[OP-ED]: Los falsos pecados de la globalización
La globalización adquirió mala fama. La Casa Blanca de Trump la asocia con todo tipo de males económicos, especialmente la pérdida de puestos de trabajo. Dar…
Un nuevo informe indica la causa. Proviene del Peterson Institute for International Economics, un centro de investigaciones. Es cierto, se conoce a Peterson más que nada por sus opiniones en pro del comercio, así es que su apoyo a la globalización no es sorpresa. Aún así, el informe muestra ambas partes de la historia y las cifras hablan por sí mismas.
El informe (“The Payoff to America from Globalization: A Fresh Look with a Focus on Costs to Workers” por Gary Hufbauer y Zhiyao “Lucy” Lu) expone tres puntos principales.
Primero, el comercio contribuyó sustancialmente a elevar el estándar de vida norteamericano desde la Segunda Guerra Mundial. El informe considera que esos avances equivalen a 2,1 billones de dólares anuales, que representaron un 11 por ciento de la economía de 18,5 billones de dólares en 2016. Para decirlo de otra manera, un poco más de un décimo de lo que producimos y consumimos proviene de los beneficios acumulativos del comercio.
Disfrutamos de esos beneficios de muchas maneras. Las importaciones a menudo son más baratas que los productos norteamericanos. Piensen en la industria del vestido, calzado, aparatos electrónicos, etc. El comercio ayuda especialmente a las familias de bajos ingresos, cuyos presupuestos constan de más productos manufacturados, donde el descenso de los precios fue agudo. La competencia y la tecnología extranjeras también obligan a las empresas norteamericanas a rebajar los costos y mejorar la calidad. Los automóviles son un excelente ejemplo. Toyota hizo que los vehículos GM sean mejores. Finalmente, las exportaciones crean puestos de trabajo y economías de escala para las empresas norteamericanas.
Segundo, la pérdida de trabajo causada por el comercio es modesta en un mercado laboral de 160 millones de trabajadores. Recuerden: En años recientes, la economía agregó unos 200.000 puestos de trabajo por mes. En contraste, el estudio Peterson calcula que entre 2001 y 2016, las importaciones desplazaron 312.500 puestos por año. Hasta eso exagera el impacto, porque ignora las exportaciones. En los mismos años, éstas elevaron los puestos de trabajo en 156.250 por año, contrarrestando la mitad de la pérdida de trabajo.
Nada de eso significa que la pérdida de puestos de trabajo no sea un problema serio. Sin duda, perjudica a algunos trabajadores y comunidades. Un estudio del Departamento de Trabajo de los trabajadores desplazados entre 2013 y 2015 halló que sólo dos tercios encontraron trabajo a comienzos de 2016. De los re-empleados, casi la mitad ganaba jornales menores que los del trabajo anterior. Aún así, el comercio constituye solo una pequeña parte del desplazamiento laboral general, no más de un 10 por ciento, dice el estudio. Entre otras causas encontramos la automatización, la obsolescencia tecnológica y las recesiones.
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Tercero, los beneficios del comercio expandido sobrepasan significativamente los costos del desplazamiento laboral—jornales perdidos y desempleo prolongado. Desde 2003, los beneficios excedieron los costos alrededor de 5-a-1, calcula el estudio. La ratio es de alrededor de 50-a-1 desde la Segunda Guerra Mundial. Fue más fácil lograr grandes avances de la liberalización del comercio—recortar aranceles y eliminar cuotas—en las primeras décadas de la posguerra, cuando el proteccionismo estaba generalizado.
A pesar de eso, Hufbauer y Lu sostienen que es posible lograr una mayor liberalización comercial, que elevaría el estándar de vida. Los aranceles globales promedio sobre productos manufacturados son de un 5,6 por ciento. Los servicios (digamos, servicios de arquitectura y legales) están fuertemente protegidos. Pero no es probable que haya una mayor liberalización. Trump está haciendo lo opuesto. Se retiró del Acuerdo Trans-Pacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés) negociado por el gobierno de Obama y aplicó un arancel del 20 por ciento a la madera canadiense.
La economía y la política están en desacuerdo. Los beneficios económicos comerciales ocurren lentamente, en largos períodos de tiempo. Los avances en un año determinado son pequeños y están distribuidos entre millones de consumidores, que quizás no se den cuenta de su buena suerte. El apoyo es difuso. Mientras tanto, tal como señaló el difunto economista Mancur Olson, el dolor de los puestos de trabajo perdidos está concentrado. Los obreros des-empleados, de pie frente a sus fábricas cerradas, inspiran simpatía. Colocan un rostro humano en un frío proceso impersonal.
Políticamente, la globalización adjudica la culpa al exterior. Los extranjeros—sus exportaciones, subsidios, tasas de cambio, lo que sea—son los villanos. Nosotros somos las víctimas. No es de sorprender que a Trump le haya resultado irresistible usar la anti-globalización. Muchos otros también lo hicieron. Aún así, eso creo un dilema para la política comercial: lo que es bueno para la política es malo para la economía y viceversa.
No es que Estados Unidos no tenga quejas comerciales legítimas. China es la mayor, y Trump—como sus predecesores—no encontró aun una forma de disciplinar sus abusos comerciales. Pero esa frustración no debe poner en tela de juicio el sistema comercial entero. El hecho de que tengamos déficits comerciales crónicos refleja el papel del dólar como moneda global principal. La demanda de dólares levanta la tasa de cambio, lo que hace que las exportaciones norteamericanas sean más costosas y las importaciones norteamericanos más baratas.
No podemos volver atrás con respecto a los efectos comerciales de la globalización porque las tecnologías que la posibilitan (contenedorización, cables fibro-ópticos, flete aéreo e Internet) no pueden revocarse. Pero intentar lo imposible podría causar una reacción negativa. Las políticas proteccionistas de los gobiernos podrían reducir el crecimiento económico, porque las empresas retrasarán nuevas inversiones si no saben dónde y cómo pueden vender.
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