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Por la vida de Castro pasaron numerosísimas mujeres, pero solo una de ellas pudo apretar el gatillo y no lo hizo. Vía ABC
Por la vida de Castro pasaron numerosísimas mujeres, pero solo una de ellas pudo apretar el gatillo y no lo hizo. Vía ABC

La Mata Hari caribeña que enamoró (y casi mató) a Fidel Castro

Cualquier cosa puede ocurrir  cuando a una espía de la CIA le encargan envenenar a su primer amor…

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“¿Has venido a matarme?”, le preguntó él. Estaban el uno frente al otro, como dos mitades de lo mismo o dos fantasmas, cuando el revolucionario formuló la pregunta y a ella le tembló el pulso. “Sí”, respondió. Castro sacó la pistola, se la entregó y le dijo: “Pues haz lo que viniste a hacer, mátame”. Pero Marita Lorenz no pudo. 

Regresó a Estados Unidos con las mismas cápsulas de veneno escondidas en su maleta, su misión había fracasado pero su amor prevalecía. La espía habría de enfrentarse a la CIA, que le había encargado su asesinato por haber sido, ni más ni menos, que una de las novias de Fidel Castro. No obstante, Marita lamentó hasta su muerte el pasado año en un geriátrico de Nueva York no haberse quedado en la isla.

Esta y otras historias las contó la alemana en su autobiografía “Querido Fidel: Mi vida, mi amor, mi traición” (1993), una larga carta a quien siempre consideró el primer amor de su vida.

Lorenz y Castro se habían conocido por primera vez en La Habana en 1959. Ella tenía 19 años, había llegado con su familia abordo de un lujoso barco, el Berlin IV, del que su padre era el capitán. Mientras estaban atracados en el puerto, recordaba, el revolucionario de 33 años se acercó fumando su mítico puro y ella le ofreció visitar el buque.

“Me preguntó dónde estaba mi camarote. Una vez allí, tras abrir la puerta, me empujó al interior, me atrajo hacia sí y me abrazó. Ese fue mi primer beso con un hombre”, explicaba Marita en una entrevista a Paris Match.

“Me lo sacaron de la barriga”, Lorenz acusó a la CIA de hacerle creer que había perdido al hijo que esperaba con Fidel Castro.

Él le pidió su teléfono en Nueva York, donde Lorenz residía desde que terminó la Segunda Guerra Mundial. La rubia y dura alemana había pasado la infancia presa en un campo de concentración nazi, acusado su padre de espionaje, y al terminar la guerra la familia huyó a Estados Unidos y sus padres empezaron a trabajar para la CIA. Lo que no esperaba la joven fue que Fidel la llamase y más que eso, que le rogase volver a verla, en La Habana.

El siguiente encuentro se produjo un 20 de mayo. Desde una suite del Hilton, Marita escribió a su madre: “Estoy bien, tengo todo y soy feliz”. Fidel estaba en Sierra Madre, añadió. Regresaría por la noche. Al despertar, encontró la habitación inundada de flores. 

Fueron siete meses felices en Cuba. Convertida en su amante, Lorenz trabajaba como secretaria del líder revolucionario. No obstante, un extraño y horripilante suceso hizo que ella diera por terminada la relación y regresase a Nueva York…

El hijo “desaparecido” de Fidel

Un buen día unos comandos, presuntamente de la CIA, secuestraron y drogaron a la joven amante. Al despertar, le dijeron que había abortado al hijo que esperaba de Fidel. “Me lo sacaron de la barriga”, recordaba. Pero el niño sí nació, se llama Andrés Vázquez, y se quedó a vivir en Cuba con su padre. Ella solo se reencontró con él en 1981. 

Antes de ese tiempo, ocurrieron muchas más cosas…

“Quien sobrevivió a Bergen-Belsen puede trabajar para la CIA”, le repetía Frank Sturgis, un agente a quien el líder cubano reconocía como el más peligroso espía norteamericano, quien la reclutó y fue entrenada para matar a Castro. Según unos documentos en propiedad del FBI, tanto la Agencia de Inteligencia como la mafia estadounidense, que aspiraba a quedarse con el control del juego en la isla, creían ver en Marita Lorenz su arma secreta. Incluso puede que ella también lo pensase. ¿Por qué aceptó, por despecho? ¿O tal vez no tuvo otro remedio? 

Ese invierno de 1960 todo estaba apunto. El veneno escondido entre su equipaje, la sonrisa impostada. “Hola, Fidel”. “¿Qué tal, Fidel? Cuánto tiempo…”. Pero no midió sus fuerzas. “¿Vas a matarme?”, le preguntó. “¡Hazlo!”. No fue ella quien le traicionó a él, fue su corazón el que la traicionó a ella. 

“Me odiaban, me culpaban”, explicó la anciana años antes de morir sobre la reacción que tuvo la CIA al enterarse de que Castro seguía vivo. 

Luego de eso, Marita siguió trabajando como espía. Volvió a enamorarse del entonces presidente de Venezuela, Marco Pérez Jiménez, con quien tuvo una hija para más tarde ser abandonadas ambas en la selva. También se enfrentó a la propia CIA como testigo de la implicación de la Agencia de Inteligencia en el asesinato de JFK, pero sobre ella recayó el sanbenito, de ser una apasionada de las conspiraciones. 

“Supongo que soy dura”, suspiraba poco antes de su muerte. 

Marita Lorenz falleció de un fallo cardiaco a los 80 años. Algunos dicen llanamente que “se le paró el corazón”.