Haciendo frente a las huellas de crueldad
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Hace varios años, durante un frío día de marzo en Queens (Nueva York), me encontraba filmando el trabajo de un artista en una ventana para una clase de escuela de periodismo cuando un hombre mayor se nos acercó.
Era pequeño, encorvado y llevaba una bolsa de supermercado en cada mano. Nos saludó frente a la tienda de bagels, observando mientras el artista continuaba pintando arcoíris, ollas de oro y tréboles. Mientras conversábamos, dijo: "Sabes, yo estuve en la Segunda Guerra Mundial".
Supuse que se refería a que había estado en la guerra como soldado. Como alguien de la generación "milenaria"; yo no conocía muchas personas que habían servido en la Segunda Guerra Mundial. Ese conocimiento traía sus propias connotaciones.
"Sí", continuó. "Estuve en Auschwitz”, dijo mientras se subía la manga de la chaqueta para mostrar los números en su brazo.
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Había visto la historia del Holocausto exhibida en museos detrás de un vidrio, rodeada de información detallada. En los libros de texto, había leído sobre los horrores de los campos de concentración construidos por los nazis para matar a más de 6 millones de judíos, y lo vi narrado en películas. Pero esa realidad nunca había sido algo lo suficientemente cercano como para tocarla, nunca había sido algo tangible. Un mal que había torturado a una persona con la que podría intercambiar palabras en una esquina de la calle en una interacción diaria y casual.
A veces parece que el sufrimiento del mundo siempre se detiene en nuestra puerta. Cada notificación, cada artículo tiene nuevos horrores, grandes y pequeños; historias de tragedias entrelazadas con una miríada de problemas sistémicos y problemas sociales que nos han llevado a ese punto.
En medio del ruido constante, puede ser difícil imaginar la cara, el hogar, los sueños de las personas detrás del titular "Dos muertos por disparos" mientras la violencia armada destroza la vida de tantos en nuestra ciudad y nuestro país. Podemos acostumbrarnos a los videos de niños hacinados en jaulas en un centro de detención estadounidense en la frontera, y hasta volvernos inmunes a sus llantos en búsqueda de sus padres.
Pero es nuestro deber presenciar las marcas de crueldad que están ante nuestros ojos: las marcas en la piel humana, que se sienten en las vidas individuales. Es nuestra responsabilidad recordar y, fundamentalmente, actuar.
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