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BAGHDAD, IRAQ - 21 DE NOVIEMBRE: Una bandera ondea sobre la plaza Tahrir el 21 de noviembre de 2019 en Bagdad, Irak. Miles de manifestantes han ocupado el centro de Bagdad, la Plaza Tahrir, desde el 1 de octubre, pidiendo una reforma del gobierno y de la política. (Foto de Erin Trieb/Getty Images)
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Las calles de Baghdad se han transformado en un violento escenario omitido por gran parte de los medios internacionales.

Desde que los iraquíes salieran a las calles la primera semana de octubre para manifestarse contra la corrupción y el desempleo, enfrentamientos entre civiles y las fuerzas del orden público han puesto contra las cuerdas al gobierno, obligando al Primer Ministro Adil Abdul-Mahdi a renunciar al puesto.

¿Cómo llegamos hasta aquí?

Intervencionismo y una guerra sin fin

Pocos recuerdan hoy en día la Guerra del Golfo entre Irán e Irak durante gran parte de los años ochenta, la anexión de Kuwait o la intervención militar de Estados Unidos en territorio iraquí a principios de los 90.

De hecho, el nombre de Saddam Hussein parece haberse perdido en los anaqueles de la historia.

Y es que el pueblo Iraquí no recuerda un período de paz y desarrollo económico o social desde hace décadas.

Tan sólo durante los primeros años del siglo XXI, la injerencia de occidente contra las armas de destrucción masiva de Hussein hundió a la población civil en un conflicto entre las fuerzas del régimen y las guerrillas militares, lo que permitió un vacío que sería llenado poco a poco con grupos extremistas islámicos.

Las diferencias entre grupos étnicos y la violencia exacerbada dieron pie a la formación de Al-Qaeda y el Estado Islámico, perpetuando la desestabilización del territorio.

Para mayo del 2007, alrededor de 1.2 millones de iraquíes se contaban entre los muertos.

Un acuerdo temporal y un nuevo gobierno

Una vez el partido de Saddam Hussein fuera depuesto en el 2003, se llevaron a cabo las primeras elecciones parlamentarias en Irak organizadas por los Estados Unidos, lo que detonó un primer movimiento social contra la injerencia extranjera.

Milicias étnicas radicalizadas se dispersaron por todo el territorio, y la tensión parecía menguar cuando en enero del 2005 se llevaron a cabo las primeras elecciones oficiales con la aprobación de una nueva constitución.

A pesar de la sentencia de muerte de Hussein por crímenes contra la humanidad, el país seguía en contra de la presencia de tropas estadounidenses en la región.

El nuevo gobierno debía enfrentarse a las milicias armadas, mientras pactaba al mismo tiempo con la coalición estadounidense para un retiro paulatino de sus tropas.

En junio del 2009, el ejército estadounidense entregó el comando a las fuerzas iraquíes y retiró gran parte de sus soldados del país, dejando tan sólo un puñado de especialistas para ayudar en el proceso de retirada.

El extranjero se va pero el desastre queda

Una vez Estados Unidos parecía fuera del panorama, un fenómeno social tomó al Medio Oriente por sorpresa y detonó la llamada Primavera Árabe que tocó a las puertas de Irak, donde las diferencias étnicas volvieron a acentuarse.

Enfrentamientos entre Chiítas y Suníes alimentaron las fuerzas del Estado Islámico, que para el 2014 había tomado grandes ciudades Iraquíes como Tikrit, Fallujah y Mosul.

Los tres años siguientes, y a pesar de un esfuerzo político por crear un gobierno representativo, el grupo islamista arrasó con gran parte del país, y se reportaron crecientes abusos de derechos humanos en todo el territorio.

Un nuevo movimiento social

Después de breves conatos de intentonas separatistas por parte de grupos minoritarios como los Kurdos, Irak volvió a entrar en un proceso de descontento social cuando en julio del 2018 la población civil salió a las calles para denunciar la corrupción y el desempleo.

No fue sino hasta principios de octubre del 2019, y siguiendo los pasos de manifestaciones como las de Hong Kong, Chile y Colombia, que el cansancio del pueblo pudo más y los enfrentamientos llegaron a un punto de no retorno.

Según reportó Al Jazeera, las fuerzas del orden público abrieron fuego contra los manifestantes en las calles de Baghdad el 4 de octubre, y el gobierno decidió imponer un toque de queda para controlar la violencia en las calles.

El primer ministro Adel Abdul Mahdi recurrió a los medios para intentar tranquilizar a los manifestantes y hacerles saber que “sus demandas legítimas” habían sido escuchadas.

Sin embargo, el país se vio sumido en un corte generalizado de internet y acceso a redes, para impedir que las imágenes de la represión salieran al resto del mundo.

Tras varias semanas de protestas, los medios han reportado alrededor de 400 muertos y más de 10.000 heridos.

El pasado domingo, Abdul Mahdi finalmente anunció su renuncia, dejando un vacío gubernamental que la frágil constitución del país no puede solventar en un corto plazo.

 

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