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Frank Rizzo as mayor in 1977. Photo courtesy Special Collections Research Center, Temple University Libraries. Originally published on VICE. 
Frank Rizzo, alcalde de Filadelfia en 1977. Foto cortesía del Special Collections Research Center, Temple University Libraries. Originalmente publicado en VICE. 

El legado de Rizzo: ¿se merece una estatua?

El futuro de la estatua del polémico ex comisario de policía y alcalde Frank Rizzo está en el banquillo, especialmente después de las manifestaciones de la…

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El segundo fin de semana de agosto de 2017 reunió en Charlottesville, Virginia, a un desconcertante número de manifestantes neonazis, miembros del KKK y seguidores del MAGA. Aunque su motivación inicial era protestar públicamente en contra de la posible retirada de una estatua dedicada al General Confederado Robert E. Lee, los reportes sobre ese día confirman que se respiraba un objetivo mucho más insidioso y terrorífico, arraigado a la “Alt-Right”: la necesidad de preservar la “historia” en los espacios públicos para conservar y reforzar la Supremacía Blanca.

Sus verdaderas intenciones quedaron al descubierto en sus cantos racistas, homofóbicos y antisemitas, incluyendo el mantra filosófico de la Alemania nazi, Blut und Boten, o “Sangre y Tierra”. Por la noche, los extremistas de derecha se engalanaron con gorras de béisbol rojas, khakis, polos y antorchas llameantes, mientras que de día optaron por uniformes militares, bandas con swastikas estampadas a la altura del hombro y armas de fuego cargadas.

La violencia y el terror que desprendían sus discursos y apologías del odio terminaron con decenas de heridos y la muerte de Heather Heyer, una activista antirracista de 32 años. Heyer fue asesinada por James Alex Fields Jr, un supremacista blanco de 20 años de Ohio. En respuesta a los hechos, tanto políticos Republicanos como Demócratas emitieron comunicados mostrando su total desprecio contra los manifestantes racistas y alabando la valentía de los que acudieron a protestar por su presencia - gente como Hayer, que literalmente sacrificó su vida para expresar su rechazo al fanatismo, la opresión y la creencia de que el origen racial y étnico determina la “Americanidad.”

Poco después de lo sucedido en Charlottesville, otras ciudades, como Baltimore y Gainesville, decidieron retirar las estatuas de Confederados de sus calles. La web de la CNN ha publicado una lista detallada de todos los monumentos Confederados del país con previsión de ser retirados. El enorme interés mostrado por los medios de comunicación en la retirada de estatuas y memoriales pone sobre la mesa la siguiente cuestión: ¿Qué legados merecen ser conmemorados en bronce a la vista del público, y cuáles sería mejor que permanecieran en los libros de texto o en los museos?

El pasado 14 de agosto, la concejal de la ciudad de Filadelfia Helen Gym tuiteó: “En todo el país. Estamos luchando para retirar los monumentos a la esclavitud y el racismo. Philly, tenemos trabajo pendiente. Retiremos la estatua de Rizzo.” La concejal retomó el asunto al día siguiente, también por Twitter: “Me ha llevado un tiempo decir esto: Déjenme ser clara. No soy la primera en pedir que se retire la estatua de Rizzo, y no seré la última. Gracias, héroes y activistas que lucharon durante décadas contra las políticas de Rizzo, que lideraron la campaña para su retirada en los 70. Y un reconocimiento para nuestros futuros activistas, que retomaron la causa el año pasado. Estamos con ustedes.”

Para los que no estén familiarizados con la historia de Filadelfia, Francis Lazarro “Frank” Rizzo Sr. no fue un soldado Confederado. Fue el comisario jefe de la policía y alcalde Demócrata de la ciudad entre finales de los 60 y principios de los 80. Rizzo destacó por sus mensajes populistas  de “hombre duro”, exigiendo “ley y orden” y animando a la policía a no limitarse en el uso de la fuerza a la hora de “limpiar las calles” de Filadelfia. La infame política de Rizzo fue puesta en práctica por medio de registros y cacheos de arriba a abajo a miembros de Black Panthers, ataques con perros a los estudiantes negros durante manifestaciones pacíficas, llevando a cabo redadas en locales de LGBT, o incluso utilizando el eslogan “Vote a un Blanco” en una de sus campañas electorales.

Su estatua, grande y presagiosa, ha permanecido en suelos municipales, frente al Ayuntamiento nada menos, durante más de veinte años. Manifestantes, activistas como el que fue detenido poco después de desfigurar la estatua, e incluso las palabras del alcalde Kenney han conseguido que el futuro del monumento a Rizzo sea esta semana el centro de las noticias locales, condenando el legado del ex comisario de policía y alcalde que tan abiertamente defendió los derechos de los "no-negros" en sus ardientes discursos.

Sin embargo, Rizzo consiguió -y sigue teniendo- su puñado de fieles seguidores, entre ellos sus propios familiares y las cerca de diez mil personas que han firmado una petición para conservar intacto el monumento en su honor en la ciudad.  (según informó CBS Philly el pasado 16 de agosto).  

Los activistas antirracistas que salieron a protestar en contra de las marchas supremacistas en Charlottesville estaban unidos por su deseo de desmantelar los sistemas que fomentan la opresión y el odio divisivo. A algunos también les une el deseo de derrocar bustos de bronce y vandalizar murales de líderes admirados por la Alt-Right, líderes que han sido convertidos en monumentos sin que se merecen nuestra admiración (al menos si tenemos en cuenta que Estados Unidos es un país construido sobre el pilar de la “libertad y justicia” por encima de todo, o que la Confederación fue traidora y nunca legitimada).

Quizás la cuestión no debería centrarse tanto en sí una figura histórica u otra se merece un reconocimiento en forma de monumento físico, o en su significado histórico,  sino en lo que simboliza exponer dicha estatua en un espacio público.

¿Qué valores quiere promover Filadelfia cuando los ciudadanos y turistas se paseen por delante del Ayuntamiento? ¿Qué creencias debería reflejar nuestro arte público? ¿A quién queremos inspirar, y a quién elegimos para que sean ciudadanos modelos de nuestra ciudad? ¿Cómo podemos educar al público retando el pasado y promoviendo las esperanzas en un futuro más digno y progresista?