Retos regionales del nuevo presidente de Colombia | OP-ED
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La ceremonia de posesión de Gustavo Petro, primer presidente colombiano de izquierda, se realizó el 7 de agosto en el centro de Bogotá bajo los protocolos habituales. Pero en un hecho inédito estuvo acompañada de una fiesta popular en los alrededores y en varias poblaciones. Fue una dosis clara de lo que será el tono del nuevo gobierno.
Petro tendrá a sus espaldas varios desafíos que representarán un viraje en la política interna y externa de Colombia. En primer lugar, implementar el acuerdo de paz con las extintas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) firmado en el 2016. El gobierno saliente del derechista Iván Duque (2018-2022) le puso freno y abandonó a su suerte a millones de colombianos asediados por la violencia de grupos armados que ocuparon el lugar de la que fuera la guerrilla más antigua del continente. Y tampoco puso en marcha políticas para sacar al sector rural del atraso y la pobreza.
A esto se suma la búsqueda de la paz con otros grupos y el desafío de mejorarles las condiciones de vida a por lo menos 22 millones de colombianos (44% de la población) en niveles de pobreza y de pobreza extrema.
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Como telón de fondo está también la política internacional, que tendrá tres aspectos centrales. Uno, una estrategia multilateral, opuesta a la del gobierno de Duque. Implicará una relación con todos los países poniendo por delante el respeto a la soberanía y a la autodeterminación. Implica, y ya Petro lo ha anunciado, el restablecimiento de relaciones diplomáticas y comerciales con Venezuela, socio histórico y natural de Colombia, que llegaron al peor grado de deterioro durante el gobierno saliente. La ruptura con Nicolás Maduro implicó una crisis económica sin precedentes en el lado colombiano de la frontera. Venezuela era el segundo socio comercial de Colombia después de Estados Unidos, estatus que se espera recuperar.
El segundo asunto clave conecta con las relaciones bilaterales con Estados Unidos, que cumplen 200 años y que estuvieron seriamente lesionadas por el apoyo a la candidatura presidencial de Donald Trump por parte del Centro Democrático, que fue el partido de gobierno en Colombia. Ahora, el gobierno de Petro tendrá a Luis Gilberto Murillo, líder afrocolombiano y con excelentes relaciones en Estados Unidos, como su embajador en Washington.
Murillo tiene entre sus tareas mejorar las relaciones, promover la revisión del Tratado de Libre Comercio bilateral, hacerle cambios de fondo a la política antinarcóticos y el apoyo de Estados Unidos a la implementación del acuerdo de paz y a las negociaciones para desactivar otros grupos armados ilegales. Además, tener a Washington en primera línea de la visión de enfrentar los efectos del cambio climático, con acciones como el impulso a la transición energética y la protección efectiva de los recursos naturales.
El tercero tiene que ver con la integración de América Latina a partir de un eje de aliados, encabezado por México, Honduras, Colombia, Chile, Cuba, Bolivia, Argentina y Brasil (si Lula gana las elecciones). Esto le daría vida a un bloque regional que le hable al mundo de las necesidades de su población, pero que también asuma un liderazgo en el tema medioambiental y en la búsqueda de la paz.
Las tareas están sobre la mesa y para Estados Unidos sería la oportunidad de fortalecer sus vínculos con uno de los aliados más estratégicos en la región. La paradoja es que será con un gobierno de izquierda, impensable en otros tiempos.
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