‘Dreamers’: el origen de un sueño
Mientras el presidente Trump compromete su estatus, los Dreamers se rehúsan a quedarse callados. Aquí, un repaso a la historia de uno de los movimientos…
El martes 30 de enero de 2018, momentos antes de que el presidente Donald Trump diera su discurso de State of the Union —el informe de sus primeros doce meses de gobierno—, un grupo de jóvenes indocumentados caminaba por los corredores del Congreso para tomar su lugar en los asientos de los invitados. Deana Joseph, Esli Becerra, Adrian Escarate, eran nombres desconocidos para los presentes; pero senadores y representantes como Kamala Harris, Ron Wyden y Carlos Curbelo, conocidos por todos, decidieron que en ese día especial, los chicos tenían que estar ahí.
Desde que empezó su campaña por la presidencia, Trump utilizó a los inmigrantes como carnada para atraer votantes conservadores, enfadados, o golpeados por la crisis económica de 2009. En un discurso de exacerbación nacionalista, el inesperado candidato republicano recurrió al manido truco de poner parte de la culpa de todas las crisis —financiera, laboral, de seguridad— sobre los inmigrantes que por años, en ocasiones décadas, han vivido en el país sin documentos. Y de ellos, el grupo que mejor ha servido a Trump para el regateo político, han sido los Dreamers.
Se conoce como Dreamers a los jóvenes indocumentados que llegaron a Estados Unidos siendo menores de edad, y que han pasado la mayor parte de su vida en este país: aquí está su familia, sus amigos, su identidad. Son estadounidenses en casi todos los sentidos, excepto en papel. En el año 2001 el senador por Illinois Richard Durbin presentó ante el Congreso la iniciativa Development, Relief and Education for Alien Dreamers, DREAM Act, por sus siglas en inglés, que bajo algunos requisitos —haber llegado al país antes de los 16 años, tener menos de 30, y terminar dos años de educación superior, entre otros— regularizaría el estatus migratorio de estos chicos. El nombre, desde luego, tenía simbolismo estratégico; los posibles beneficiarios de la ley empezaron a ser conocidos como Dreamers.
Han pasado 17 años y la ley no ha sido aprobada. Durbin, hoy un hombre en sus setenta —tez blanca, pelo cano y sonrisa amable—, continúa siendo el principal impulsor de la regularización migratoria de estos jóvenes que en el sobrenombre llevan el destino: mientras desde la Casa Blanca se describe a los inmigrantes como violadores, narcotraficantes o pandilleros, la palabra “dreamer”, una connotación positiva, asociada con la identidad de Estados Unidos, resulta excepcional en el discurso político.
En los primeros días de enero, Durbin y otros veinticuatro congresistas invitaron a estos chicos al discurso del presidente Trump, para evidenciar la necesidad de regularizar el estatus migratorio de los casi dos millones de jóvenes que, como ellos, podrían ser beneficiarios del DREAM Act.
—Fue una muestra de resistencia muy importante, y creo que envió un mensaje de urgencia a otros miembros del Congreso —escribió días más tarde Karen Bahena, una joven indocumentada de San Diego, invitada por el representante Scott Peters—. Desde el balcón hice contacto visual con asistentes que llevaban stickers de mariposas como muestra de apoyo para los inmigrantes, los refugiados y los Dreamers, aunque lo que siguió fue un desagradable discurso lleno de odio [por parte de Trump].
En 2010 la posibilidad de que el sueño se convirtiera en realidad estuvo más cerca que nunca. Por quinta vez desde que Durbin presentó la iniciativa, el DREAM Act se discutía en el Congreso para someterse a votación. En ese momento ya existían en muchas universidades jóvenes agrupados en “Dream Teams”, asociaciones de estudiantes indocumentados que intercambiaban información para acceder a apoyos financieros para estudiar —los cuales les están negados a quienes carecen de un número de seguro social— y para asesorarse sobre su estatus migratorio.
Dos años antes, aprovechando el surgimiento de redes sociales como Twitter y Facebook, muchos de estos grupos se conectaron entre ellos para crear una red nacional en apoyo a la candidatura presidencial de Barack Obama, quien manifestó su apoyo rotundo al DREAM Act. A pesar de que no podían votar por no ser ciudadanos, en 2008 los jóvenes se sumaron a los llamados “ejércitos de Obama” para motivar el voto tocando puerta por puerta. La práctica les fue de gran utilidad; cuando llegó el momento del debate legislativo dos años después, usaron la red que ya tenían para hacer cabildeo político en Washington. El movimiento Dreamer había nacido.
Sin tristeza y sin rencor, me habló de sus primeros años en Estados Unidos: el crecer como cualquier otro chico, pero estar preparado para lo peor porque no tienes documentos. Me dijo que escuchaba a sus padres hablar de Veracruz, pero era incapaz de sentir ese lugar como suyo. Que vivía sintiéndose inferior, viendo a sus amigos que conducían un auto o viajaban a otros países, mientras él no tenía dinero para estudiar. Que sus padres lo apoyaban, que como pudo consiguió un empleo, pero que todos los días era una lucha para ir a la escuela.
—A veces la gente no sabe lo que es ser indocumentado —me dijo—. Nos ponen el rostro de criminales. Somos más que eso. Tengo amigos que me dicen “wetback”, espalda mojada, de broma, o me dicen “regresa a tu país”. Pero yo tengo 20 años y he vivido en Estados Unidos durante 18; éste es mi país. Si estuviera frente a los políticos, les diría: “Mírennos la cara, no somos personas sin rostro. Amamos a este país”.
