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 El fiscal general estadounidense, Jeff Sessions, testifica ante el Comité de Inteligencia del Senado acerca de la investigación del FBI sobre la campaña electoral del presidente de EE.UU., Donald Trump, y su posible conexión con Rusia, ayer martes 13 de junio de 2017, en Washington (EE.UU.) EFE/MICHAEL REYNOLDS
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Tras el grave testimonio del ex director del FBI, James Comey, delante del mismo Comité, el Fiscal General de Los Estados Unidos demostró lo que muchos ya sabían: ante su inevitable declive como personaje de la nueva administración, la prioridad era salvarse el cuello y evitar arrastrar consigo al Presidente.

“No he tenido ninguna conversación sobre ninguna interferencia en nuestro sistema democrático (…) y la sugerencia es una mentira abominable”, sentenció Jeff Sessions en su declaración de apertura.

Entre sonrisas nerviosas y apologías al organismo al que perteneció durante más de 20 años – reincidiendo en la apelación de “colegas” a sus interrogadores – el Fiscal General no logró despejar las dudas surgidas tras la declaración de James Comey.

“No”, “no que yo recuerde”, “no tuve reuniones privadas”, “no he tenido ninguna conversación” y otros tipos de negativas, fueron el núcleo del discurso de Sessions, en el que intentó, desde el hermetismo, elevar una muralla alrededor del círculo más próximo al Presidente, evitando así cualquier avance de una investigación que se ha filtrado por todas las esquinas.

“Muchos creen que me recusé de la investigación a la trama rusa porque yo era uno de los sujetos investigados. Pero yo lo hice porque al haber sido una persona cercana a Trump entonces era la decisión apropiada bajo la ley”, explicó Sessions con respecto a su reclusión de la investigación sobre una supuesta intervención rusa en las elecciones del 2016.

James Comey, quien estaba a cargo de la investigación, fue despedido el 9 de mayo por el Presidente Trump tras la recomendación firmada de Sessions.

Según Sessions, el despido fue una manera de tener “un comienzo fresco” para la agencia y la administración, a pesar de nunca haber manifestado estar en descontento con el trabajo de Comey.

Contrariamente a las argumentaciones de Sessions, el Presidente hizo pública su opinión sobre el despido de Comey y la razón se centraba en el asunto de Rusia.

Con respecto a las preocupaciones expresadas por Comey ante el comportamiento en conversaciones privadas por parte del Presidente, Sessions admitió haber respaldado sus preocupaciones: “No me pareció un problema mayor dejar al presidente Trump con Comey”, aseguró Sessions, haciendo referencia a la declaración del ex director y su insistencia en que no le dejara de nuevo a solas con el Presidente.

“Lo apropiado habría sido que Comey hablara con el número dos del Departamento de Justicia en lugar de expresar sus preocupaciones conmigo”, argumentó Sessions, haciendo hincapié en que él se encontraba recusado de la investigación.

De la misma manera, el Fiscal General negó rotundamente haber participado de cualquier reunión privada con “ningún funcionario ruso o con ningún funcionario de ningún gobierno extranjero para influir en las elecciones de Los Estados Unidos”; Sessions incluso se atrevió a asegurar que no posee conocimiento alguno de “ningún tipo de conversación inapropiada entre funcionarios rusos y miembros del equipo del Presidente”, intentando tomar distancia de cualquier conocimiento sobre la investigación que se ha hecho pública.

Fue esta conducta de constante negativa la que se transformó en la manzana de la discordia durante su testimonio, en especial frente a cualquier pregunta que tuviera que ver con sus conversaciones privadas con el Presidente Trump.

“Es una vieja política en el Departamento de Justicia que el fiscal general no pueda desvelar sus conversaciones privadas con el presidente cuando éste no puede haber considerado las respuestas con anterioridad”, justificó Sessions.

Asimismo, y al ser interrogado sobre su disposición a colaborar en una sesión privada y/o compartir documentos y anotaciones sobre sus reuniones con el Comité, Sessions adquirió una posición evasiva asegurando que lo haría “en tanto que sea apropiado”.

A todas luces, el Fiscal General intentó redimirse con el Presidente, después de que su recusación le hubiese costado el despido de su consejero de Seguridad Nacional durante el mes de marzo.