¿Incertidumbre o nuevo plan de vida?
Estar próximo a pensionarse genera muchos interrogantes sobre lo que será la vida cotidiana después de ponerle un pare a una larga actividad laboral.
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Estar próximo a pensionarse genera muchos interrogantes sobre lo que será la vida cotidiana después de ponerle un pare a una larga actividad laboral. En este panorama, incluso, hay dos visiones. Por un lado, quienes consideran que pensionarse significa retirarse de todo, irse para la casa. Y quienes, ojalá la mayoría, consideran que no es un alto en el camino, sino la oportunidad de seguir activos pero bajo otras circunstancias y perspectivas.
El primero de los casos estuvo integrado a la sociedad como una huella indeleble por años, con efectos en la salud mental y en las relaciones familiares, porque la pensionada o el pensionado quedaban literalmente desocupados. Muy pocas empresas públicas y privadas se ocuparon de prepararlos para ese nuevo momento de la vida, imponiéndose la idea de equiparar la situación de pensionado con la condición de refugiarse en casa.
Por fortuna, los cambios generacionales y la preocupación empresarial y estatal permitieron dar un giro significativo en esa situación a partir del reconocimiento de la experiencia y el conocimiento acumulado como factor importante en el desarrollo de las economías. Visto así parece que todo cambió de la noche a la mañana. No. Pero sí la percepción sobre la utilidad social y económica de los pensionados.
A nivel macro, en América Latina hay diversos modelos pensionales, unos solidarios, otros individuales y la convivencia de las dos tendencias. Aún la discusión no está centrada en el significado y el peso que tiene el concepto de la pensión sobre el bienestar de la sociedad, sino en el sostenimiento fiscal, en la preocupación por el envejecimiento de la población y la reducción en la natalidad. Por eso, la necesidad de ampliar la edad para la jubilación en hombres y mujeres teniendo en cuenta la mayor edad en la expectativa de vida.
Pero también, algunos gobiernos buscan atender a un número significativo de adultos mayores que no lograron cotizar para su pensión o no les alcanzó para pensionarse, profundizando las condiciones de pobreza y exclusión.
Entre quienes alcanzarán a pensionarse a la edad establecida, la inquietud es si les alcanza para llevar una vida digna sin el empleo que tenían, si podrán seguir siendo útiles y si es posible que se les abran otras puertas para no quedar inactivos, sea para desarrollarse en actividades lúdicas o en aquellas que aplazaron por décadas o para sumar recursos. Esto último, en estos países, es cada vez más difícil en la medida en que la empleabilidad no es sostenible y prácticamente conseguir un trabajo digno después de los 40 se vuelve una odisea.
Más allá de las reformas pensionales, lo que sigue estando en juego es lo que ocurre con los pensionados de puertas para adentro después de desconectarse de la cotidianidad laboral, especialmente entre quienes no tuvieron la oportunidad de prepararse para asumir esta nueva circunstancia.
Está claro que la sociedad debe replantearse su posición frente al pensionado, que requiere su atención y que es más lo que suma que lo que resta por su conocimiento en la interlocución para no repetir errores del pasado en los diferentes ámbitos. Al menos desde la educación son piezas clave.
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