La lucha por obtener un diploma - sin documentos
Una estudiante indocumentada de La Salle nos cuenta sus problemas para poder finalizar un grado de educación superior.
A Natasha le encanta levantar pesas. Es su vía de escape, de desahogo, y un recordatorio de su propia fuerza, una fuerza física y mental que ha sido puesta a prueba una y otra vez por los desafíos a los que se enfrenta cualquier inmigrante indocumentado que creció en los Estados Unidos.
De cuerpo menudo y aire extrovertido, Natasha es estudiante del programa BUSCA de la Universidad La Salle, un programa de grado de dos años diseñado específicamente para estudiantes de Inglés, y cada noche suele ir al gimnasio a levantar pesas después de pasarse la mañana entera trabajando con su madre en el negocio de limpieza de hogares que montaron juntas, y atendiendo a clase por las tardes.
Pero Natasha, cuyo apellido ha sido ocultado para su protección, se ha quedado fuera de cualquier categorización fácil y no encaja en ninguna de esas casillas que los norteamericanos usan para definir si alguien es aceptable o no dentro de la sociedad.
Natasha llegó al país con su madre en 2011. Tenía solo 13 años cuando dejó atrás su vida en Brasil. Sus opciones eran quedarse en los Estados Unidos o regresar sola a Brasil, opción difícil, pues era menor de edad.
El primer año fue duro, y durante muchos meses estuvo llorando cada día por las dificultades con el idioma y el “bullying” que sufría en la escuela. Pero cuando entró en el instituto de secundaria Northeast High School, en Philly, un profesor experto en ayudar a alumnos inmigrantes la ayudó a mejorar su dominio del inglés, hasta el punto que durante los últimos dos años no solo pudo cursar clases de honores con el resto de sus compañeros estadounidenses, sino que empezó a sacar buenas notas.
“Y entonces llegaron los problemas. ¿Cómo voy a acceder a la universidad? Al no tener documentos, literalmente no tenía nada”, explica Natasha, que llegó a los Estados Unidos un año demasiado tarde para poder ampararse en el programa de Acción Diferida para Llegados en la Infancia (DACA, por sus siglas en inglés), al que podían acogerse todos los menores que entraron en el país antes de 2010. “Pensé, oh, no me van a aceptar, ni siquiera voy a intentar aplicar”.
Pero al final aplicó a tres escuelas de la zona. Natasha fue admitida en las tres y eligió BUSCA, en La Salle, después de ser elegida como uno de los dos estudiantes indocumentados al año que reciben una beca para poder sufragarse la mitad de los estudios.
Natasha explica que para ella, igual que para el 5 o 10 por ciento restante de indocumentados en edad universitaria que consiguen acceder a la educación superior en todo Estados Unidos, el principal reto es conseguir financiación para sus estudios, dado que no tienen acceso a ayudas financieras ni préstamos federales.
“Como no tenemos acceso a becas del gobierno y ayudas de este tipo, es mucho más duro, porque hemos de trabajar a la vez”, explica Natasha, añadiendo que ella genera ingresos trabajando por las mañanas en el negocio de servicio de limpieza de hogares que creó con su madre. Un negocio por el que siempre han pagado todos los impuestos, destaca Natasha.
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“Tengo la esperanza de que voy a conseguirlo, incluso si todas las puertas se cierran y me dicen no, no, no”, dice admitiendo que su optimismo es su única defensa contra la sensación de derrota que ella y muchos de sus amigos indocumentados experimentan a menudo cuando intentan conseguir sus objetivos.
“Es como vivir una vida sin dirección concreta. Nunca sabes lo que va a pasar… no sabes si vas a lograr conseguir tus sueños, tus sueños de verdad”, dice.
Aunque algunos cuestionan la utilidad de un diploma académico sin tener derecho legal para trabajar, para Natasha, abandonar su sueño a tener una educación sería lo mismo que rendirse.
“No me digan que solo por ser una inmigrante mi único trabajo ha de ser limpiar baños y pasar la aspiradora. Porque veo un potencial en mí misma”, dice.
Para Natasha, Estados Unidos es su hogar, a pesar de todos los obstáculos a los que se enfrenta. Quiere ser reconocida por la forma con la que contribuye - y puede seguir contribuyendo- a este país que “aprendió a amar” mientras crecía.
“Deberían observar de cerca a toda esa gente que realmente quiere formar parte de este país y hacer que el país crezca con ellos, ayudar al país a crecer. Quiero ser una buena ciudadana. Para poder todo lo que hacen ustedes y ayudar a que el país tenga una buena economía”, concluye.
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