El chocolate, una pócima de brujas en la América colonial
La Inquisición española persiguió a las mujeres que hacían hechicería con el cacao para frenar su poder en las sociedades colonizadas.
Juan de Fuentes, un obrero de la construcción mestizo de 33 años, fue a ver a las autoridades coloniales con una grave acusación: “Mi mujer, Cecilia, me ha embrujado”, les dijo. Fuentes se quejaba de que era incapaz de tener una erección y que, para colmo, su esposa le obligaba a servirle el chocolate del desayuno, algo que según era tan inconcebible que solo podía ser obra del diablo. Efectivamente, la Inquisición arrestó a Cecilia.
También la viuda Francisca de Ágreda, una rica mulata, y su hija Juana dieron con sus huesos en el presidio acusadas de brujería cuando un esclavo las denunció a las autoridades locales por mezclar su vello púbico con pedazos de uñas en la taza de cacao que le sirvieron al cura del pueblo, supuestamente con intención de hacerle un “amarre amoroso”.
Doña Luisa de Gálvez, por su parte, hechizó el cacao del marido con otro propósito: quería que dejase de pegarle. Así que Anita, una hechicera, se lavó los genitales con agua y la mezcló con polvos mágicos de color verde y canela en una humeante taza de chocolate. La Inquisición las persiguió.
Todas ellas mujeres nobles, excepto, claro está, las ancestrales hechiceras mayas, en una sociedad fuertemente estratificada y colonial en la Guatemala del siglo XVII, que habían seguido el consejo de curanderas indígenas con las que se relacionaban en los mercados locales y que desde tiempos muy remotos utilizaban el chocolate como un potente brebaje mágico.
Para la profesora de Penn State, Martha Few, experta en género y en historia colonial de Latinoamérica, el chocolate, que los pueblos originarios de América cultivaron durante al menos 3.000 años y que era servido en ceremonias matrimoniales y utilizado como bebida ritual, no sólo fue objeto de paranoia de los españoles, sino que se asoció durante la época de la colonización al temor de los hombres a perder su masculinidad al ser “embrujados” por sus mujeres, que les servían el desayuno. Paradójicamente, apunta Few, que encontró numerosos reportes en archivos de la Inquisición, ninguno de ellos movió un dedo para hacerse él mismo su tazón de cacao, que se tomaba como si fuera el café de las mañanas por influencia de las tradiciones y ritos de mayas y aztecas.
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De hecho, el mestizaje las tenía a ellas, a las mujeres, como foco central, ya que todas, de cualquier estrato y condición, se relacionaban en los mercados locales, y mientras otras plantas rituales fueron prohibidas, esta amarga bebida de la que se dice que el mismo emperador azteca Montezuma utilizaba “para tener éxito con las mujeres” era aprendida por mestizas y europeas de las otras mujeres indígenas con mucho temor por parte de los colonizadores, convirtiendo la cocina en cobijo de la disidencia femenina.
“Eran conflictos raciales y de género”, sostiene la profesora Few, porque las mujeres desobedecían a los europeos y la intención de los religiosos españoles fue reprimir la hechicería del chocolate y con ello eliminar todas las prácticas espirituales de raíz indígena y africana -recuerden que en aquel tiempo se produjo un tráfico de esclavos desde África hacia las colonias americanas-.
Sin embargo, ni la caza de brujas ni la persecución de los ritos ancestrales destruyó la magia de las mujeres comunes, ni tampoco la costumbre de saborear una buena taza de chocolate.
Historia original de Reina Gattuso para Atlas Obscura.
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