[Op-Ed] No crezcas olvidando lo importante.

Por estos días que he tenido que coger transporte público debido a que tengo un nuevo trabajo, me

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Por estos días que he tenido que coger transporte público debido a que tengo un nuevo trabajo, me he percatado de muchas cosas, entre esas, que los niños y adolescentes no intercambian ni una sola palabra durante minutos, incluso si están uno al lado del otro, pero sus pulgares no paran de moverse sobre las pantallas de sus teléfonos. 

 

Esta escena, que ya ni siquiera me sorprende, refleja una derrota cada vez más frecuente en nuestra sociedad. Estamos criando una generación brillante en tecnología pero emocionalmente desconectada. Chicos y chicas capaces de programar aplicaciones complejas pero que se paralizan ante la necesidad de mantener una conversación cara a cara o interpretar las señales no verbales de sus compañeros.

 

El problema va mucho más allá de los adolescentes pegados a sus pantallas. En las oficinas, los ejecutivos confunden la frialdad emocional con el profesionalismo. Se prefiere enviar un correo electrónico a un equipo sentado a pocos metros antes que levantarse y mantener una conversación directa. La comunicación digital se ha convertido en un escudo que nos protege del incómodo pero necesario ejercicio de enfrentar las emociones, tanto propias como ajenas.

 

La pandemia solo empeoró las cosas. Las videollamadas, que nos salvaron del aislamiento total, también nos acostumbraron a una versión reducida de la interacción humana. Una versión donde no podemos percibir el lenguaje corporal completo, donde las miradas nunca se encuentran realmente y donde el silencio incómodo se resuelve con un "creo que se te congeló la imagen".

 

Los efectos de este analfabetismo emocional son evidentes en el mundo laboral. Los jóvenes profesionales llegan a sus primeros trabajos con currículos impresionantes pero sin saber cómo manejar un conflicto cara a cara, cómo dar feedback constructivo o cómo construir relaciones profesionales significativas más allá del LinkedIn. Las empresas están llenas de expertos técnicos que no saben trabajar en equipo, de líderes que no pueden motivar a sus empleados y de empleados que no saben cómo expresar sus necesidades o preocupaciones.

 

¿Qué podemos hacer al respecto? Para empezar, necesitamos reconocer que la inteligencia emocional es tan importante como la capacidad técnica. Las escuelas deberían dedicar tanto tiempo a enseñar a los niños a manejar sus emociones y relacionarse con otros como a las matemáticas o la programación. Las empresas necesitan crear espacios seguros donde los empleados puedan practicar y desarrollar sus habilidades interpersonales.

 

También es fundamental recuperar los momentos de conexión real. Establecer zonas y momentos libres de tecnología en casa y en el trabajo. Fomentar las conversaciones cara a cara. Enseñar a nuestros niños (y recordarnos a nosotros mismos) que un emoji nunca podrá reemplazar una sonrisa sincera, que un "me gusta" no sustituye a un abrazo y que ninguna red social puede igualar la riqueza de una conversación real.

 

El verdadero progreso no está en tener mejor tecnología, sino en saber cuándo apagarla para conectar con quienes nos rodean. Porque al final, el éxito en la vida no depende solo de lo que sabemos hacer, sino de cómo nos relacionamos con los demás. Y esa es una habilidad que ninguna inteligencia artificial podrá reemplazar.

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