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Tres competencias para sobrevivir en la jungla llamada mundo
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[OP-ED] Tres competencias para sobrevivir en la jungla llamada mundo

Es inevitable e inaplazable asumir que las competencias tecnológicas, el bilingüismo y la inclusión son determinantes hoy. No ponerlos en práctica tiene sus consecuencias.

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Como en la jungla, quien no tiene las herramientas para sobrevivir, corre el riesgo de ser devorado hoy por la hiper modernidad. Sin importar la edad, el género, las creencias, la profesión o la nacionalidad, las competencias tecnológicas, el bilingüismo y la inclusión se han convertido en un reto inaplazable.

Ya hemos vivenciado cómo la tecnología ha invadido todas las esferas vitales, no solo pone la música, también agenda las citas médicas, hace trámites, va al banco, nos conecta en nuestro trabajo y con nuestros familiares. Es claro que ya no quedan muchos espacios análogos. 

Por esto, es cotidiano que los más desesperados tengamos que acudir al auxilio de los jóvenes cercanos (hijos, sobrinos, nietos, vecinos) cada vez que un duende enloquece nuestros teléfonos o correos electrónicos. Juramos, porque así lo creemos, que no ha sido nuestra culpa que el celular se haya bloqueado, que ya no suene o que suene durísimo. Incluso, somos inocentes de que al abrir un correo metamos mal el dedo y terminemos en alta voz, con una receta de arroz de leche de TikTok, entre otras desgracias. 

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Ahora, resulta impactante que todo esto sea posible cuando el 21 % de la población urbana y el 56,6 % de la rural de América Latina y el Caribe no tiene acceso a Internet, según un estudio presentado a finales del 2022 por el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA), el Banco Mundial, Bayer, CAF-Banco de Desarrollo de América Latina, Microsoft y Syngenta.

Otra competencia que alcanza un estatus de vital es el bilingüismo. Cientos de minutos de silencio incomodo, oportunidades sin aprovecharse, ingresos sin recibirse, en América Latina el inglés todavía está muy lejos para la gran mayoría. Vale la pena resaltar los esfuerzos de los más proactivos que bajan aplicaciones para usarlas por una semana o ‘pagan un riñón’ a cuotas por cursos que no toman y, al final, terminan pensando que tal vez lo suyo es aprender mientras duermen. Pero es claro y lamentable que en los sistemas educativos la deuda con la enseñanza efectiva de idiomas necesita un sacudón, como el que la última pandemia le dejó a la mediación tecnológica y a la adaptación de la academia a las necesidades de los más jóvenes. 

En cuanto a la inclusión, nos creemos los más incluyentes porque la confundimos con la compasión, que ojalá fuera una virtud practicada por todos. Por un exceso de miedo, despreciamos todo aquello que sea diferente a nosotros. Nos escudamos en principios de doble moral para que a nuestro pequeño espacio no llegué nada que nos haga repensarnos o que ponga en peligro un statu quo insostenible. Insistimos en que somos incluyentes ignorantes de que, en esta materia como en muchas otras, no existen lugares intermedios. Eres incluyente o discriminas, de la misma forma en la que se es honesto o deshonesto. No hay grises. Son las nuevas generaciones las que, con su ejemplo, nos exigen unas posiciones claras y coherentes demostrando que es la única forma para sobrevivir todos en esta jungla. 

Al final, la fórmula puede llegar a ser no darse uno tanto palo, tampoco pasarse al otro lado y no hacer el esfuerzo por tener lo mínimo para subsistir en un mundo que se volvió hace años global, para gente global. Un mundo en el cual quienes no lo somos, sufrimos consecuencias y podemos quedar en vía de extinción. 

(*) Doctora en Pedagogía. Rectora de la Escuela Colombiana de Rehabilitación (ECR). [email protected]

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