Le pregunté qué pasaría con él después de su graduación.
–Veo dos escenarios: si se aprueba el DREAM Act en los siguientes meses, tengo un futuro. Es un asomo de esperanza. Si no se aprueba, tendré que luchar por mi futuro. Me va a costar más trabajo y voy a lograrlo más tarde, pero lo voy a lograr. No es un asunto de qué, sino de cuándo.
En diciembre de ese año, el DREAM Act fue aprobado por la Cámara Baja pero perdió por cinco votos en el Senado. La propuesta estaba derrotada por el resto de la administración Obama, y los chicos así lo entendieron. Si desde las instituciones de gobierno se cerraba la puerta, buscarían entrar por otro lado.
Las calles de algunas de las principales ciudades de Estados Unidos son similares: anchas avenidas que permiten la circulación ininterrumpida de cientos de miles de personas que pocas veces se detienen a mirar. Hasta que alguien los obliga.
Durante el verano de 2010, y en los meses que siguieron a la derrota del DREAM Act, Washington DC, Los Ángeles, Montgomery y Phoenix, entre muchas otras ciudades, fueron sorprendidas por grupos de activistas que bloquearon las calles y se hicieron arrestar, con riesgo de deportación, para llamar la atención de los medios y de la gente: si el gobierno no los veía, harían que el resto del país los viera.
La estrategia funcionó y, diez años después de creadas las primeras redes de Dreamers, este es sin duda el movimiento activista más importante de Estados Unidos. Sus vertientes van desde la protesta y la desobediencia, hasta el cabildeo directo; algunos grupos se centran en el acceso a la educación superior mientras otros demandan soluciones políticas. Algunos rechazan el término “dreamer” porque, dicen, crea una subcategoría para los demás inmigrantes, como sus propios padres. Hay grupos interseccionales, como los movimientos undocuqueer y undocublack, y desde Hollywood hasta el movimiento sindical se manifiesta el apoyo a estos chicos.
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Uno de los resultados del activismo Dreamer fue el programa de Acción Diferida para los llegados en la Infancia, DACA. En junio de 2012, a unos meses de la elección para su segundo término presidencial, Obama anunció esta medida que, bajo criterios similares a los del DREAM Act, otorga a los chicos un número de seguro social y un permiso de trabajo temporales, con posibilidad de renovación pero susceptible de ser revocado en cualquier momento. La medida buscaba, explicó el presidente, proteger a los jóvenes mientras el Congreso resolvía su situación de manera definitiva.
El acuerdo legislativo no llegó. Existen cerca de 800 mil beneficiarios de DACA que hoy estudian y trabajan gracias al programa, pero que con la llegada de Trump viven en zozobra: en septiembre de 2017 el presidente dijo que la medida se cancelaría en seis meses y dio un ultimátum al Congreso para aprobar un DREAM Act. En los meses siguientes Trump ha tratado de negociar el futuro de los Dreamers a cambio de fondos para seguridad fronteriza, pero un par de cortes federales han ordenado la continuidad de DACA.
En octubre de 2017, tras el anuncio de Trump, Brian de los Santos escribió su historia y fue publicada en el diario Los Angeles Times.
“Los últimos años de mi vida han estado marcados por altibajos (…) Lo que en años recientes parecía una amenaza lejana –perder mi empleo, ser enviado al país que dejé cuando era tan pequeño– de pronto se siente cercanamente real, otra vez”, menciona en un apartado.
Cuando publicó este artículo, Brian llevaba dos años trabajando como editor de la versión digital de Los Ángeles Times, el empleo de sus sueños. En su página de Facebook se puede ver una fotografía de él en la redacción, sosteniendo una página del diario enmarcada. El pie de foto dice: “Dream achieved”.
—¿Recuerdas cuando nos conocimos? —me dijo Brian en una conversación hace unos días. En los últimos años se ha convertido en un hombre de aspecto atlético y presencia agradable, capaz de liderar varios proyectos al mismo tiempo—. Entonces no sabía qué iba a pasar con mi carrera o con mi vida. Cuando DACA se anunció, pude finalmente imaginarme a mí mismo viviendo en Estados Unidos y haciendo algo con mi carrera. Me hizo sentir estable, confiar en mi experiencia profesional, en quién soy. Incluso empecé a decirle a la gente que soy queer; sentí que de alguna manera, ahora que tenía protección, podía really, really, really be myself —dice con satisfacción.
A sus 27 años, Brian ha demostrado lo que un joven talentoso puede hacer si cuenta con las herramientas. Ha trabajado en NPR y sus estaciones afiliadas, y en julio de 2015 recibió la oferta del LA Times. Es miembro de la mesa directiva de la Asociación Nacional de Periodistas Hispanos (NAHJ), y en febrero de este año aceptó un nuevo reto coordinando la estrategia digital del periódico Desert Sun, en Palm Springs.
Recordando lo que hace ocho años me dijo que pasaría si no se aprobaba el DREAM Act, le pregunto que pasará ahora si se rescinde la protección de DACA. Suelta una risa relajada.
—En septiembre, cuando Trump anunció su posición y lo que pensaba hacer, empecé a recibir mensajes de la gente: ¿Puedo hacer algo por ti? Personas que no me habían hablado en meses me buscaron. No sé qué voy a hacer, pero sé que tengo una red que me apoya y tengo confianza en esa gente. He cambiado no solo porque soy mayor, sino porque puedo ver el lugar al que voy. Eso importa.
El permiso de trabajo con el que cuenta Brian gracias a DACA vence en noviembre de 2019.
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