Toque de queda en las favelas de Río de Janeiro
“Si el gobierno no tiene capacidad para manejar esto, el crimen organizado lo hará”, el mensaje circula en las favelas de Río de Janeiro.
Poco a poco, los países latinoamericanos han ido apagando las luces y guardándose en cuarentena como un desagradable y doloroso, pero necesario, mecanismo para contener la pandemia de COVID–19.
Sin embargo, tres países han sido particularmente renuentes a tomar las medidas radicales que se necesitan para contener el avance del virus: México, Brasil y Chile. El argumento de los tres ha sido el mismo, proteger la economía. Pero la única manera de contener la pandemia es maltratando la economía. Al hacerlo, se acelera la posibilidad de que los países de concentren en su reconstrucción.
En el caso de Chile, al menos, ya se decretó la cuarentena en parte de la capital, Santiago de Chile, pero ésta sólo durará 7 días. Si se tiene en cuenta que el periodo de incubación del COVID–19 es de 14 días en promedio, una cuarentena así de corta acaba siendo un saludo a la bandera. No obstante, sólo el hecho de disminuir la interacción entre personas ya disminuye el número de posibles contagios, lo cual representa algún grado de avance.
En el caso de México, el Presidente Andrés Manuel López Obrador sigue desestimando la gravedad de la epidemia en su país e insistiendo en que no hay razón para que sus ciudadanos hagan una cuarentena. De acuerdo a un epidemiólogo consultado por el New York Times, en México todas las condiciones están dadas para que el brote de coronavirus sea tan grave o más que en Italia.
Brasil reportó el primer caso de COVID–19 del continente, al momento reporta 3.477 casos confirmados y 93 muertes y, a pesar de ello, Jair Bolsonaro, el presidente, ha desestimado las recomendaciones de los científicos con relación al coronavirus igual que lo ha hecho en el pasado respecto al cambio climático.
En sus declaraciones no solamente ha menospreciado la gravedad del COVID–19 –que ha calificado como una simple gripe– sino que ha desautorizado las medidas de cuarentena o toques de queda impuestos por gobernadores en las distintas regiones de Brasil.
Llegó al extremo, incluso, de convocar a sus seguidores a salir a las calles el 15 de marzo a protestar contra la Corte Suprema de Justicia y pedir el cierre del Congreso. Esta acción, además de poner en riesgo la salud de miles de asistentes y su círculo social, ha sido vista por varios críticos del presidente brasileño como una justa causa para la realización de un juicio político. Ya hay, por lo menos tres pedidos formales para que se haga un impeachment.
Una de las expresiones más claras y controvertidas de cómo Bolsonaro ha priorizado la economía sobre la sanidad ha sido la publicación del video “Brasil nao pode parar” (Brasil no puede parar). En él se ven imágenes con trabajaros de diversos sectores económicos y se repite una y otra vez la idea de que por el bienestar de la población, e incluso por el de los afectados por el COVID–19, es indispensable que la economía brasilera siga en movimiento y que, por lo tanto, hay que salir a trabajar.
Las voces de oposición a Bolsonaro se han hecho sentir no solamente en los sectores de gobierno y oposición, sino también en la población civil, que se ha hecho sentir a través de cacerolazos desde el confinamiento de sus casas y, más sorprendentemente aún, del crimen organizado.
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A través de mensajes de texto y redes sociales, los milicianos impusieron toque de queda en las favelas de Río de Janeiro a partir de las 20 horas del 22 de marzo.
“Queremos lo mejor para la población. Si el gobierno no tiene capacidad para manejar esto, el crimen organizado lo hará”, decía el mensaje.
Como en muchas otras zonas de América Latina, África y Asia, especialmente, en las favelas de Río de Janeiro las condiciones sanitarias dificultan las medidas de prevención de contagio más básicas: ¿cómo pedirle a la gente que se lave las manos cada tres horas si toda el agua que tienen debe destinarse exclusivamente a ser bebida?
La economía está en tensión con la contención de la pandemia de COVID–19 por una doble vía: por una parte, el distanciamiento social indispensable para evitar el contagio ralentiza la economía e rompe múltiples eslabones de la cadena productiva.
Esto, a su vez, debilita la clase media y empobrece a las clases más bajas, lo que los fuerza a salir a las calles, porque ante el hambre no hay cuarentena ni toque de queda que valga.
El que los milicianos salieran a imponer una medida sanitaria que la presidencia se ha negado a adoptar muestra un vacío de poder que contribuye a agravar aún más la situación de Brasil. En este momento el país es una olla a presión, ¿por dónde va a estallar?
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