El problema de la secuela mediática del tiroteo en El Paso
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Hace un par de días Graciela Mochkofsky escribía un potente ensayo para el New Yorker donde hacía un llamado a defender la visibilidad Latina en Estados Unidos.
La reconocida periodista resaltaba cómo el color de la piel y el uso del español en los espacios públicos se han transformado en dos detonantes importantes para crímenes de odio en el país.
Más importante aún, Mochkofsky hacía hincapié en el miedo desencadenado por la Administración Trump dentro de la comunidad Latina.
Corriendo el riesgo de caer en lugares comunes, pareciera que la velocidad de las noticias y los hechos nos han vuelto inmunes a la dimensión del problema.
Varios reportes han advertido el peligroso aumento de crímenes de odio desde la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, donde un 11% de ellos han sido dirigidos a la comunidad hispana.
Decenas de vídeos virales en las redes han mostrado una y otra vez cómo los Latinos son víctimas de la retórica presidencial, enfrentando frecuentemente ataques bajo el eslogan “devuélvete a tu país” o “en Estados Unidos hablamos inglés”.
¿Es acaso esto nuevo?
Medios como The Guardian recuerdan la perturbadora tradición de linchamientos públicos en el sur del país durante el siglo XIX y principios del XX – la masacre de Porvenir en 1918 o la trayectoria de los Texas Rangers, por ejemplo – donde el odio se transformaba en una herramienta política para partidos que le avalan desde las trincheras de la legislación.
Hoy en día, la maquinaria publicitaria de la campaña Trump ha llevado esta violencia a nuevos niveles.
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El tiroteo en un Walmart en el Paso, donde 22 personas fallecieron a manos de un tirador con un manifiesto racista bajo el brazo, es fácilmente rastreable a través de la retórica presidencial, donde “violadores”, “traficantes” e “invasores” han sido las palabras favoritas a la hora de describir a los Hispanos en el país.
De esta manera, el índice de miedo entre la comunidad Hispana ha aumentado a niveles desproporcionados, alimentado simultáneamente por la ola de crímenes de odio y por la masificación de la información en los medios, donde los titulares echan leña al sentimiento de terror.
Cabeceras como “Se siente como estar siendo cazado” o “Es temporada de cacería de Latinos” impulsan la noción del temor en el país, aún cuando la intención de los redactores diste mucho de ello.
Pero el efecto es el mismo: los Latinos no se sienten seguros en Estados Unidos y, por ende, Donald Trump ha cumplido su cometido con la colaboración consciente o no de los medios de comunicación.
El Washington Post, por ejemplo, escribe que después de los eventos en El Paso, “las palabras tienen una resonancia particularmente ominosa: como preludio al asesinato”.
“(…)para inmigrantes, refugiados y otros que no encajan perfectamente en las ideas de algunas personas sobre cómo debería ser un estadounidense, la apariencia ha generado temores de que las palabras del presidente puedan usarse como pretexto para la violencia”, continúa.
El problema es que el poder de las palabras no sólo se reducen a la verborrea presidencial, a las publicidades de los candidatos demócratas o a manifiestos racistas.
La responsabilidad también recae sobre los medios y su manera de adaptarse a una realidad política desconocida, donde la lucha contra los fake news parece acercarnos cada vez más al recurso último del amarillismo.
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