[Op-Ed] La Escuela Quiteña: Un Acto Dorado de Resistencia

 

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Abigail

Iglesia La Compañia de Jesus. Creditos a Casa Gangotena

Entra a la Iglesia de La Compañía de Jesús en Quito y quedarás envuelto en oro. Su interior barroco resplandece bajo capas de pan de oro, cubriendo cada columna, arco y altar con un resplandor casi divino. Pero al salir, la fachada cuenta otra historia: tallada en piedra volcánica y adornada con símbolos indígenas, es un testimonio silencioso pero poderoso de los pueblos que construyeron esta obra maestra.

Esta es la Escuela Quiteña, un movimiento artístico que fue tanto un acto de devoción como una rebelión silenciosa, donde dos culturas—el catolicismo español y las tradiciones andinas indígenas—colisionaron, se entrelazaron y crearon algo que ninguna había visto antes. Una obra maestra colonial que nunca se rindió por completo a sus creadores.

El Arte de la Conversión

La Escuela Quiteña, que floreció entre los siglos XVII y XVIII, no fue solo un movimiento artístico, sino también una estrategia. Introducida por los frailes franciscanos, su objetivo era convertir a las poblaciones indígenas y mestizas a través de un arte que deslumbrara y sobrecogiera. Funcionó.

Los artistas quiteños dominaron el estilo barroco español, pero lo llevaron más allá. Perfeccionaron la policromía, superponiendo pigmentos para dar a las esculturas una piel inquietantemente realista. Ojos de vidrio reflejaban la luz con un realismo casi perturbador, el barniz de yema de huevo hacía que las pinturas brillaran, y las figuras eran esculpidas con manos individuales, un detalle que permitía gestos más expresivos y humanos.

Y, por supuesto, estaba el oro. En ninguna otra parte de América se aplicó el pan de oro con tal extravagancia. El mensaje era claro: entrar en una iglesia quiteña no era solo entrar en un lugar de culto, sino en el cielo mismo.

Pero había algo más que pura devoción religiosa. Porque, aunque estas obras parecían europeas, no lo eran del todo.

Una Rebeldía Oculta

Obligados a pintar y esculpir imágenes católicas, los artistas indígenas y mestizos encontraron formas de recuperar la narrativa. Los santos y vírgenes que creaban tenían rasgos andinos: pómulos altos, ojos oscuros, labios gruesos. El Espíritu Santo, que en el arte europeo solía representarse como una paloma, aparecía como un cóndor, el ave sagrada de los Andes.

Incluso en las iglesias más grandiosas, la resistencia quedó tallada en piedra. La intrincada fachada de La Compañía—diseñada para atraer a los indígenas al cristianismo—está llena de motivos andinos. ¿Qué mejor manera de atraer a la población local que con sus propios símbolos?

Ese era el gran dilema de la Escuela Quiteña: fue tanto un instrumento de colonización como un lienzo de resistencia. Una tradición artística impuesta que, con el tiempo, se transformó en algo genuinamente ecuatoriano

.Abigail

La Virgen de Quito, o Virgen de Legarda. Creditos a GoRaymi

Una Obra Maestra Perdida

Para el siglo XIX, la Escuela Quiteña comenzó a desvanecerse. La independencia de Ecuador, los cambios políticos y las nuevas corrientes artísticas desplazaron el barroco exuberante en favor de la simplicidad neoclásica. Muchas obras maestras se perdieron, fueron robadas o simplemente quedaron en el olvido.

Pero no todo desapareció.

Hoy, si quieres ver la verdadera supervivencia de la Escuela Quiteña, no te limites a los museos o iglesias coloniales: ve a San Antonio de Ibarra. Allí, los artesanos siguen tallando madera con la misma precisión y devoción, siguen aplicando pan de oro a mano, siguen moldeando peltre, madera y vidrio con técnicas transmitidas de generación en generación.

La Escuela Quiteña nunca desapareció por completo—solo pasó a manos del pueblo.

El Legado del Oro y la Piedra

La Escuela Quiteña es más que un movimiento artístico: es un testimonio histórico de perseverancia a la adversidad y al tiempo. Demuestra que el arte puede ser utilizado para manipular, convertir e imponer poder. Pero también demuestra que el arte puede resistir, absorber y transformar ese poder en algo nuevo.

A diferencia de las tradiciones europeas, donde las pinturas y esculturas se copiaban meticulosamente, la Escuela Quiteña no tenía verdaderas reproducciones—solo referencias. Ninguna pieza es igual a otra. Cada obra es un original, tocado por las manos de su creador, moldeado por su técnica personal, su interpretación y su sutil acto de desafío.

Así que la próxima vez que te encuentres bajo las cúpulas doradas de La Compañía, mira más de cerca. Observa las manos que tallaron estos santos, los rostros barnizados de las esculturas y los marcos de los cuadros. La Escuela Quiteña no es solo un vestigio del pasado—es un estilo artístico que ha resistido el paso del tiempo y que merece ser admirado tanto en su técnica como en su historia.

 

 

La Escuela Quiteña floreció entre los siglos XVI y XVIII en la Real Audiencia de Quito, dando lugar a un destacado periodo artístico. Figuras notables como Diego de Robles, Miguel de Santiago, Nicolás Javier Goribar, Bernardo de Legarda, Manuel Chili "Caspicara" y Manuel de Samaniego, entre otros, dejaron un legado de obras diversas. Pinturas, esculturas y construcciones arquitectónicas de esta escuela aún se conservan y pueden apreciarse en museos e iglesias de la ciudad de Quito.

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