Incluso Ben Franklin subestimó a los inmigrantes
La historia de Estados Unidos es que somos una nación de inmigrantes. Pero lo que los libros pasan por alto es que durante el tiempo que ha habido inmigrantes…
Aunque a menudo se dice que son las clases más bajas -que compiten por trabajos no calificados- las que tienen la mayor adnimadversión hacia las "hordas invasoras", no es solo el pobre el que siempre se queja del "otro".
A lo largo de la historia, algunas de las masas más acomodadas, bien educadas y bien aisladas de las masas sucias han sido las más estridentes voces antiinmigrantes.
Escuche a este tipo, que estaba más que ofendido de que los inmigrantes alemanes se mudaran a su ciudad y hablaran, educaran a sus hijos e imprimieran periódicos en su lengua materna, en lugar de inglés:
"¿Por qué deberíamos tolerar que los Palatine Boors invadan nuestros asentamientos y, luego de agruparse, establezcan su idioma y modales a costa de la exclusión nuestra? ¿Por qué debería Pennsylvania, fundada por los ingleses, convertirse en una colonia de extranjeros que pronto serán tan numerosos como para germanizarnos en lugar de que asimilen nuestra cultura, y nunca adoptarán nuestro idioma o costumbres más de lo que pueden adquirir nuestra más allá de que logren adquitir nuestro aspecto?"
Esto fue escrito por mi Padre Fundador favorito, Benjamin Franklin, un genio que inventó o popularizó tantas necesidades modernas como los fogones de leña modernos y los departamentos de bomberos, y que fundó universidades y bibliotecas (por nombrar solo algunas de sus contribuciones a nuestro país).
Hablo de Franklin porque lo quiero mucho, y porque muestra que incluso personas brillantes como él pueden preferir a sus semejantes ("tal vez soy parcial al aspecto de mi país, porque tal tipo de parcialidad es natural para la humanidad", escribió). Además, porque él estaba tan ridículamente equivocado sobre los alemanes.
Los alemanes forman un grupo étnico en los Estados Unidos que mantiene vínculos relativamente fuertes con su herencia. La escuela secundaria de mi hijo ofrece cursos de alemán como parte del departamento de idiomas, y la Oficina del Censo estima que poco más de 1 millón de personas en el país hablan alemán con fluidez.
Sin embargo, nadie está aterrorizado por el hecho de que los hablantes de alemán no se hayan asimilado adecuadamente al idioma, costumbres y costumbres de este país.
Estados Unidos sería irreconocible sin aportes alemanes como la cerveza, las hamburguesas, los jardines infantiles, las bicicletas, la arquitectura de clase mundial y la misma música que proporcionaba los ritmos de marcha de la Guerra Civil.
Los llamados alemanes morenos que Franklin tanto temía no trastornaron la floreciente experiencia estadounidense, sino que la enriquecieron con entusiasmo. Y lo enriquecieron a él también, ya que Franklin básicamente hizo fortuna con la imprenta de Gutenberg.
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Le doy licencia a Franklin: las maravillas que introdujo en el nuevo mundo no excluyeron a los alemanes y fue coautor del primer tratado de amistad entre Alemania y Estados Unidos en 1783.
Más importante aún, Franklin no tenía el poder de ver en el futuro un momento en el que nunca hubiese sido capaz de distinguir a un descendiente alemán de uno inglés tras escuchar su inglés americano en la cola de una tienda de comestibles.
En otras palabras, Franklin era ignorante, pero –creo– no voluntariamente.
No podemos darle al presidente Trump, a su jefe de gabinete de la Casa Blanca, John Kelly, ni a ninguno de sus acólitos, el mismo beneficio de la duda.
Recientemente, Kelly generó polemica al afirmar ridículamente que los inmigrantes "no son personas que se asimilarían fácilmente a los Estados Unidos en nuestra sociedad moderna. No hablan inglés, no se integran bien, no tienen habilidades".
No solo se ha descubierto que sus antepasados irlandeses e italianos no aprendieron el idioma durante décadas después de mudarse aquí, sino que otros loros de la administración Trump también se están convirtiendo en niños de mostrar sobre cómo los inmigrantes asimilan nuestra cultura.
Un ejemplo es el experto conservador Tomi Lahren, quien denigró de los inmigrantes, aunque luego se conoció que uno de sus antepasados fue un ruso que presuntamente falsificó un documento de inmigración para tratar de asegurar su estatus aquí.
Nunca cambiará: mientras haya inmigrantes en este país, habrá un contingente de descendientes de inmigrantes con una lamentable y poca autoconciencia –y más que un poco de mezquindad– que afirme que los inmigrantes no se asimilan.
Van a estar equivocados, y probablemente tengan la audacia de lanzar su propaganda antiinmigrante históricamente inexacta sobre una cena de tacos, en su automóvil japonés o en un juego de Grandes Ligas de Béisbol haciendo barra por equipos que son 34.5 por ciento nacidos en el extranjero.
La historia cuenta que los inmigrantes que se mudan aquí eventualmente adoptan el inglés como su único idioma y se mezclan. Cualquiera que diga lo contrario solo está vendiendo noticias falsas.
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