[OP-ED]: Enojados con todos
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Al mismo tiempo—como es bien sabido—la polarización política aumentó. Republicanos y demócratas abrigan cada vez opiniones mutuas más atroces u odiosas. Entre los republicanos, el 58 por ciento tiene una opinión “muy desfavorable” de los demócratas, en 1994 un 21 por ciento las tenía, informa otra encuesta de Pew. Las opiniones de los demócratas sobre los republicanos son casi idénticas: un 55 por ciento califica a los republicano como “muy desfavorables”, prácticamente triplicando la cifra de 17 por ciento de 1994. la política ponzoñosa pone tensión sobre las amistades personales.
Los historiadores discutirán durante décadas qué es lo que drenó la confianza de la población en el gobierno. Toda lista debe incluir la guerra de Vietnam, Watergate, la inflación de dos dígitos de la década de 1970 (13 por ciento en 1980), otros fallos económicos (la crisis financiera 2008-09 y 11 recesiones posteriores a la Segunda Guerra Mundial), las guerras en Irak y Afganistán y la tendencia de los políticos a prometer más de los que pueden cumplir. El desencanto precede al presidente Trump y al escándalo de Rusia aunque ahora ambos asuntos contribuyen a él.
Por otro lado, determinar la responsabilidad de la dolarización política es más fácil. Es la “clase política”, que incluye a funcionarios electos, consultores políticos, académicos, y comentaristas (de medios impresos, cable y digitales). Muy a menudo abandonan el freno retórico y optan por una verbosidad inflamatoria. La verborreica grandilocuencia sienta el tono del debate que es el equivalente al discurso basura.
Irónicamente, los que están más comprometidos políticamente—los que se consideran más “responsables” moralmente—presentan la mayor amenaza para el sistema político, debilitando su capacidad de negociación y condenándolo a una parálisis. Los extremos de ambos partidos adquirieron poder político y hasta cierto punto, marginaron al medio, más numeroso e ideológicamente más confuso.
Según cálculos de Pew, ese medio confuso—es decir que sus miembros no son ni liberales coherentes ni conservadores coherentes—siguió siendo el mayor bloque de norteamericanos, representando un 40 por ciento del total en 2014. he aquí lo que dice Pew sobre la posición anómala de la gente del medio:
”La mayoría no tiene opiniones uniformemente conservadores ni liberales. La mayoría no ve al otro partido como una amenaza para la nación. Y más creen que sus representantes en el gobierno deben encontrarse a medio camino para resolver disputas contenciosas en lugar de plantarse en lo que quieren.
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“Sin embargo, mucho de esos en el centro permanecen en los bordes del campo político, relativamente distantes y no-comprometidos, mientras que los norteamericanos de orientación más ideológica y más rencorosos políticamente hacen oír sus voces por medio de una participación mayor en cada etapa del proceso político” –votación, contribuciones, voluntariado.
El centro estabilizador de la política norteamericana está marginado. Su considerable poder se ve disipado y fluye silenciosamente a los activistas de ambos partidos, quienes cada vez más se definen demonizando a sus adversarios. La cooperación se vuelve más difícil, porque la brecha entre ambos grupos se agranda y el desprecio mutuo crece. Los activistas de ambos partidos son los alborotadores—no todos ellos, pero suficientes para importar.
Por supuesto, el disentir es esencial. La democracia sin desacuerdo no es democracia. Pero el desacuerdo debe ser disciplinado. No debe descansar en fantasías que hacen que los partidarios se sientan bien pero son profundamente engañosas. Esa inevitable desilusión es donde estamos hoy.
Para dar dos ejemplos conocidos: La promesa republicana de revocar y reemplazar Obamacare y reducir al mismo tiempo las primas y expandir la cobertura nunca fue posible. Era una fantasía. En forma similar, la negativa demócrata a encarar los crecientes costos de Medicare y el Seguro Social está aplastando otros programas gubernamentales valiosos—una posición extraña para un partido pro-gobierno.
En general, los norteamericanos somos optimistas. Nos vemos como un pueblo que “puede hacer” cosas y que, en general, piensa que el futuro será mejor que el pasado. Pero el hecho de que muchos norteamericanos están dudando de su sociedad y su futuro es inquietante.
Lo que es preocupante y no especialmente reconocido es que muchos miembros de la clase política—otra vez, comentaristas, periodistas, académicos y funcionarios electos, lobbysts y activistas—tienen un interés personal en el status quo de la división. Contra quiénes están define quiénes son tanto en la izquierda como en la derecha. Eso protege a los funcionarios electos contra desafíos en las primarias llevados a cabo por indivudos aún más ideológicamente puristas; genera públicos e ingresos para comentaristas; hace que los activistas se sientan moralmente superiores. ¿Quién desea renunciar a eso?
No es de sorprender que el sistema se perpetúe a sí mismo. Se alimenta de recriminaciones mutuas. Este 4 de julio, los Creadores de la Constitución—que tuvieron profundos desacuerdos, pero negociaron—sin duda alguna, no aprobarían la situación.
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