[OP-ED]: Trump en Puerto Rico: un elefante en una cristalería
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Con mucho de déspota y nada de ilustrado, el presidente Donald Trump está convencido, sin embargo, de ser un regalo de Dios al mundo. Eso ya lo sabíamos todos, por supuesto, así que tampoco fue sorpresa para nadie que su visita a Puerto Rico fuera un total desastre.
Todo el mundo sabe que el ocupante de la Casa Blanca --a quien Ray Tillerson, su propio secretario de estado, ha calificado de “morón” – es un personaje burdo, insensible y racista que desprecia a las mujeres, los gays, los negros y los latinos. Y los puertorriqueños, por mucho que sean ciudadanos estadounidenses desde 1918, hablan español y tienen la piel sospechosamente oscura, lo que, a ojos de Trump y de su séquito de xenófobos, los hace iguales a cualquier otro inmigrante hispano.
No obstante, hay que darle crédito a Trump por haber logrado ofender a todo el mundo en solo cinco horas, el tiempo que duró su visita a la devastada isla. Desde insinuar que la pérdida de 34 vidas y la destrucción terrible causada por el ciclón María no fue “una catástrofe de verdad, como Katrina,” y quejarse de que Puerto Rico ha dañado el presupuesto de EE. UU., hasta lanzar rollos de papel de cocina a la gente reunida en una iglesia de San Juan, el comportamiento de Trump fue el de un elefante en una cristalería.
“La situación completa de Puerto Rico, destilada en un photo-op: la actitud condescendiente de los amos; la sumisión de los colonizados; el teatro; el insulto encima del dolor; los vasallos deslumbrados. Sí, todo está allí todavía.”
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Esa fue la reacción de Karina Casiano, una talentosa actriz y directora de teatro puertorriqueña ante el infame lanzamiento de rollos de papel de cocina de Trump, y su aceptación –casi celebración—vergonzosa no solo por parte del público congregado en la iglesia, sino además por el mismo gobernador “Ricky” Roselló. Ver a Roselló sonreír cada vez que el despectivo amo colonial lo premiaba con una palmada como si se tratara de un perro manso, fue quizás la parte más humillante de la conducta insultante de Trump.
Pero Trump es un autopropagandista incansable y declaró con toda seriedad que la respuesta de su administración a la crisis provocada por el huracán fue “un milagro.”
“La labor que se ha hecho aquí en realidad es poco menos que un milagro,” les dijo a los reporteros, aunque en el momento mismo que hacía su grandiosa declaración, el 95% del país aún no tenía electricidad, menos de la mitad de los puertorriqueños contaba con agua corriente, y una severa escasez de alimentos afectaba incluso los hospitales.
Exhibiendo su poca empatía y preocupación por la tragedia de Puerto Rico, un Trump sonriente les dijo a los reporteros que la visita había sido “muy agradable. Fue una gran visita.”
La visita de Trump, con sus ínfulas imperiales, fue sin duda degradante e insultante, pero el problema real de Puerto Rico va más allá del presidente y su séquito de racistas rabiosos. No importa que lo llamen estado libre asociado o Commonwealth: una colonia, la bauticen como la bauticen, sigue siendo una colonia. Y mientras Puerto Rico no sea una nación independiente, los puertorriqueños seguirán siendo ciudadanos de segunda clase para ser utilizados por los colonizadores como carne de cañón y consumidores cautivos.
Después que los huracanes Irma y María se cobraran 34 vidas y asestaran un golpe terrible a la ya moribunda economía de la isla, ha quedado claro que cuando suceden desastres solo puede esperarse condescendencia de los amos, y culpa y explotación para la colonia.
Y todavía ha quedado más claro que la independencia es el único futuro posible para la bella Borinquen.
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