[OP-ED]: El avance de la sociedad del botín
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“Sociedad del botín” es una frase que acuñé hace unos años para ilustrar un problema esencial de las sociedades prósperas, entre ellas, por supuesto, Estados Unidos. Después de todo, nuestro PIB (producto interior bruto) anual se acerca a los 20 billones de dólares. El problema radica en que, a medida que las sociedades se enriquecen, también crece la tentación de la gente de avanzar sus intereses económicos arrebatando la riqueza de otros, en lugar de crear nueva riqueza.
Vemos como resultado las reyertas por la división del botín constantemente. Forman parte del entretejido social: las parejas que se divorcian luchan por los bienes familiares; el Congreso debate quién debe—o no debe—obtener recortes fiscales o subsidios (por ejemplo, el Seguro Social); los abogados lanzan demandas colectivas para remediar presuntas injusticias; “trolls” de patentes demandan a las empresas tecnológicas por posibles contravenciones.
Donde sea que caigan las simpatías de uno—la redistribución es tanto buena como mala—lo que conecta a todas esas actividades y muchas otras es que no tienen como resultado la producción de más bienes y servicios. En lugar de eso, involucran la transferencia de dinero y de riqueza de un partido o grupo a otro. Recuerdan el espíritu con que los políticos del siglo XIX defendían los puestos del clientelismo: “El botín pertenece a los vencedores”.
Ese tipo de economía puede ser mayor de lo que uno se imagina. Ésa es la esencia del nuevo e interesante libro “The Captured Economy”, de Brink Lindsey, del centro de investigaciones Niskanen Center, y Steven M. Teles, politólogo de la Universidad Johns Hopkins. Sostienen que la economía está llena de arreglos interesados, que principalmente benefician a los ricos, imponen costos excesivos sobre los pobres y la clase media, y reducen el crecimiento económico.
Tomemos como ejemplo la vivienda. Reglamentaciones restrictivas de urbanización elevan los precios de las viviendas, dicen Lindsay y Teles, citando estudios del economista de Harvard, Edward Glaeser y sus colaboradores. En algunas zonas, la escasez de viviendas tiene como resultado grandes recargos en los precios: 20 por ciento en Washington D.C. y Boston; 30 por ciento en Los Angeles; y 50 por ciento en Manhattan, San Francisco y San José.
“Las reglamentaciones urbanas existen para transferir la riqueza de los nuevos compradores a los propietarios existentes,” escriben Lindsey y Tales. Pero ésa no es toda la historia. A causa de los exorbitantes precios de los inmuebles en muchas regiones en auge, mucha gente no se muda a ellas—la vivienda es demasiado cara. Eso reduce el crecimiento económico general. Menos personas pueden aprovechar las oportunidades disponibles.
O consideremos las licencias profesionales: el requisito de que algunos trabajos y empresas deben estar certificados por el estado. En 1970, sólo alrededor de un 10 por ciento de los trabajos requería licencia, informan Lindsey y Teles. Ahora, esa porción es del 30 por ciento, dicen. En todos los estados, unas 1.100 ocupaciones requieren licencia, entre ellas, barberos, manicuristas y entrenadores de animales. California es líder con 177.
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Aunque la justificación habitual es la protección del consumidor, el efecto real de las licencias es restringir la competencia y elevar los precios. Nuevamente, el crecimiento económico sufre. Si los precios fueran más bajos, el poder adquisitivo de la gente para comprar otras cosas sería mayor.
En mi “sociedad del botín”, la economía se divide en dos partes: el sector productivo, que crea y fabrica objetos; y el sector depredador, que redistribuye los ingresos y la riqueza.
Hay una superposición entre ambos sectores: los productos y los servicios productivos a menudo se venden a precios artificialmente altos que no reflejan el valor económico agregado. Simplemente transfieren la riqueza del comprador al vendedor. En el peor de los casos, es un canibalismo económico. Los economistas denominan los precios artificialmente altos como “rentas”.
El mensaje de Lindsey y Teles es que esas rentas están más generalizadas de lo que creemos. La búsqueda de esas rentas constituye una gran parte de la sociedad del botín. ¿Puede hacerse algo al respecto? Será difícil. La mayoría de los perniciosos arreglos son técnicos y oscuros. Los que se benefician de ellos están más interesados en ellos que los demás. Aún así, llamar la atención sobre el hecho no hace daño.
Para ser justos, también vale la pena reconocer que, hasta cierto punto, esos conflictos distributivos son inevitables y hasta deseables. Toda nación moderna cuenta con ellos, ya sea por medio de la intervención del gobierno o de los mercados privados. El peligro mayor de la sociedad del botín surge si esas peleas por la distribución desplazan cada vez más el crecimiento económico como forma en que los individuos y las empresas avanzan.
La gente lucha por obtener un trozo mayor del pastel económico (lo que significa que otro obtendrá un trozo menor) en lugar de agrandar el pastel para que todos obtengan un pedazo mayor. Las consecuencias pueden ser nefastas. Tal como advierten Lindsey y Teles:
“Cuando la vida parece ser un juego en que se gana todo o se pierde todo, el progreso de otro grupo se interpreta como pérdida para el grupo propio.” Es una fórmula para el resentimiento y la discordia.
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