Desde que fue instituido en 1988, se supone que el Mes de la Herencia Hispana es el momento oficial del año para que los latinos o hispanos del país (los que llevan mucho tiempo, los que nacieron aquí y los que siguen llegando) celebren su identidad.

Pero especialmente el mes se celebra para que la sociedad estadounidense reconozca el aporte de la comunidad hispanohablante a la nación. Sin embargo, eso no sucede siempre, ni en el país ni en Filadelfia (por lo menos no con los bombos y platillos que se merece).

Quizá es porque el Mes de la Herencia Hispana no tiene la misma fuerza y popularidad que tienen otras celebraciones étnicas, como el Mes de la Herencia Afroamericana; culturales, como la Parada Puertorriqueña o el Carnaval de Puebla; y sociales, como el Mes de la Historia de las Mujeres. 

Aquí en Filadelfia, la fiesta hispana sigue siendo una rareza entre blancos y negros, pero sobre todo entre latinos, que intuyen de qué se trata pero no tienen una participación activa.

Esto quizá se debe a la ausencia de un calendario unificado de eventos, o a la tendencia de caer en lugares comunes a la hora de definir ‘la herencia hispana”, o a la distancia geográfica, generacional y cultural entre las comunidades latinas de la ciudad, o  a la supervivencia de identidades nacionales por encima de aquello que Estados Unidos llama “latino”.

Hablar de hispanidad siempre es una conversación inacabada. La palabra “latino” siempre es seguida por una larga sombra de puntos suspensivos, porque ante todo se trata de una identidad en constante movimiento, o sea, migrante. 

Por eso, AL DÍA dedica su edición impresa del 13 al 20 de septiembre para tratar de responder desde cuatro perspectivas a la pregunta fundamental: ¿Qué es lo que se celebra durante el Mes de la Herencia Hispana? ¿Nuestra identidad? ¿Nuestra historia?

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