Lo que el 'Hamilton' de Lin-Manuel Miranda nos enseñó sobre el arte (y la necesidad) de revisar la historia
Criollo bastardo y uno de los padres de la nación, Alexander Hamilton nació en el Caribe un 11 de enero de 1757 pero pasó a la eternidad en Broadway.
Los billetes de 10 dólares llevan estampada su cara, pero no fue hasta 2015 cuando el personaje de Alexander Hamilton, bajo la genial mirada del polifacético Lin-Manuel Miranda, pasó a los anales del género musical. Y mucho más que eso, entró en el imaginario de adultos y niños que hoy cantan la historia a ritmo de rap.
Nacido en el Caribe (San Cristóbal y Nieves), huérfano de madre y con un padre que jamás lo reconoció, fue la juventud de Halmilton sobreviviendo en un islote a merced de un huracán y más tarde siendo enviado como migrante a Nueva York para convertirse finalmente en uno de los fundadores de la nación la que hizo que Miranda se interesase en su vida.
Porque la vida de este mestizo, con sus luces y sus sombras, es también la historia de Norteamérica, del nacimiento del sistema federal, del cual fue su ideólogo, y del modelo económico que convirtió al país en el más poderoso del mundo.
El actor y director había leído la biografía de Hamilton escrita por Ron Chernow y trabajó en el libreto durante siete añis intentando ser tan fiel a la historia como pudo, pero también aportando una perspectiva original tanto en su lectura sobre la esclavitud, como en su reparto compuesto por un elenco de actores tan diverso como nunca se había visto en Broadway.
"(Hamilton) Es brillante porque invita a los jóvenes y las personas de color a pensar en la historia de Estados Unidos como una historia que podría ser la suya propia”.
Tras estrenarse en 2015 en el Richard Rodgers Theatre, el musical no sólo consiguió un gran éxito de público que nunca lo abandonó, sino el aplauso unánime de la crítica, ganando 11 premios Tony, 1 Grammy hasta un Pulitzer.
Hasta el punto de que incluso en países como España se han estrenado tributos no al propio Hamilton, sino al musical. Convirtiéndolo en un fenómeno global cuando se estrenó este verano en Disney+.
Pero, ¿qué es lo que hace a esta obra tan excepcional y qué podemos aprender de su manera de “leer” la historia de Estados Unidos?
Lin-Manuel Miranda decidió que había a ser fiel a los hechos, pero se tomó algunas licencias interesantes, como que la raza fuera un papel secundario en la elección de los actores, según explicó en una entrevista años después del estreno: “Elegiré a los mejores raperos que pueda encontrar, sean blancos o no”. El resultado fue una paradoja colosal, que la mayoría de los protagonistas, incluyendo a los padres fundadores -que habían tenido esclavos-, fuesen actores latinos o negros.
Es decir, evitó que los prejuicios que siempre han estado en el germen del país entrasen en la obra, no así en la historia. Porque Hamilton, que condenó aunque con la boca chica la esclavitud, sufrió también por su condición de migrante y mestizo.
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Una de las principales críticas que recibió Hamilton tras su estreno fue que Lin-Manuel Miranda había exagerado los ideales abolicionista del político y escritor para transformarlo en un héroe, algo que historiadores como la profesora de Harvard Annette Gordon-Reed suscriben: “No era abolicionista. Compró y vendió esclavos para sus suegros”, escribió en The Harvard Gazette.
Si bien es cierto que el único padre fundador que aparecen en el musical abiertamente esclavista es Thomas Jefferson (Burr, Washington o Madison también tenían esclavos), Miranda plantea en el número final una tesis luminosa, algo que jamás podremos saber a tenor de la temprana muerte de Hamilton en un duelo con Burr: Si hubiera tenido el tiempo suficiente, ¿hubiera el político luchado por la abolición de la esclavitud que rechazaba?
Es “la historia de América de entonces, contada por la América de hoy en día”, dijo Miranda en el momento en llovieron tímidamente las críticas sobre algunos pasajes históricos del musical, como que Jefferson y Hamilton estuviesen en desacuerdo en todo (y no fue cierto), o que se suavizasen los aspectos más crueles o manipuladores de la personalidad de este político como su falta de fe en la democracia (Hamilton creía que un presidente debía ser poco menos que un rey absoluto).
Pero el éxito de Hamilton es inseparable de su época, tanto que no sólo evitó que el Departamento del Tesoro eliminase la cara de este padre fundador de los billetes en 2016, sino que apareció de forma fulminante en un momento de cambio hacia una presidencia llena de oscuridad: Barack Obama estaba a punto de abandonar la Casa Blanca y Trump a punto de llegar.
Hamilton también es reflejo de esa transición política desde lo mestizo hacia la América WASP.
El resultado de todo ello lo resume a la perfección el profesor de teatro e historiador de la Universidad de Princeton, Brian E. Herrera, quien señaló a NBC que la importancia de Hamilton trasciende el propio espectáculo:
“Encapsula la inclusividad y la promesa de la era Obama (…) Es brillante porque invita al público, particularmente a los jóvenes y las personas de color, a pensar en la historia de Estados Unidos como una historia que podría ser la suya propia”.
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