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Photo: Naguero Digital.
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Black History Month: El machete de Mamá Tingó

Su indignación convirtió a esta campesina dominicana en la líder de una revolución cuyo legado sigue hoy.

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Ubicado en el este de Santo Domingo, en República Dominicana, el Hato Viejo tiene algunas peculiaridades que parecen casi de novela: Es el lugar donde se produce más caña de azúcar en toda la isla y también la sede de la federación de esquiadores dominicanos; y su fundador, Juan Concepción, además de “plantar” iglesias, profetizó que aquella comunidad donde sólo crecían cañas un poco abandonadas iba a convertirse en un pilar de desarrollo.

Ocurrió a mitad del siglo XIX, y durante generaciones los nacidos en el Hato trabajaron estas tierras y comieron del fruto de su trabajo. Incluso en la larga y terrible dictadura de Trujillo, los más de tres centenares de familias del lugar, en su mayoría pobres que a duras penas tenían sus granjas para ganarse la vida, presumían al menos de una parcela de terreno.

Pero en torno a 1974, durante el gobierno de Balaguer, un rico terrateniente, Pablo Díaz Hernández, llegó al Hato Viejo con su canción y reclamando para sí las tierras que durante más de medio siglo habían cultivado los campesinos tras la profecía de Concepción. 

Díaz decía que las había comprado y que eran suyas, así que los agricultores no sólo iban a perder sus casas sino sus herencias, y su modo de vida.

Entre ellos, Florinda Soriano, una campesina que junto a su esposo Felipe había hecho del Hato su modo de vida, y que no estaba dispuesta a que un rico se llevase por las buenas el fruto de su trabajo. Ni el suyo, pensó Soriano, ni el de sus vecinos. 

Florinda, a quien se la conoció como Mamá Tingó, no era una persona letrada, pero tenía dignidad, y además pertenecía a la Federación de Ligas Agrarias Cristianas. A sus 53 años, se erigió como cabecilla de los campesinos del Hato Viejo haciendo suyo un lema que un tiempo antes escuchamos de los labios del también revolucionario Emiliano Zapata: La tierra, sí, es de quien la trabaja. Nadie iba a acaparar de forma ilegítima sus hogares y su sustento.

Primero, Mamá Tingó trató de acudir a los funcionarios del gobierno para que sus protestas fueran escuchadas -no sólo les arrancaban la tierra, lo hacían con violencia.  También intentó recomprar su propia parcela junto a su marido.

Pero los funcionarios no querían escuchar a una mujer pobre y negra, así que Tingó comenzó a organizar a las familias para enfrentarse al terrateniente y sus testaferros, y a crear una red de ayuda mutua para hacer frente a la violencia y el reparto de cosechas. 

No fue sencillo, los hombres de Díaz Hernández provocaban incendios para destruir los cultivos y traían tanques y excavadoras, y se produjeron durísimos enfrentamientos. Finalmente, el gobierno escuchó los reclamos de Mamá Tingó como líder de esta revolución y el hacendado fue llevado a los tribunales. 

Sin embargo, lo que podía haberse convertido en un momento histórico acabó de forma trágica por culpa de un engaño: 

El día que se celebraba la vista y Mamá Tingó iba a estar allí testificando contra el especulador, alguien le dijo que sus cerdos se habían escapado y cuando la activista regresó a su parcela fue baleada por hombres enviados por Díaz Hernández. Armada con su machete, trató de defenderse pero las heridas eran demasiado graves y murió allí, en el lugar por el que tanto peleó.

El pasado noviembre se cumplieron 46 años de su fallecimiento, pero su historia y su figura aún se recuerdan en República Dominicana y especialmente en el Hato Viejo. 

El ejemplo de una mujer que movilizó a un pueblo y se convirtió en la voz contra las injusticias, sorteando el racismo y el clasismo que no es connatural a la tierra, que la oprime igual que a sus gentes.