Elecciones en Latinoamérica: un cambio de panorama
Después de años de corrupción e inestabilidad social, América Latina se enfrenta a un período electoral que podría cambiar el panorama político y económico del…
En Latinoamérica estamos acostumbrados a dos fenómenos políticos constantes: el bipartidismo acérrimo – en forma de caudillismo moderno, donde el pueblo espera que el líder resuelva sus problemas - y una sorpresa electoral que se presenta una vez cada diez años (aproximadamente).
Lejos parecieran quedar los brazos extremistas radicales, como las FARC o el ELN en Colombia, los paramilitares, la “contra” en Nicaragua, el MST de Brasil o los “fanzendieros”; el zapatismo en México o el movimiento indígena federado, e incluso los “piqueteros” argentinos.
Lo que vive actualmente Latinoamérica es la consecuencia directa de la disolución inconclusa de extremos en ambos bandos y la inocuidad de una política realmente democrática.
“Es cierto que existe una ‘geografía’ llamada América Latina; lo que no necesariamente coincide con la existencia de un sistema político que abarque a esa región”, asegura Luis Dallanegra Pedraza, Doctor en ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario.
Pedraza insiste en un “antes y un después” en América Latina tras la caída del muro de Berlín en 1989 y la expansión del capitalismo como modelo económico imperante, que parecía hacer claudicar el caudillismo y el “paternalismo vertical” en los sistemas de gobierno.
Y entonces llegó Hugo Chávez.
A pesar de sus esfuerzos por instaurar una mal llamada Revolución Bolivariana en contra del “imperialismo” que inspiraba la figura de George Bush, el chavismo decantó en un sistema hegemónico de gobiernos paternalistas desperdigados por los países vecinos, que sembraron la corrupción y el fracaso económico a la sombra de un ideal caduco.
“El sistema político latinoamericano ha oscilado entre los defensores del statu quo, cuyo criterio está íntimamente vinculado al criterio tradicional de desarrollo de ideología liberal o neoliberal, y los reformadores cuyas aspiraciones los movilizan al cambio en sus distintas gamas de posibilidades”, continúa Pedraza.
Así pues, han surgido gran cantidad de partidos políticos – coaliciones, concertaciones, independientes y lobos disfrazados de oveja – carentes de representatividad, lo que ha desestimado la participación electoral.
Pobreza, agudización de los problemas sociales, violencia y descontento generalizado, han representado la política latinoamericana en los últimos diez años.
Es por ello que el panorama electoral del 2018 se anticipa como una reestructuración importante en la política latinoamericana. Son seis elecciones presidenciales “de gran calado”, como determina Carlos Malamud en El Heraldo de México.
Costa Rica (4 de febrero y 1 de abril si hay segunda vuelta), Paraguay (22 de abril), Colombia (27 de mayo y 17 de junio), México (1 de julio), Brasil (7 y 28 de octubre) y, si se puede confiar en el sistema electoral, Venezuela (el último trimestre).
Asimismo, y en lo que resta del 2017, se llevarán a cabo comicios en Chile (19 de noviembre y 17 de diciembre) y en Honduras (26 de noviembre).
En todos los casos (quizás un poco menos en el chileno), “la incertidumbre es elevada”, continúa Malamud.
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Después del triunfo de Mauricio Macri en Argentina, la caída en picada del bolivarianismo en América Latina, dio apertura a candidatos independientes tanto de derecha como de izquierda, que vaticinan una transformación importante en puertas.
Las dos economías más grandes – México y Brasil – parecieran dirigirse a un cambio radical en sus políticas, lo que podría afectar a la economía general del continente.
Según explican Nacha Cattan y David Biller en Bloomberg, “tras 36 años de tecnócratas por el libre mercado, los mexicanos podrían ungir a un agitador de izquierdas que ha amenazado con luchar contra Donald Trump”.
La hostilidad trumpista contra México, ha permitido el resurgir de un candidato populista conocido como Andrés Manuel López Obrador (Amlo), quien ha hecho campaña a favor del nacionalismo mexicano en contra de las amenazas estadounidenses de retirarse del NAFTA, y prometiendo el aumento del salario mínimo y de la inversión social.
Brasil, por su parte, parece haber cerrado asuntos con el Partido Laborista – que tiene 13 años en el poder y después de escándalos de corrupción - para abrirle la posibilidad a un “ex capitán del ejército, nostálgico por un régimen militar”.
Jair Bolsonaro – congresista desde hace siete años por Río de Janeiro – se ha autoproclamado “una amenaza para el corrupto persistente”, y ha prometido a los brasileños el acceso a las armas para enfrentar la violencia, lo que sería crítico en un país donde “siete personas son asesinadas cada hora”.
Ambos candidatos se perfilan como favorecedores de la nacionalización de las industrias (aunque no será de manera radical) y esto pone en alerta a los inversionistas.
Entre la corrupción y los bajos índices de aceptación, ni Peña Nieto en México ni Temer en Brasil buscarán la reelección, y dejarán como legado una economía que se rehúsa a crecer.
Este clima incitará a la “volatilidad de los precios de los activos”, según explica el medio Portafolio de Colombia.
Según varios centros de análisis internacionales, los riesgos son muchos más que las oportunidades en un escenario político parecido al que hemos dibujado.
Uno de los grupos financieros estadounidenses más importantes, Morgan Stanley (MS), declaró que “adicional a la inquietud asociada con cada proceso, los próximos 12 meses traerán un efecto en la región por el significado e incertidumbre de las cinco elecciones que vienen”.
MS también advirtió que las negociaciones cambiarias empezarán a perfilarse “entre 3 y 4 meses antes del día de la elección”.
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