¿Realmente podemos deshacernos del Colegio Electoral?
Llamándole “ley de supresión de votos”, la candidata para las primarias demócratas, Elizabeth Warren, compartió una de sus propuestas más liberales hasta el…
La victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales del 2016 dejó en el aire la pregunta sobre el verdadero valor del voto individual en Estados Unidos.
Si la mayoría de los ciudadanos (voto popular) había escogido a Hillary Clinton como presidente, ¿por qué entonces era Donald Trump el vencedor?
A partir de una noble idea, la Constitución de Los Estados Unidos estableció el sistema de Colegio Electoral para otorgar igualdad de condiciones en un territorio con estados demográficamente distintos, estructurando así la figura del “elector”.
Cada estado tiene la misma cantidad de electores que miembros en el Senado y en la Cámara de Representantes, y son necesarios 270 votos para que un candidato sea electo presidente.
Gracias a este sistema, los 3 millones de votos que Clinton llevaba por encima de Trump resultaron inútiles, pues el Colegio Electoral se inclinó a favor del último.
Esta falta de representación objetiva de la voluntad popular ha sido el argumento más sólido para quienes abogan por la abolición de cualquier sistema de votación que no sea el conteo de los votos individuales.
“Los electores presidenciales no está más calificados que otros ciudadanos para determinar quién debe encabezar el gobierno”, escribía Jack Rakove en su columna para la Stanford Magazine a tan sólo semanas de la victoria de Trump en el 2016. “Son simplemente leales a los partidos que no deliberan sobre nada más que dónde almorzar”, agregaba.
Rakove argumentaba además que la “protección política” que pretende asegurar el Colegio Electoral no es equivalente a la opinión popular, y tan sólo reduce (o anula) gran cantidad de voces en el proceso.
El fenómeno de estados “oscilantes” o “disputables” ha sido otra de las razones por las que algunos consideran que el Colegio Electoral homogeniza la representación del voto a nivel nacional, respetando el federalismo del territorio.
Sin embargo, esto sencillamente avala la apatía de algunos candidatos a la hora de realmente comunicar su proyecto político y convencer a los votantes, sin importar qué tan lejos se encuentren de los estados preponderantes.
Para la senadora Elizabeth Warren de Massachusetts, la garantía de participación democrática parte precisamente de la abolición del Colegio Electoral, que ha definido como “una ley de supresión de votos”.
Considerada como uno de los candidatos demócratas más liberales en la carrera por la nominación para el 2020, Warren ha hecho campaña a partir de su antagonismo a Wall Street y al mundo corporativo, Medicare Para Todos y educación con libre matrícula.
Durante su turno en la asamblea pública llevada a cabo por CNN en la Jackson State University de Mississippi, Warren sumó leña al fuego de su retórica.
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“Cada voto es importante, y la forma en que podemos lograrlo es a través de una votación nacional, y eso significa deshacernos del Colegio Electoral”, dijo la candidata produciendo “una de las ovaciones más largas de la noche”, según reportó el New York Times.
Su propuesta ha sido asomada previamente por otros políticos como Bernie Sanders o el alcalde demócrata de South Bend (Indiana) Pete Buttigieg, pero esta es primera vez que un candidato lo plantea de manera frontal.
Según reportó el Huffington Post, los comentarios de Warren siguieron a la decisión de Colorado de sumarse a 11 otros estados y al Distrito de Columbia “para desafiar el poder del Colegio Electoral”.
La coalición se ha organizado bajo el Plan de Compensación Interestatal del Voto Popular Nacional que propone “asignar sus votos electorales al próximo candidato presidencial que gane el voto popular en todo el país”.
Sin embargo, el plan está lejos de hacerse realidad pues deberá ser aprobado por los estados que representan “al menos 270 votos” del Colegio Electoral, y apenas cuenta con 181.
Incluso si el Congreso consiguiera aprobar una medida para eliminar el Colegio Electoral – algo muy poco probable según el análisis de Michael W. McConnell – el problema de fondo en la política estadounidense sigue siendo el mismo: el bipartidismo juega el juego de la popularidad por encima del de la preparación y capacidad, y las necesidades de los votantes son cada vez más diversas como para ser aglomeradas bajo un mismo paraguas.
Asimismo, el nuevo desafío que representan las redes sociales y la ruptura con la tradición que ha encabezado Donald Trump durante su gestión, sugieren la necesidad de un cambio profundo en las estrategias de campaña dentro de ambos partidos.
Con o sin Colegio Electoral, las elecciones del 2020 demostrarán hasta qué punto puede adaptarse el sistema político a las nuevas tendencias, sin perjudicar el proceso democrático.
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