Entre en Spotify o Apple Music y escoja una de sus canciones favoritas. Es muy probable que al segundo compás la estructura de la canción tenga algún elemento de la música Latina.

No importa si es un jazz o una canción de reggaetón – el ritmo, el sonido o los instrumentos tienen al menos una raíz en la cultura latinoamericana, y ese es un hecho que pocas personas reconocen.

Cuando pensamos en el folklore musical estadounidense a veces es difícil ponerle el dedo a un solo género - podemos irnos desde el Appalachian Folk de Frank Proffitt al coro de American Pie de Don Mclean, sin saber exactamente qué hace de una canción un sonido puramente americano, si es que acaso tal cosa existe.

Si algo ha sabido hacer Donald Trump durante estos últimos cuatro años es el ser un medio de contraste y resaltar todo aquello que no funciona en Estados Unidos, como la perpetuación virulenta del mito del purismo en una nación con una historia resumida en los anaqueles desde la visión del hombre blanco.

Nada más lejos de la verdad.

Las raíces de la música africana e irlandesa lograron fusionarse en llamadas y respuestas que atravesaron ríos y sembradíos, y pulirse al punto de darle al mundo uno de los primeros conceptos de música popular.

Cuando ese constructo se enfrentó al son caribeño, la cultura y la idiosincrasia estadounidenses cambiaron para siempre.

Antes de Shakira, antes de Daddy Jankee, antes de Bad Bunny, antes de todas las canciones que resuenan en las discotecas estadounidenses hubo décadas de fusiones basadas en un solo ritmo Latino y que sentaron las bases de géneros mundiales como el Rock’n’Roll.

Así que cuando vuelva a escuchar a alguien decirle “devuélvete a tu país” puede decirle con toda confianza que nunca nos hemos ido, y que este país, nuestro país, se ha construido por y para nosotros, lo quieran o no.