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El Partido Popular madrileño consiguió 65 de 136 escaños en las elecciones regionales. Photo: Europa Press
El Partido Popular madrileño consiguió 65 de 136 escaños en las elecciones regionales. Photo: Europa Press

La derecha se consolida en Madrid en unas elecciones marcadas por la COVID y las amenazas de muerte

No hubo demasiadas sorpresas. Apelando a “la libertad”, el PP de Díaz Ayuso ha cantado victoria pero necesitará pactar con la ultraderecha para gobernar.

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Las elecciones anticipadas celebradas en la capital de España el pasado 4 de marzo no han servido más que para confirmar la gran polarización política del país y reforzar al Partido Popular (PP) de Isabel Díaz Ayuso, que ha aumentado su apoyo con creces desde las pasadas elecciones y obtenido 65 de los 136 escaños.

Una victoria aplastante que ha provocado una segunda dimisión del líder del partido de izquierda radical Unidas Podemos, quien ya dimitió como vicepresidente del Gobierno central para arrancarle el centro a Ayuso, muy preocupado por el viraje hacia la derecha de Madrid. 

Iglesias ha tenido que rendirse a la evidencia de que a pesar de las críticas a la gestión anticonfinamiento de Ayuso, la ciudadanía está con ella. O, como mínimo, demasiado harta de la pandemia. Y, fueron a votar esta semana en cifras récord con una participación de más del 76%. 

Sin embargo, Ayuso no cuenta con mayoría absoluta, por lo que todo apunta que necesitará al partido de la ultraderecha Vox para gobernar la Comunidad de Madrid, un viraje todavía más conservador que ha protagonizado los titulares de los principales periódicos europeos, junto a la desestabilización de la izquierda española. 

Terror y urnas

Todo ello en el marco de una campaña muy convulsa y no sólo por la crisis sanitaria mundial, sino por las amenazas de muerte que desde finales de mayo empezaron a recibir políticos y autoridades españolas en sendos sobres en forma de bala. 

Los primeros sobres fueron interceptados el pasado 22 de abril e iban dirigidos al ministro de Interior, Grande-Marlaska; a la directora de la Guardia Civil, María Gámez, y al propio Iglesias, que se presentaba como candidato a la presidencia de la Comunidad de Madrid. Mientras que Vox no quiso condenar las misivas de muerte e incluso las puso en duda.

El clima político previo a estas elecciones extraordinarias aún se fue enrareciendo más cuando la ministra de Industria y Turismo, Reyes Maroto, recibió una carta con una navaja ensangrentada cuyo remitente fue finalmente localizado por la policía. 

Díaz Ayuso también fue destinataria de una amenaza pero mantuvo, al contrario que sus rivales políticos, que no había que darle importancia para no alimentar el espectáculo y acusó a la izquierda de utilizarlo como estrategia para ganar votos. 

Sin duda, la tensión afectó al ambiente general, pero también la dialéctica y el fuego cruzado entre los partidos. 

Hasta el punto de resucitar viejos fantasmas del pasado del país cuando el ‘Socialismo o libertad’ pregonado por Ayuso durante la campaña cambió a “Comunismo o Libertad” en el momento en que el líder de Podemos se subió al carro de la lucha por la comunidad.  Para finalmente quedar en “Libertad”, como una forma de la representante popular, experta en azuzar con sus frases incendiarias, de pedir a sus votantes que no haya más ataduras y la dejen gobernar libremente. Para el pueblo. O sin el pueblo. 

Muy a pesar de las navajas ensangrentadas, el fuego cruzado, la COVID y la política de Ayuso de no cerrar ni un bar durante toda la crisis, la realidad es que estas elecciones regionales han tenido un impacto sin precedentes en la política nacional, provocando quizás un destello de lo que nos esperan en tiempos futuros. 

¿Hacia adónde se encamina el país y su capital? Desde luego, no hacia la crispación. Hace mucho tiempo que ya han llegado allí.