pero ninguna de esas perspectivas sobre el mundo puede tener el odio hacia al diferente, la persecución y la violencia ejercida de forma directa o indirecta como cimiento. Los feminismos son diálogo y empatía, y lucha por la igualdad desde la diversidad. 

Todo lo demás es patriarcado con peluca.