El desconocido libro de cocina negra de Arturo Schomburg que inspiró muchos otros
El puertorriqueño, uno de los grandes historiadores de la cultura afroamericana durante el Renacimiento de Harlem, eran un fanático de la gastronomía.
Arturo Schomburg es recordado como uno de los historiadores, eruditos y ensayistas más importantes del Renacimiento de Harlem, el boom de cultura negra que tuvo su cima hacia 1920.
Su vida es ejemplar para muchos intelectuales interesados en la historia de la esclavitud y de las islas Antillas, y el Centro Schomburg para la Investigación de la Cultura Negra de la Biblioteca Pública de Nueva York en Harlem es la prueba más palpable de su legado.
Schomburg nació en San Juan de Puerto Rico el 24 de enero de 1874, y falleció en Nueva York el 10 de junio de 1938.
Cuenta la leyenda que su maestro de quinto grado dijo algo que marcó toda su trayectoria biográfica posterior: que los negros no tenían historia, ni héroes ni momentos dignos de ser recordados. No sabemos si la anécdota es cierta: lo que sí podemos afirmar es que Schomburg, nacido de madre negra y padre alemán, se encargó de que sí existieran esas tres cosas, convirtiéndose él mismo en un héroe, en un historiador y en un fabricante de momentos estelares.
Lo que no sabían muchos es que Arturo Schomburg, además de un influyente ensayista y recopilador de objetos de memoria de los esclavos, era un reputado gastrónomo, un amante de la buena mesa. Ocho años antes de morir, empezó a escribir un tratado de cocina negra que quedó incompleto e inédito en el centro de estudios que hoy lleva su nombre. Esa obra apenas empezada ha inspirado a otros muchos libros actuales.
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Se mudó a Harlem en 1891. Y en su nuevo hogar hizo amistad con los líderes más destacados de las revoluciones antillanas: José Martí y Antonio Maceo. Otro amigo suyo célebre fue el poeta Nicolás Guillén.
Su prestigio en la ciudad aumentó rápidamente y entre 1899 y 1904 ejerció como portavoz de la minoría puertorriqueña. Es muy recordado como gestor cultural, sector en el que fue un auténtico pionero: en 1930 fue nombrado conservador de la colección afroamericana de la Biblioteca de Fisk University en Tennessee. Pero sólo ejerció ese cargo durante dos años, tras los cuales volvió a New York para ocuparse de su museo particular.
A partir de 1938 fue coeditor del Journal of Negro History. Entre 1904 y 1936 no paró de publicar artículos sobre Puerto Rico y su historia. También le obsesionaban Cuba, Haití y República Dominicana.
Fue el redescubridor de una poeta negra de la época del esclavismo: Phyllis Wheatley. También preparó una reputada bibliografía sobre poesía negra, sin duda la primera monografía digna y exhaustiva sobre el tema: A bibliographical Checklist of American Negro Poetry.
Su legado es inmenso, tan grande como fue su sentido de la dignidad colectiva: ayudó a cofundar la Escuela Forjadora de Estudios Africanos y Afroamericanos, y su biblioteca personal fue adquirida por 10,000 dólares para la Biblioteca Pública de Nueva York.
Por lo tanto, podemos afirmar que su obra no ha quedado inmovilizada en un ámbito académico y sin vida, porque, al contrario, sigue muy viva en la cultura de la ciudad en la que desarrolló sus inquietudes.
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