[OP-ED]: La confusa realidad del calentamiento global
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Además, los compromisos nacionales para reducir las emisiones realizados en París son voluntarios. Los países pueden modificarlos o ignorarlos. No hay imposición ni sanción por no alcanzar los objetivos.
Bajo el acuerdo de París, los países se comprometieron sobre la base de sus propias circunstancias y juicios políticos. Estados Unidos prometió reducir las emisiones de gas entre 26 y 28 con respecto a los niveles de 2005, para 2025. La Unión Europea prometió reducir las emisiones en un 40 por ciento de los niveles de 1990 para 2030. China dijo que su anhídrido carbónico (CO2) alcanzaría su nivel máximo en 2030, y que en ese mismo año, los combustibles renovables representarían alrededor de un 20 por ciento de su uso energético.
Pero tal como se señaló, ninguno de esos objetivos era vinculante. Había poca, si acaso alguna, pérdida de soberanía nacional. El gobierno de Trump podría haber aceptado lo que le gustaba (supuestamente, gas natural barato con emisiones más bajas de CO2) y rechazar lo que no le gustaba (por ejemplo, los estándares más estrictos de millaje para combustible de vehículos). Para decir lo mismo en forma algo diferente: Los actos de Trump fueron en su mayor parte simbólicos y políticos. Fueron una toma de posición, cuya intención fue impresionar a sus seguidores leales.
Ese hecho distorsiona el debate climático en forma peligrosa y engañosa. Todo se centra en Trump, cuando se debería centrar en la dificultad inherente de regular el clima global. La principal consecuencia práctica de la obcecada postura de Trump es ofender (sin necesidad) a los casi 200 países que apoyan el acuerdo de París. La política exterior de Trump parece ser un esfuerzo calculado para que Estados Unidos pierda todos los amigos posibles en el mundo. Es una locura, una nueva especie de aislacionismo.
También envía un fuerte mensaje: Si Trump recobrara su cordura, podríamos continuar abocándonos a resolver el serio asunto del cambio climático. Trump es presuntamente el gran obstáculo—su evidente falta de voluntad de admitir el calentamiento inducido por el hombre—así como las codiciosas empresas petrolíferas lo fueron antes de él (la mayoría de las compañías de petróleo parecen haber cambiado). La verdad es más complicada.
No podemos predecir el grado exacto de calentamiento. Aún así, la dirección está clara. Aún si se implementara totalmente el acuerdo de París y todos los países cumplieran sus promesas—lo que ahora es un resultado imposible—los niveles de las emisiones seguirían siendo altos, sólo más bajos de lo que serían si eso no ocurriera, expresa Nelly Levin, del World Resources Institute, un grupo del medio ambiente. Aunque el calentamiento sería más lento, las temperaturas seguirían subiendo.
He aquí la causa.
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Las crecientes concentraciones de CO2 y de otros gases de invernadero en la atmósfera son los culpables. Aumentan las temperaturas atrapando calor cerca de la superficie. Las emisiones provienen en su mayor parte de quemar combustibles fósiles (petróleo, carbón, gas natural). Incluso si se reduce la cantidad de emisiones, éstas aun se agregan a los niveles de concentración de CO2—sólo a un ritmo más lento. Puesto que los niveles de concentración importan, el calentamiento tiene lugar.
Para detener ese proceso es necesario reemplazar la mayoría de los combustibles fósiles—una tarea enorme y quizás imposible. La gente no entregará sus vehículos, aires acondicionados ni computadoras. Es cierto que la energía solar y eólica han progresado mucho, pero comenzaron de bases muy bajas. Con o sin París, los combustibles fósiles siguen siendo los cimientos de la civilización moderna. Según datos de la Administración de Información Energética de Estados Unidos, los combustibles fósiles representan el 83 por ciento de la energía mundial, una leve reducción del 85 por ciento de 1990.
Sobre la base de nueva tecnología y conocimientos, no sabemos cómo resolver el calentamiento global. No hay una manera obvia de eliminar nuestra dependencia de los combustibles fósiles sin someter al mundo a una prolongada depresión e invitar conflictos civiles generalizados.
Esto no es una excusa para el fatalismo—no hacer nada—ni tampoco una exoneración del casual desprecio del acuerdo de París por el presidente Trump. El calentamiento global es un ejemplo de lo que los economistas llaman un problema de “acción colectiva”: A menos que todas las principales naciones cooperen, poco puede hacerse. Un impuesto norteamericano sobre el carbono (a menudo sugerido por este redactor) sería un buen comienzo. Favorecería la eficiencia energética y los renovables, y también reduciría déficits presupuestarios crónicos.
Pero lo que más necesitamos es honestidad, que escasea. La derecha desecha el calentamiento global como un problema falso; la izquierda no puede reconocer que, hasta el momento, no hay soluciones viables. Debemos seguir buscando y esperar que surja algo.
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