¿Oscars o “Emilios”? El mexicano que pudo inspirar la famosa estatuilla del cine
El director y actor Emilio “El Indio” Fernández aseguraba que el musculado torso dorado que sostienen las mayores estrellas de cine era el suyo.
Hollywood no es sólo una máquina de fabricar sueños, también de leyendas. Como los once dedos de los pies de Marilyn Monroe, que Chaplin le tenía pavor a los gorros con borla o que Hitchcock era tan “creepy” con sus musas que regaló a Tippi Hedren -madre de Melanie Griffith- una muñeca para su hija metida en un ataúd.
Muchas de ellas hoy sabemos que no son ciertas, pero hay una especialmente que jamás se ha podido comprobar:
¿Está inspirada la estatuilla de los Oscars en el cuerpo musculoso y los hombros anchos del actor y director mexicano Emilio “El Indio” Fernández?
Él siempre mantuvo que sí y algunos historiadores insinúan que pudo tener razón…
Hijo de la Revolución Mexicana, Fernández comenzó trabajando como extra en las películas de Hollywood hasta granjearse un lugar como uno de los directores y actores más emblemáticos del cine mexicano. En una ocasión, se cuenta, conoció a la actriz Dolores del Río en el rodaje de la película Ramona (1928) y ella se ofreció a ayudarlo en su carrera, que apenas empezaba.
Del Río estaba casada con el diseñador de arte Cedric Gibbons, a quien le encargaron dar forma a la estatuilla en 1927 -dos años después tendría lugar la primera ceremonia de la Academia.
Gibbons estaba dándole vueltas a la figura de un caballero que sostuviera una espada y buscaba un modelo, así que Del Río sugirió a su amigo Emilio, quien según las malas lenguas tuvo que posar desnudo.
“(Emilio) Tenía un cuerpo en forma de V, hombros anchos y caderas delgadas (...). Se parece mucho a la estatuilla del Oscar”, dijo la historiadora del cine Dolores Tierney a Day 6.
Tierney cree que hay varias razones para pensar que esta historia pudo ser cierta. Sin embargo, asegura, “El Indio” también era conocido por ser un tanto fanfarrón.
"Le gusta contar la historia de que fue el modelo de la estatuilla del Oscar, pero también es un notorio mitómano, como muchos directores", dijo.
Entre algunas de sus historietas, Emilio explicaba que asesinó a su madre y al amante de ésta antes de marcharse a luchar a la Revolución Mexicana, aunque años después su madre fue descubierta viviendo tranquilamente en San Antonio, Texas.
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“El Indio” -cuyo apodo inventó Dolores del Río- también afirmó que había enseñado a bailar tango nada menos que a Rodolfo Valentino y que participó como bailarín en el rodaje de Flying Down To Rio junto a Fred Astaire y Ginger Rogers.
No obstante, en un folleto del año de inauguración de los premios se explica que la estatuilla esculpida por George Stanley es “una figura masculina idealizada de pie sobre una representación de una película cinematográfica”, y esa fue la versión que defendieron los bibliotecarios de la Academia.
Ahora bien, ¿de dónde viene el nombre de “Oscar”?
Así se tiene la costumbre de anunciar el Premio de la Academia, pero pocos ganadores pronuncian su apodo, “Oscar”, cuando salen a recogerlo. Y la controversia sobre el por qué de este nombre y las múltiples leyendas a su alrededor pueden tener mucho que ver.
Porque, ¿quién y por qué empezó a llamar a la estatuilla “Oscar”? ¿Existió un Oscar que se le pareciera?
La leyenda más extendida fue que Margaret Herrick, en aquel tiempo secretaria ejecutiva de la Academia, comentó lo mucho que la figura dorada se parecía a su “Tío Oscar” -que en realidad era su primo, Oscar Pierce.
También la actriz Bette Davis, que fue presidenta de la Academia en 1941, explicaba en su biografía que el apodo se lo puso ella porque le recordaba mucho a su primer esposo, Harmon Oscar Nelson.
Pero ellas no son las únicas que se adjudican su bautismo, ya que el periodista Sidney Sklosly dijo que fue el primero en llamarlo Oscar en sus columnas periodísticas debido a que los empleados de la Academia ya la apodaban así.
Lo curioso del caso es que tal vez todos ellos tengan razón. A fin de cuentas, decía Godard, el cine es lo que está entre el arte y la vida. Y, añadimos, el rumor...
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