El luchador de wrestling que entrenó a Castro y el Che para la Revolución cubana
Llaves, técnicas para inmovilizar al enemigo y durísimas caminatas por el bosque: el legendario luchador Arsacio “Kid” Vanegas fue el “sensei” de la revolución
Como cada mañana, el grupo de jóvenes alumnos corría por la avenida Insurgentes de Ciudad de México. Los músculos tensos, la camiseta empapada en sudor por el intenso calor de julio, se preparaban para el “gran momento”. Entre ellos, dos hombres que la historia iba a recordar como los artífices de la Revolución en Cuba: Fidel Castro y Ernesto Che Guevara. A algunos metros de ellos, fingiendo practicar jogging, los servicio secretos de Batista, los seguían; les olía raro aquel extraño grupo de gimnastas, y con razón, todos ellos, sin excepción, pertenecían al Movimiento 26 de Julio, que soñaba con hacerse con el poder en Cuba.
Fue en 1955. Faltaba aún un año para ese “gran momento”. Iban ajustados de tiempo, habían llegado a México para entrenarse con el más grande, Arsacio “Kid” Vanegas, un legendario púgil de lucha libre mexicana cuyo abuelo fue impresor de panfletos independentistas cubanos e incluso conoció al libertador José Martí.
Vanegas nieto también tenía una imprenta; tras los durísimos entrenamientos en México, Castro aprovechó las instalaciones para imprimir su primer manifiesto que envía luego a Cuba y bonos que vendería a Estados Unidos.
Salían al amanecer y se entrenaban en los cerros con pruebas físicas durísimas, que incluían la práctica de remo y tiro y el levantamiento de pesos.
Parecían simples chicos del gimnasio Bucareli, fuertes como robles, pero el entrenamiento de estos hombres es totalmente militar: caminatas por el bosque de Chapultepec, prácticas de remo y de tiro en Los Gamitos, levantamiento de pesos. Incluso Vanegas les enseñó trucos del wrestling para inmovilizar a los enemigos.
En la colonia Morelos, en la calle Penitenciaría número 27, se estaba armando una rebelión que iba a noquear todo un sistema y a un tirano, se decían. Vanegas se lo tomaba tan en serio que le maldecían los huesos: salir al amanecer, empezar con las pruebas físicas, en los cerros de Chiquihuite y el Ajusto, para cuando estos intrépidos “salvadores” tengan que atravesar la sierra cubana.
Había más de un púgil enseñando al Che y a Fidel a poner a sus enemigos contra las cuerdas. También el gran Avelino Palomo, aka “Kid Medrano”, se alió con la guerrilla. A Medrano lo trajo el Che, se conocieron de cuando Ernesto Guevara, en calidad de doctor, le curó una afección de garganta y se hicieron amigos -pasados los años, el luchador aún conservaba la receta que le extendió como si fuera un trofeo.
Estuvieron en México alrededor de un año. Todos los insurgentes vivían en casa de Vanegas y, para disimular, se integraron en las dinámicas de la ciudad. El Che trabajaba como médico; Fidel, en cambio, se hizo pasar por pitcher de un equipo local.
Castro se presentó a las pruebas del equipo de béisbol los Rojos de Minatitlán con el nombre de “Raúl Puig”. Era fuerte y rápido, tenía “buen estilo para lanzar y nada más”, dijo de él la prensa en el único partido que tal vez jugó y en el que, al parecer, no destacó como pitcher.
Cuentan que un día el entrenador de Fidel-Raúl, Mario García Domingo, fue a verle a su habitación del Hotel del Trópico y encontró la habitación cubierta de panfletos y a Fidel escribiendo a máquina más manifiestos y más consignas. Entonces, el que sería líder de Cuba se confesó con su míster; le dijo lo que se proponían y le pidió silencio.
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Habían pasado cuatro años del golpe de Estado de Batista en Cuba que impuso una fuerte dictadura militar y elecciones amañadas. Fidel, que ya había estado preso 22 meses en la isla antes de recalar en México con sus guerrilleros, tomó rumbo de vuelta a la patria que quería libre. Fue un 25 de noviembre de 1956, cuando el equipo zarpó de Tuxpan, en Veracruz, a bordo del Granma con 82 combatientes del Movimiento 26 de Julio entrenados por Venegas. Entre ellos, el Che, que se les había unido en México.
Tras una travesía dura de siete días consiguieron encallar en los manglares de Playa Las Coloradas, en las costas orientales de Cuba. Lo hacían un par de días más tarde de lo previsto y eso impidió la buena coordinación con los insurgentes de Frank País, que les esperaba en la isla.
"Vanegas fue un firme y leal colaborador del grupo de revolucionarios cubanos que en México nos dimos a la difícil tarea de preparar la etapa definitiva de la lucha por la libertad de nuestra patria", Fidel Castro
El ejército de Batista tenía 80.000 hombres; ellos vagaban dispersos y perseguidos hasta lograr internarse en la Sierra Maestra. Habían caído ya 20 revolucionarios y morirían muchos más en los siguientes años. También presos políticos; en el transcurso de la guerra los de Batista los sacaban de prisión y los mandaban ejecutar. Fidel, por su parte, siempre mantuvo que el Movimiento del 26 de Julio jamás asesinó a un prisionero y el NYT lo confirmó.
En enero de 1959 se obró el final de la revolución. Vanegas, desde su gimnasio en Ciudad de México, saltó de alegría. Un largo combate, con tantos asaltos como años pasaron los guerrilleros en la sierra.
Cuentan que al morir el mítico púgil, en 2001, aún conservaba la camiseta sudada de Fidel y una mochila que utilizaba el Che en sus caminatas por el volcán Popocatépetl. A su muerte, Castro envió unas flores y una carta a la viuda:
República de Cuba, Presidente del Consejo de Estado y de Gobierno.
La Habana, 27 de septiembre de 2001. A los familiares de Arsacio Vanegas Arroyo. México, D. F.
“He conocido con profundo pesar la noticia del fallecimiento de Arsacio Vanegas, y deseo hacerles llegar mi más sincero sentimiento de condolencia. Vanegas fue un firme y leal colaborador del grupo de revolucionarios cubanos que en México nos dimos a la difícil tarea de preparar la etapa definitiva de la lucha por la libertad de nuestra patria. Los múltiples y muy valiosos servicios que, con el más absoluto desinterés y con plena identificación con la causa de la Revolución cubana, prestó durante los largos meses de preparación de la expedición del Granma, lo hicieron acreedor de nuestra perenne gratitud y del reconocimiento de todo el pueblo cubano, que siempre lo consideró como uno de sus hijos y como otro de sus combatientes. Reciban ustedes el testimonio de mi más sentida pena y mi mayor aprecio”.
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