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20 years ago AL DIA Editors registered the tragedy in NYC with this award-winning cover that compared the tragedy to the end of the world. Armageddon, or the last battle of the end of the world, is the image that crossed our minds trying to figure out what had happened the morning of September 11, 2001.    ALDíA
Hace 20 años los editores de AL DÍA registraron la tragedia en Nueva York con esta cubierta. ganadora de un reconocimiento nacional, que comparó la tragedia con el fin del mundo. Armagedón, o la batalla postrera del fin del mundo, es la imagen que cruzó…

Mi Tardía reflexión sobre 11-S | OP-ED

Viajemos atrás en el tiempo, cuando el latín, no el inglés, era entonces la lengua franca. 

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Es probable que 2.000 años atrás, cuando todos convivíamos felizmente en Hispania, la provincia más lejana del Imperio Romano, en la Península Ibérica, encontrásemos respuestas a muchos de nuestros conflictos actuales sobre raza, religión, luchas políticas y otras formas del miedo.

Miedo al otro, miedo a la próxima pandemia, o al peor de los miedos: la Muerte. 

La tradición hispana del mundo, no menos intolerante que la anglosajona, nos ha brindado, sin embargo, instantes de lucidez que pueden ser útiles recordar hoy, cuando volvemos a reñir en nuestro discurso público —como lo hicieron de nuevo nuestros líderes nacionales este fin de semana en sus discursos televisados— soltando vagas, aunque intensas, palabras como “extremismo”, “terrorismo” y “enemigos”.

En la pequeña colina donde en el 59 a.c. se levantó la ciudad romana de Toletum, tuve hace un par de años el privilegio de contemplar las ruinas de edificios que me decían que, pese a las diferencias de religión y raza entre sus residentes, nuestros antepasados allí encontraron hace siglos la manera de convivir, aún en una diminuta ciudad del interior de España como ésta —hoy conocida como Toledo. “La ciudad de las tres culturas”— donde musulmanes, judíos y cristianos vivían y trabajaban como buenos vecinos, prosperaban juntos y probablemente hallaban también el camino para mezclarse entre sí.  

Los judíos sefardíes, que vivieron durante siglos en España, tenían derecho a practicar su fe en su propia sinagoga, igual que, apenas unas cuadras adelante, lo podían hacer en su mezquita  los representantes de la colonia musulmana que ocupó España durante 700 años.

Mientras tanto, los cristianos, que tenían entonces el poder político, reconocían el derecho de los otros dos  “pueblos del  Libro” a practicar su religión sin temor a ser perseguidos.

Judíos, musulmanes y cristianos, “Las Tres Culturas”, eran todos ciudadanos del Imperio Romano y tras consolidarse como imperio la nueva nación llamada España, todos ellos hablaban la misma lengua franca, que del latín evolucionó en su práctica local hasta llamarse “Castellano” o “Español”.

Judíos, musulmanes y cristianos, “Las Tres Culturas”, eran todos ciudadanos del Imperio Romano y tras consolidarse como imperio la nueva nación llamada España, todos ellos hablaban la misma lengua franca, que del latín evolucionó en su práctica local hasta llamarse “Castellano” o “Español”.

La nueva nación evolucionó hasta convertirse en el nuevo imperio mundial —después de la conquista de América— y, así embriagada de tanto poder, obligó a los judíos en acto de soberbia a convertirse al cristianismo, o a abandonar la tierra, y a los musulmanes a abandonar la Península de una vez por todas, a menos que se hubieran casado dentro de una familia cristiana y practicasen la fe cristiana, base espiritual del nuevo imperio.

La Península, sin embargo, fue durante siglos un ejemplo de convivencia ejemplar.

Tanto israelíes como palestinos admitieron este hecho en el siglo XX al elegir repetidamente a  Madrid, la capital de España, como lugar propicio para adelantar sus negociaciones.

El espíritu que dio origen a la cultura hispánica —formada originariamente por tribus trabadas en combate entre sí, desde Castilla a Aragón, desde Extremadura a Cataluña, sin olvidar las hordas de bárbaros que invadieron la Península desde el norte cuando se desmoronó el Imperio Romano— es un ejemplo de fusión de culturas, posibles alianzas económicas entre enemigos y una coexistencia política factible entre rivales innatos.

Teniendo en cuenta que los Estados Unidos de América han sido profundamente impregnados por la experiencia hispana, es un deber para nosotros recordar esta historia olvidada y sugerir una línea de pensamiento, particularmente cuando las razones de nuestras rivalidades en nuestro mundo actual siguen siendo prácticamente las mismas.

El 11-S no volverá a suceder nunca, decimos nosotros con certeza como estadounidenses de ascendencia latina.

El 11-S no volverá a suceder nunca, decimos nosotros con certeza como estadounidenses de ascendencia latina.

Debemos homenajear de ese modo a las 3.000 víctimas fatales  —un buen número de ellos de origen hispano— que perecieron ese día en este absurdo histórico.

Que su sacrificio sea un recordatorio permanente de que en nuestra civilización occidental, como en este instante en Toledo, podemos encontrar que la reconciliación es posible y que el odio basado en religión, raza y o el idioma se puede volver a superar con diálogo, como lo hicimos nosotros en el pasado, más eficientemente hoy, al estar inevitablemente interconectados.

En el mundo actual, donde toda esta información histórica se puede encontrar fácilmente con un solo golpe de tecla, y debería formar parte de nuestro currículo académico para que las nuevas generaciones la aprendan desde la escuela elemental, no tenemos excusa para seguir alimentando nuestro discurso político con palabras como “extremismo” y “terrorismo” para instigar el miedo hacia el otro, aquel que luce y suena diferente a nosotros.

Dejemos esas palabras a un lado y busquemos una nueva semántica de tolerancia, comprensión y paz para enfrentarnos a nuestros adversarios, haciendo pleno honor a la herencia hispana de nuestra nueva nación americana.