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Decenas de brigadistas continúan con labores de rescate de cuerpos en el edificio colapsado de la avenida Álvaro Obregón en Ciudad de México (México). La cifra de muertos sigue aumentando por el fuerte terremoto ocurrido en México el pasado martes hasta llegar hoy a 319, mientras se reducen las esperanzas de encontrar a sobrevivientes entre los escombros de los edificios colapsados. EFE
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[OP-ED]: México, creo en ti

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México ha temblado desde sus raíces. Nada vuelve cuando los vientos del tiempo arrasan con todo. Pero los mexicanos han sacado la casta. Han decidido enfrentar los retos enormes que vienen a futuro. Los tiempos difíciles son tiempos de oportunidades: los más fuertes ayudarán a los más débiles y así continuará la mística que ha impulsado a México a través de las tragedias.

Los rescatistas voluntarios siguen luchando palmo a palmo con enorme generosidad para salvar vidas. Son muchos los protagonistas voluntarios que participan en el rescate proporcionando líquidos y sólidos para apoyar a los familiares de las víctimas que esperan con angustia que sean salvados de los escombros.

Cuando Hiroshima y Nagasaki fueron exterminados por las bombas atómicas, los futurólogos decían que Japón había muerto: había perdido casi toda su industria, colegios y universidades, el suelo contaminado, las personas sobrevivientes con los padecimientos de la radiación nuclear. Pero no tomaron en cuenta la enorme fuerza interior que caracteriza a los japoneses, y su orgullo de raza.  Se levantaron de las cenizas, se fijaron una meta, se comprometieron con su patria, trabajaron en equipo creando los llamados Círculos de Calidad, y hoy Japón es uno de los países más poderosos del mundo.

La renovación de un pueblo comienza nutriendo la mente de sus habitantes con ideas, opiniones y datos que fomenten una estructura de pensamiento basada en la justicia social y el bien común.  Esta lluvia positiva de ideas va penetrando poco a poco, hasta llegar a tocar las fibras más profundas del corazón y de la mente de sus habitantes.  Así nace la voluntad de sostenerse sobre los propios pies, y enfrentar las dificultades.  Lo arduo de la tarea no importa, es inmaterial, lo que importa es estar convencido de que es posible superar la condición presente y llegar a la meta.  Esta actitud positiva de lucha produce el clima propicio para el cambio.

La diferencia en alcanzar el éxito o el fracaso está en que cuando fracasamos, fijamos toda nuestra atención en los obstáculos, y cuando triunfamos, nuestra atención y energía se canaliza a lograr el objetivo. Cuando concentramos nuestros esfuerzos y nuestra atención en los obstáculos, la perdemos. Si hacemos el propósito de alcanzar el triunfo, desarrollaremos suficiente convicción e ímpetu para alcanzarlo. Sólo cuando cambian los individuos, cambian las naciones. 

El cambio requiere una revolución pacífica, una revolución silenciosa y profunda en el sistema de pensamiento que inicie en los hogares, en las aulas, organizaciones, instituciones. Es urgente y necesario un cambio planificado en todas las estructuras, y eso requiere la transformación de los individuos, la transformación de conciencias y corazones.          

Toda renovación exige un balance de los aciertos y de los errores incurridos en el pasado; los aciertos para reconocerlos, festejarlos, y analizar los factores que contribuyeron a hacerlos posible; y los errores, para estudiarlos a conciencia, enmendarlos, y evitarlos en el futuro.

Dice la historia que Thomas Edison tenía la habilidad de visualizar su objetivo, hasta el más mínimo detalle.  Se imaginó cómo sería la lámpara incandescente, y aunque falló 1500 veces antes de lograr su proyecto, el pensar en la bombilla le dio energía para persistir una y otra vez hasta lograr su propósito.  Y se hizo la luz.

La visión mental de un futuro luminoso hará que nos sobrepongamos a los obstáculos de nuestra condición presente.  El proyecto de crear la sociedad justa y digna que todos merecemos es una idea exageradamente ambiciosa, pero por ser tan grande, exige una gran energía de cada uno de los mexicanos. 

 Y sí, tenemos prisa.

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