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Presidents Kim Jong-un and Donald Trump have already warmed the globe with mutual threats to launch an armed confrontation. EFE
Los presidentes de Corea del Norte, Kim Jong-un, y Estados Unidos, Donald Trump. EFE

[OP-ED] El presidente Trump entre el golf y la guerra nuclear

Escuchar a Donald Trump exclamar “¡Fuego y furia!” es creer que EE. UU. está a punto de borrar a Corea del Norte de la faz de la Tierra. 

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Escuchar a Donald Trump exclamar “¡Fuego y furia!” es creer que EE. UU. está a punto de borrar a Corea del Norte de la faz de la Tierra. Y si se produce el horror de una conflagración nuclear, pues qué se le va a hacer.

 “Es mejor que Corea del Norte no haga más amenazas a Estados Unidos”, les dijo Trump, con expresión descompuesta, a un grupo de reporteros entre juego y juego de golf en su club de Bedminster, N.J. Acababa de interrumpir sus vacaciones de 17 días solo lo suficiente como para hacerse el macho y empujar el mundo más cerca de una guerra. “Encontrarán fuego y furia como el mundo no ha visto nunca”.

Con su ridícula retórica guerrerista Trump volvía a confirmar que no tiene la menor idea acerca de las responsabilidades del cargo que ostenta o del valor de la diplomacia para resolver conflictos y evitar el uso de la fuerza. Este individuo, elegido presidente pese a haber recibido tres millones de votos menos que Hillary Clinton, dejaba aún más en claro que esos que votaron por él no pueden esconderse de su responsabilidad en haberle entregado la Casa Blanca a un personaje ignorante y mediocre, de moralidad cuestionable. No es como para enorgullecerse, ¿no les parece?

Un día después de las declaraciones incendiarias de Trump, el secretario de estado, Rex Tillerson, entonaba una melodía diferente y más cuerda.

“Creo que los americanos deben dormir bien de noche y no preocuparse de la particular retórica de los últimos días”, Tillerson, que venía de regreso de Asia, afirmó en Guam, la isla que Corea del Norte amenaza con atacar en respuesta a una agresión de EE. UU. “No he visto nada ni me he enterado de nada que indique que la situación ha cambiado dramáticamente en las últimas 24 horas”.

En cualquier caso, aunque la declaración de Tillerson parezca ser una buena noticia, no es fácil dormir bien de noche sabiendo que alguien tan supremamente ignorante como Trump tiene su dedo en el gatillo nuclear. No obstante, el secretario admite que no mucho ha cambiado y, como consecuencia, el problema sigue siendo tan complejo y tan volátil como siempre. 

De alguna manera tengo la impresión de que los surcoreanos, que pagarían un precio terrible si estallara una guerra, no son grandes fanáticos del hombre de la Casa Blanca.

 Esperemos que nunca estalle una guerra en la península de Corea, a pesar de las declaraciones incendiarias del presidente, pero Trump y su perro de presa, el fiscal general Jeff Sessions, están librando otra guerra despiadada, ciegos a sus consecuencias para la vida de cientos de miles de personas y para el alma de la nación.

Es la clase de abuso de poder que hace sentir valientes a los cobardes, un ataque a niños inmigrantes, a sus padres y a millones de nombres y mujeres honrados cuyo único delito es trabajar duro para dar una vida mejor a sus familias y contribuir a hacer de EE. UU, un país mejor y más compasivo.

El mayor desprecio para Trump y su corte de racistas, misóginos y explotadores.