Con amigos como Trump, quién necesita enemigos
Si la hipocresía fuera una virtud, Donald Trump habría sido canonizado hace mucho tiempo.
Si la hipocresía fuera una virtud, Donald Trump habría sido canonizado hace mucho tiempo. No lo es, por supuesto, y el presidente está tan alejado de la santidad como la Tierra del Sol, lo que hace que sea necesario seguir exponiendo sus flagrantes mentiras y su desvergonzado doble discurso.
Un ejemplo reciente -probablemente no el último- es su intento de presentar el ataque a Siria como resultado de su indignación moral por el supuesto uso de armas químicas de parte del gobierno de ese país, y su preocupación por el bienestar del pueblo sirio.
“El malvado y despreciable ataque dejó a madres y padres, infantes y niños palpitando de dolor y buscando aire”, dijo Trump a la nación en un discurso televisado el viernes. “Estas no son las acciones de un hombre, sino los crímenes de un monstruo”.
Conmovedoras palabras. Excepto que a pesar de esas emotivas palabras sobre el sufrimiento de las “madres y padres sirios, infantes y niños”, Trump les ha cerrado la puerta en las caras a la gente que huye del “monstruo” Bashar al-Assad.
Créalo o no, este año solo 11 –repito, once– solicitantes de asilo sirios han sido admitidos por los Estados Unidos. Sin embargo, el país recibió miles en años anteriores. En 2015, durante el mandato de Barak Obama, se admitieron 2,192 refugiados, 15,479 en 2016 y 3,024 el año pasado, según cifras del Departamento de Estado.
Usted se estará preguntando cómo puede el anciano ocupante de la Casa Blanca afirmar que se preocupa por la difícil situación del pueblo sirio mientras hace todo lo que esté a su alcance para mantenerlos fuera del país. Como dije antes, si la hipocresía fuera una virtud...
Sin embargo, escandalosa como es, esta demostración de la falta de moral de Trump está lejos de ser única o incluso rara. Otro ejemplo flagrante de su capacidad para la hipocresía es el desmantelamiento de los avances logrados en las relaciones entre los Estados Unidos y Cuba durante la presidencia de Obama.
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Al afirmar su preocupación por el bienestar de la gente de Cuba, el exactor de televisión ha retrocedido a los tiempos en los que las relaciones entre las dos naciones las caracterizaban la hostilidad y la irracionalidad. Siguiendo el consejo nada menos que del moralmente cuestionado senador Marco Rubio, Trump ha tomado medidas para restringir el comercio y los viajes y, para todos los efectos, ha paralizado los servicios consulares en su embajada en La Habana después de retirar a la mayoría de su personal con la excusa de un increíble “ataque sónico”.
Una vez más, uno se pregunta cómo puede Trump afirmar que se preocupa por el sufrimiento del pueblo cubano, mientras adopta medidas diseñadas para dificultar aún más las vidas de los niños y las familias en la Isla.
Apenas unos días antes del aniversario 57 de la fallida invasión de Playa Girón en Cuba orquestada por Washington, que tuvo lugar el 17 de abril de 1961, tal flagrante hipocresía fue expuesta por el canciller cubano Bruno Rodríguez Parrilla en la Cumbre de las Américas en Lima, Perú. Rodríguez Parrilla dejó en claro que todas las esperanzas de relaciones normales han sido exterminadas por la administración Trump.
Después de manifestar la condena del gobierno cubano al ataque estadounidense a Siria, que calificó de “violación flagrante de los principios del derecho internacional”, Rodríguez Parrilla denunció enérgicamente el doble estándar de los EE. UU. en una serie de asuntos.
Estados Unidos es un país “donde los estudiantes mueren por armas de fuego, sacrificados al imperativo de un lobby político” y donde “promueven muros, militarización de fronteras, deportaciones masivas, incluidos niños que nacieron en su propio territorio”, dijo el ministro cubano entre otras cosas.
No, Trump no será canonizado en un futuro previsible. De hecho, con “amigos” como él, los pueblos de Siria y Cuba no necesitan enemigos.
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