Los ancestros que inspiraron a Picasso para desarrollar el cubismo
Es irónico que fuera en París y no en su España natal donde el genio de la pintura descubrió las esculturas íberas que más tarde se convirtió en fuego para su…
Un verano de 1906, un joven Pablo Picasso que no había cumplido los 30 años tuvo una gran revelación mientras visitaba una exposición de arte íbero.
Los íberos, llamados así por los griegos porque compartían una lengua en común, era un grupo de tribus guerreras situadas en la costa y el levante de la península ibérica que llegaron a estar federadas y de las cuales a día de hoy se saben bien pocas cosas, como que tenían una religión naturalista y adoraban al toro y a las palomas, y que tuvieron numerosas relaciones comerciales que otros pueblos del mediterráneo, como los fenicios.
Curiosamente, Picasso no descubrió sus esculturas en su Málaga natal, sino en una de las salas de antigüedades del Louvre, en París. Y desde ese momento fue progresivamente abandonando su etapa rosa para dar forma a un arte primitivo, con figuras de rostros hieráticos, pómulos verticales, cabezas de minotauro y colores terrosos que acabaría siendo la simiente del cubismo.
“Picasso llegó a venerar las esculturas ibéricas arcaicas porque constituían una de las escasas contribuciones de España al arte de la Antigüedad y también porque representaban sus propias raíces”, escribió el historiador de arte John Richardson. “Habían sido talladas por gentes mestizas que -como su propia familia- habían emigrado a Andalucía antes de trasladarse a tierras del norte. Además del hechizo atávico, su tosquedad y su falta de distinción eran obra de alguien que ansiaba demoler los cánones tradicionales de belleza”.
Obras como las esculturas del Cerro de los Santos o la famosa “Dama de Elche” calaron hondo en el artista y durante los meses siguientes se dedicó a elaborar obras inspiradas en ellas.
Ahora una exposición en España, en el Centro Botín de Santander y en colaboración con el Musée national Picasso-Paris presenta al Picasso Íbero, el que se sumergió en los misterios atávicos para hacer nacer algo completamente nuevo y rompedor.
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Como Las Señoritas de Avignon, El Guernica, la escultura del Toro Echado, La Mujer con un Jarrón -que se inspira en "La Dama Oferente" del santuario íbero del Cerro de los Santos-; obras que están en deuda con el pasado y conversan con él. Un juego de espejos.
Tanta fascinación le causó el arte íbero que Picasso se convirtió también en coleccionista y adquirió hasta un centenar de piezas íberas. Dos de ellas eran dos cabezas de hombres que habían sido robadas del Louvre en 1907 por Géry Pieret, un estafador y aventurero belga y que vendió al artista -estuvieron ocultas en un armario del estudio de Picasso hasta que las devolvió al museo en 1911.
Por supuesto, el arte primitivo africano también influyó al artista, e igualmente la técnica de Cézanne de la que se apoderaron tanto Brache como Picasso en un momento -primera década del siglo XX- en que la fotografía había liberado a la pintura de su papel como copia idéntica de la realidad. Además del psicoanálisis y el interés por la cuarta dimensión en la geometría y la teoría de la relatividad.
Pero este tropiezo casual con las raíces fue para Picasso una nueva forma de expresar las complejas dimensiones de la realidad cuyos pliegues unen el pasado con el futuro y, sobre todo, el presente.
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