[Op-Ed] ¿Aburrido?
Mi sobrino de once años comentó algo que me generó una enorme inquietud durante nuestro último alm
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Mi sobrino de once años comentó algo que me generó una enorme inquietud durante nuestro último almuerzo familiar. Entre bocado y bocado, que apenas miraba, mientras su teléfono vibraba incesantemente sobre la mesa, me dijo: "Que aburrimiento todo". La ironía de su declaración no podía ser más evidente. Su cuarto rebosa de tecnología, una tableta última generación, una consola de videojuegos, un teléfono inteligente y una televisión conectada a múltiples servicios de streaming. Sin embargo, ahí estaba él, suspirando por el peso de un vacío que ninguna pantalla parecía poder llenar.
Esta escena familiar retrata perfectamente el problema que define a toda una generación. Nunca en la historia de la humanidad habíamos tenido tanto acceso al entretenimiento, y sin embargo, el aburrimiento se ha convertido en una epidemia silenciosa que consume a nuestros jóvenes con una voracidad desconcertante. Es como si hubiéramos construido un parque de diversiones infinito, solo para descubrir que cada nueva atracción produce menos emoción que la anterior.
La vida moderna ha convertido el aburrimiento en un enemigo público, un estado que debe ser combatido con una avalancha constante de estímulos digitales. Nuestros adolescentes navegan por TikTok durante horas, saltando de video en video como mariposas nerviosas, buscando ese próximo momento de dopamina que les haga sentir algo, lo que sea. El problema no es la tecnología en sí misma, sino que hemos olvidado que el aburrimiento puede ser el preludio de algo extraordinario.
Esta generación crece con una mochila digital cada vez más pesada. Clases de programación, cursos de idiomas online, tutoriales de todo lo imaginable, aplicaciones educativas que prometen convertirlos en genios. Los padres, ansiosos por darles ventaja en un mundo competitivo, llenan cada minuto de sus vidas con actividades estructuradas. Es como si hubiéramos olvidado que la creatividad necesita espacios en blanco para florecer.
El verdadero peligro no es el aburrimiento en sí mismo, sino nuestra respuesta pavloviana de ahogarlo en entretenimiento superficial. Cuando un adolescente dice estar aburrido, habitualmente le lanzamos un dispositivo electrónico como quien arroja un salvavidas. Pero quizás deberíamos hacer lo contrario. Tal vez necesitamos crear espacios seguros para el aburrimiento, momentos en los que nuestros jóvenes puedan sentir el vacío y aprender a llenarlo con sus propios recursos internos.
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Los grandes inventores, artistas y pensadores de la historia tuvieron algo en común, siempre, momentos de profundo aburrimiento que se convirtieron en catalizadores de creatividad. Marie Curie no descubrió la radioactividad mientras veía videos de YouTube. Leonardo da Vinci no diseñó sus máquinas voladoras mientras hacía scroll infinito en Instagram. El aburrimiento fue su lienzo en blanco, el espacio necesario para que sus mentes vagaran hacia territorios inexplorados.
La solución no está en demonizar la tecnología ni en pretender que podemos retroceder a una era más simple. El desafío está en encontrar un nuevo equilibrio, en enseñar a nuestros jóvenes que el aburrimiento no es un enemigo a vencer, sino un mentor incomprendido que puede guiarnos hacia descubrimientos sorprendentes sobre nosotros mismos.
Necesitamos crear una nueva cultura del aburrimiento creativo. Espacios y momentos donde el silencio digital sea la norma, no la excepción. Donde los jóvenes puedan experimentar el tipo de tedio productivo que lleva a conversaciones profundas, a proyectos inesperados, a descubrimientos personales. No se trata de prohibir la tecnología, sino de aprender a usarla como una herramienta, no como un escape.
El aburrimiento no es el vacío que tememos, sino el espacio necesario donde nuestras mentes pueden, por fin, comenzar a florecer.
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