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Sabemos que la educación superior hace la diferencia en la vida de una persona, pero lo que muchas veces se nos escapa es el impacto continuo y exponencial que un títu
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Sabemos que la educación superior hace la diferencia en la vida de una persona, pero lo que muchas veces se nos escapa es el impacto continuo y exponencial que un título universitario tiene a largo plazo en el éxito de una persona. A lo largo de la vida de una persona, la diferencia es en promedio de un millón de dólares. Sin un título, hay menos oportunidades para desarrollarse profesionalmente.
Para que un estudiante pueda cosechar los beneficios de un programa de cuatro años, debe poder tener acceso a dicho programa. Al respecto, existen diferencias medibles entre quienes logran asistir a la universidad: de un total de estudiantes inscritos: el 52 % se identifica como blanco; el 20 % , hispanos/latinos; el 15 %, afroamericanos, y el 6 %, asiáticos. Los estudiantes que tienen las mayores dificultades financieras son a la vez quienes tienen los índices de registro y graduación más bajos. De manera que con estos estudiantes tenemos la obligación de romper las barreras hacia el éxito.
Desde una perspectiva institucional, posicionar a cada estudiante en el mismo nivel de éxito significa tener una aproximación a las situaciones individuales con un proceso holístico. Las instituciones que mejor lo hacen son aquellas que ofrecen una variedad de horarios y modalidades que se alinean con los diferentes casos. Esto incluye acceso a asesoría y ayudas financieras, así como a tutoría y soporte instruccional. Todo esto, en horas que sean accesibles para los estudiantes.
Los líderes del sector educativo tienen la responsabilidad de evaluar las barreras para la inscripción y graduación, y crear soluciones que reduzcan el desfase. Debido a las diferencias en el acervo socioeconómico, cultural y educativo de nuestros estudiantes, todos inician en niveles diferentes, por lo cual tenemos que diseñar intencionalmente soluciones para estas situaciones únicas. En mi experiencia, al haber servido en puestos de liderazgo en instituciones públicas de gran dimensión, así como en instituciones privadas más pequeñas, he visto las diferencias en los dos entornos. Y he encabezado iniciativas para nivelar la balanza. Sé de primera mano que cuando los esfuerzos son estratégicos y con objetivos claros, los resultados positivos pueden ser significativos.
Debemos buscar que la experiencia del estudiante sea tan eficiente como efectiva en cuanto a costos, como sea posible para todos. Esto puede significar programas acelerados en cualquier punto del esquema educativo, desde ganar créditos universitarios en el colegio, hasta crear rutas para programas de cuatro años y programas posteriores. Tenemos que considerar cómo se pueden adaptar estas rutas viéndolas con un lente que se centre en el estudiante —desde la duración hasta la modalidad de los programas—, del que todos se puedan beneficiar. Además, integrar experiencias prácticas en todas las materias de especialización (majors) amplía la cantidad de experiencia, les muestra a los estudiantes lo que se puede lograr y les da conexiones para futuros empleos. También esto se debería idear de manera que sea incluyente y retire las barreras para el ingreso.
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La equidad parte de los líderes en el sector de la educación superior y conlleva que la comunidad del campus refleje a la comunidad estudiantil. Reconocer y celebrar una población de estudiantes diversa mejora la experiencia para todos. No podemos olvidar el rol de la familia en el éxito de un estudiante. Se sabe que los estudiantes que tienen un sistema de apoyo tienen más probabilidades de éxito, y esto se cumple en particular con los de primera generación.
Aunque nuestra meta más importante es asegurar que los estudiantes no solo se gradúen sino que prosperen, toda exposición a la educación postsecundaria tiene un impacto. En cada uno de sus niveles, la educación superior mejora los ingresos y el bienestar, y beneficia a las familias y a la comunidad en general. Como líderes en educación superior, tenemos el privilegio y la responsabilidad de ayudar a cada estudiante a alcanzar el éxito cerrando la brecha de la equidad en la educación.
La Dra. Anne Prisco es presidente de la Universidad Holy Family. Antes de hacer parte de la Universidad Holy Family, fue presidenta de la Universidad Felician y vicepresidenta de la Universidad Loyola Marymount. Fue miembro del profesorado de la Universidad St. John’s y ocupó cargos de liderazgo en la categoría senior en Hunter College y Lehman College de CUNY.
*Las estadísticas provienen del Centro Nacional de Estadísticas en Educación y el Consejo Americano de Educación.
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