[OP-ED]: Trump es sólo el último político en darle una serenata a Youngstown
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La semana pasada, el presidente Trump volvió a Youngstown--un antiguo baluarte demócrata que el empresario multimillonario visitó más de una vez durante la campaña y donde sigue siendo popular entre los obreros blancos. Fue allí en un intento por cambiar el tema de lo que su nuera, Lara Trump, que lo presentó a la multitud, desechó como “la loca historia de Rusia”.
El presidente además repitió una promesa de la campaña de promover una propuesta de ley de un billón de dólares para reconstruir la infraestructura del país. Si esa legislación se aprueba alguna vez, parte de ese dinero presuntamente encontraría su camino para llegar a Youngstown.
Encima de todo eso, Trump dio un giro y--como lo hace tan a menudo cuando dirige la palabra a grupos de estadounidenses blancos--dedicó una considerable parte de su discurso a su tema divisorio favorito: la inmigración. Una vez más prometió construir un “gran muro hermoso” en la frontera mexicano-americana, el que cada vez más parece que o bien no se materializará o que si lo hace, no será ni grande ni hermoso. Con la promesa de recuperar “nuestra soberanía como nación”, Trump reafirmó su oposición a las así llamadas ciudades santuario y repitió la dudosa aseveración de que su gobierno--en seis meses--”redujo la inmigración ilegal en la frontera sur en cifras récord--78 por ciento.”
Mientras la multitud cantaba “USA” y “construya el muro”, Trump afirmó que su gobierno estaba “combatiendo duramente las pandillas criminales extranjeras que trajeron drogas ilegales, violencia, horribles derramamientos de sangre a nuestros tranquilos barrios” y, refiriéndose a la brutal pandilla salvadoreña que puebla algunas de nuestras ciudades-- estaba “echando a la MS-13 de una patada.”
Para Trump, deshacerse de delincuentes extranjeros es una suma prioridad.
“Uno a uno, estamos encontrando a ilegales miembros de pandillas, traficantes de drogas, ladrones, criminales y asesinos,” dijo a la multitud. “Y los estamos mandando de una patada a su país de donde vinieron. … Vamos a sacar a los criminales de nuestras calles. Y vamos a hacer de Estados Unidos [un lugar] seguro otra vez.”
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No es de sorprender que Trump volviera a su tema familiar de demonizar a los inmigrantes latinos. La sorpresa es que escogiera hacerlo justamente en Youngstown--una ciudad con una población inmigrante minúscula, ubicada en un estado en que la población latina representa sólo un 3,7 por ciento.
No conozco Youngstown. Hace un par de años pasé un par de días en Lorain, otra ciudad de Ohio a 90 minutos, que también sufrió notablemente con la decadencia de la industria manufacturera de la nación de fines de la década de 1970 a mediados de la de 1980.
Youngstown apareció por primera vez en mi radar durante la campaña presidencial de 1996, cuando el periodista conservador Patrick J. Buchanan se presentó a la nominación republicana. Buchanan acusó a las elites del Partido Republicano de descuidar a los habitantes de los estados del Cinturón Metalúrgico, que luchaban con un alto desempleo, salarios bajos y viviendas en proceso de ejecución hipotecaria. Y Youngstown--antiguo gigante de la industria del acero--era un excelente ejemplo, dijo Buchanan.
Viejos chivos expiatorios dan paso a nuevos. Hace un par de décadas, Buchanan dijo a la gente de Youngstown que la culpa de sus problemas la tenían las corporaciones codiciosas y los intereses económicos. Después vino una ola de funcionarios electos que echó la culpa a acuerdos comerciales injustos y a la globalización. Hoy, Trump echa la culpa a los inmigrantes latinos.
¿Saben a quién los políticos nunca echan la culpa de los problemas que aquejan a Youngstown? A los residentes de Youngstown, que quizás no tengan mucho, pero que aún conservan el poder del voto. Según las noticias que leí, muchos de ellos se negaron a mudarse y buscar oportunidades en otros lugares. Otros desecharon la oportunidad de adquirir más educación, capacitación y entrenamiento. Después de todo, habrán razonado, el Abuelo se las arregló para tener un trabajo toda su vida y una pensión--sólo con un diploma de secundaria. ¿Por qué yo no puedo hacer lo mismo, entonces?
Porque Springsteen tenía razón. El mundo cambió. Y los que no cambiaron con él se quedaron atrás.
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