Retar los Límites de la Latinidad: una conversación con la Dra. Lorgia García Peña
La doctora Lorgia García Peña es una ‘rara avis’ en Harvard, donde 80 de los más de 2.000 docentes son hispanos, y solo dos son mujeres Latinas negras y de…
Desde que las luchas por los derechos civiles y estudiantiles de los 60 y los 70 llevaron a los campus el interés, por otra parte necesario, por incluir las cuestiones de raza, género y religión en sus aulas, el debate ha ido creciendo hasta conformar lo que hoy conocemos por Estudios Étnicos. Una puerta abierta a la diversidad y el respeto, un antídoto dirían algunos contra el canon blanco que aún impera en la academia, sobre todo, en lo que respecta a universidades de élite como Yale, Harvard o Stanford, que siguen sin dar a este campo el debido reconocimiento, ni siquiera a sus profesores.
Afrocaribeña nacida en la República Dominicana, la doctora Lorgia García Peña es una ‘rara avis’ en el plantel de Harvard, donde 80 de sus más de dos mil profesores son de origen hispano, pero solo dos de ellos son mujeres Latinas afrodescendientes y migrantes. Hace escasos meses, los docentes y estudiantes salieron en su defensa cuando le fue negada una titularidad que muchos calificaron de “muy merecida” y que sólo ostentan un 12% de profesores pertenecientes a minorías. La polémica evidenció que las universidades de élite no son la vanguardia social, sino el reflejo de sus desigualdades, y colocó a García Peña como el icono de una necesaria revolución en los Estudios Étnicos.
AL DÍA ha hablado con esta profesora especializada en Estudios Latinos que defiende que las fronteras a menudo se encarnan y que la única forma de luchar contra una narrativa oficial que excluye es proponer otras posibilidades, a la raza, a la colonia, al Estado; sobre todo, a la Universidad.
Yo crecí entre dos mundos, digamos; la mitad de mi niñez en Santo Domingo y la otra mitad y mi adolescencia en una ciudad pobre de Nueva Jersey, Trenton. Mis padres y mis hermanos se habían establecido allí porque la situación política y económica de República Dominicana no era buena, y buscaban oportunidades y un futuro mejor para nosotros. Lo que todos los migrantes… Abandoné el país a los 12 años y me establecí con ellos, como muchos niños, cuando hubo estabilidad.
Hubo retos, aprendimos mucho. También perdimos mucho. Pero no hubo un momento clave que marcase mi camino académico; más bien fue el viaje en sí, un viaje medio torcido desde la migración, la adolescencia en Trenton y asistir a una escuela pública de una ciudad pobre. Y, claro está, las experiencias educativas de la universidad, que fueron despertando en mí la incomodidad con los sistemas de poder que reproducen tanta exclusión.
Cuando realizaba mis estudios de máster, esas preguntas que me había hecho se convirtieron en un programa académico.
Me refería a las estructuras originales, es decir, coloniales e imperantes todavía. Las instituciones académicas, especialmente las de las élites, fueron creadas para hombres blancos ricos, para que los hijos de los colonos continuasen con el proceso colonizador en tanto las construía gente esclavizada: mis ancestros. Esa es una realidad en Estados Unidos, en República Dominicana y en muchos otros lugares de América.
Por otro lado, este modelo aún sigue. Me refiero también a que como académica que se especializa en Latino/a/x Studies pertenezco a un espacio donde mi área de estudio simplemente no existe institucionalmente porque las personas que están en el poder no quieren verla.
Mi mera presencia en estos espacios es ya suficiente para causar interrupciones a las estructuras y al estatus quo.
Desde luego, las luchas estudiantiles de los 60 y 70, sobre todo el 68, ganaron espacios increíblemente importantes en las universidades públicas. No sólo en Estados Unidos, donde fueron lugares de cambio social con las protestas contra la Guerra de Vietnam y los movimientos decoloniales y antirracistas, sino también en la UNAM, en México, y en la UASD, en Santo Domingo. Muy a pesar de que gobierno y militares reprendieran a los estudiantes de forma sangrienta.
De esa energía anticolonial y libertadora nacen los Estudios Étnicos, incluyendo los Latino Studies y los Black Studies; pero no hablaría de cambios radicales de los sistemas ni las instituciones, sino de una brecha. Una brecha que nos condujo a ciertas mejoras, a admitir a más estudiantes racializados o a la creación de más espacios de pensamiento y cultura para los estudiantes no blancos.
El asunto aquí es que estas universidades para élites no se dieron por enteradas, a pesar de que los estudiantes exigían y se organizaban, y nunca se logró un reconocimiento de los Estudios Latinos y Étnicos en estos espacios. Y seguimos esperando.
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Y amplios, porque no sólo incluyen los Black y Latino Studies sino también los Asian, Native e Islam American Studies. Como bien dices, los Ethnic Studies son un lugar crítico desde el que cuestionar y entender el mundo fuera de la hegemonía europeizante; nos devuelven un poco de aquello que nos quitaron a través de los procesos de colonización, esclavitud, segregación, migración, etc.
Si me pregunta, eso es justo lo más importante que se puede hacer desde la academia: los educadores tenemos una responsabilidad enorme en cambiar la forma en que educamos a nuestros jóvenes, y es urgente. Hay que ir descolonizando el pensamiento y dar herramientas a los estudiantes para entender y cuestionar las desigualdades que nos han conducido a terribles tragedias del mundo de hoy –desde la separación de padres e hijos en la frontera de México/U.S a los miles de muertos en el Mar Mediterráneo.
Hay que ser responsables y los Estudios Étnicos invitan a abrazar esa responsabilidad.
Yo mejor propondría “latinidades” para intentar abarcar toda la multiplicidad de experiencias como la raza, la etnia o la cultura. Ahí iniciamos la conversación, hay que verlo como el principio de un diálogo y no como una forma definitiva de identificarnos. Piense que las identidades siempre son plurales, que nadie es una sola cosa y lo mismo.
Entonces, esa fluidez es importante tenerla en cuenta a la hora de establecer el diálogo y dar espacio para que cada cual se defina a sí misma como lo considere apropiado.
Se lo preguntaba también por su idea de la “dominicanidad” y las fronteras invisibles que crean la noción de raza y la(s) identidad(es).
Yo miro la idea de fronteras de dos maneras: como un espacio físico y como un espacio encarnado, que se lleva encima. También lo entiendo como verbo: “fronterizar”.
La ‘fronterización’ es una acción que recrea la exclusión a través de narrativas dominantes que nos cuentan quién pertenece o no a la nación. Esas narrativas son sostenidas por historias o cuentos que recibimos desde los textos escolares, los símbolos patrios, los medios de comunicación y las noticias. La manera en la que la noción de nación se fue desarrollando desde el siglo XIX en todas partes ha dependido de este proceso de ‘fronterizar’, de una narrativa de exclusión.
Para toda narrativa existe una contra–narrativa. Siempre hay quien propone otra manera, quien nos recuerda otra forma de ser y de pertenecer. Ahí está la riqueza, para mí, de mirar las contra–narrativas, de proponer posibilidades y de contradecir la colonia, el estado, la universidad. Si yo tuviera que definir de manera muy simple lo que hago en mi investigación, diría que es precisamente eso: “contra–DECIR” las narrativas de exclusión que bordean y fronterizan a la gente.
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