Si quieren saber cuándo se acabará el mundo, pregúntele a un maya
Él puede que les conteste: “En ninguno de nuestros 20 calendarios se dijo tal cosa”, al menos eso asegura el mago y empresario guatemalteco Alexander Goz.
Su tez es más bien clara, su cabello es rubio y tiene los ojos verdosos, y además se llama “Goz”, la versión corta de “González”, un apellido español. Pero este mago y empresario guatemalteco que se dedica a dar voz en las redes a otros practicantes de magia se define a todos los efectos como descendiente de los mayas.
“No vivo en el territorio original maya, pero es mi cosmovisión y mi identidad”, le cuenta a la también maga Sére Skuld durante una charla a la que asisten unas 50 personas a través de Instagram, entre las que me encuentro.
Desde principios de mes, los periódicos se hicieron eco del anuncio de un nuevo fin del mundo -otro más-, que según un científico llamado Paolo Tagaloguin, que había realizado cálculos sobre un calendario maya, iba a ocurrir el 21 de junio.
Tres días más tarde, aquí seguimos.
“Me di cuenta de que cada vez que hay un anuncio de este tipo, los únicos que hablan son supuestos científicos norteamericanos o europeos, pero que nadie acude a quienes atesoran el legado maya, así que pensé: “Voy a preguntarle a un maya de verdad qué es lo que opina”, explicó la maga del caos española al inicio de la charla con Goz, que arremetió muy duramente contra las interpretaciones de la cultura y la historia maya que se hacen desde occidente.
“Se critica a los cristianos, entre otros grupos, por ser fundamentalistas. Pero los cálculos matemáticos también lo son”, dijo el mago. “Estoy muy sorprendido por todos los titulares aparecidos en la prensa europea estos días. Son muy sensacionalistas”.
Existen una veintena de calendarios que los mayas desarrollaron basándose en sus observaciones del firmamento, pero los más conocidos son dos, el Tzolk’in, que es lunar, y el Haab, que es solar.
Según el calendario sagrado Tzolk’in, el año tan sólo dura 260 días, unas 9 semanas, dice Goz, “el periodo de gestación de un ser humano y la cantidad de ciclos lunares”; mientras que el Haab es un calendario que coindice con el al año solar y dura igual 360 días, más algunos días de “no tiempo”, que están dedicados “ a la introspección, a pensar y entrar en el útero de tiempo”.
El mago se identifica con el primero, el Tzolk’in, en donde se toma también en cuenta la “representación de las energías, ya que cada día tiene una forma particular de vivirse”, comenta.
Mientras que en Occidente existió un calendario juliano introducido por Julio César y que luego fue sustituido por el gregoriano en el que un año dura 365 días y que hoy se emplea como el hegemónico, “cuestionar estos días es parte de la cosmovisión maya”, ya que su estructura está “orientada a la productividad y a la intención de generar dinero”, dice el mago.
Pero, además, un final de ciclo no debería entenderse como un fin del mundo en sí mismo. En las culturas arcaicas, el tiempo no es lineal, sino que acaba y vuelve a empezar de nuevo rigiéndose por las estaciones en infinitos ciclos, como bien apuntó Mircea Eliade en su libro El mito del eterno retorno: Arquetipos y repetición. De esa forma, para la cultura maya, dice Alexander Goz, “la concepción del tiempo es cíclica e infinita, y eso significa que no hay fin del mundo”. El ciclo se termina en “Oxlajuj Baktun”, que dura exactamente un periodo de 5.129 años y ocurrió en 2012.
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Seguro que muchos recuerdan la anterior apocalipsis maya anunciada a bombo y platillo por los medios en diciembre de 2012 y que no era más que un fin de ciclo, el Oxlajuj Baktun.
El fotógrafo James Rodríguez, que en aquel momento se encontraba conviviendo con los mayas de Huehuetenango, reporteó parte de los desafíos y los usos indebidos de la cultura maya por parte de los occidentales y cómo la comunidad lo afrontó.
Así lo explicaba Rodríguez:
“Los medios de comunicación explotaron rumores apocalípticos inexactos que los mayas nunca predijeron, el gobierno y los sectores empresariales lo vieron como una oportunidad para ganar económicamente a través del turismo, y grupos progresistas como el Consejo del Pueblo Maya del Occidente aprovecharon la oportunidad "para fortalecer la sabiduría ancestral y la búsqueda interminable de equilibrio" mientras reivindicaban lo que parecen ser luchas interminables por la justicia, la inclusión y la autodeterminación”.
Mientras la comunidad se esforzaba, al igual que ahora, por continuar con sus antiguos ritos, el gobierno patrocinó una serie de actividades que dieron comienzo el 20 de diciembre en el parque de Huehuetenango, donde un 64% de su población, 725.000 personas, son indígenas mayas.
Ahora que antiguas ciudades mayas como la que se asienta en El Mirador, en Guatemala, amenazan con convertirse en parques temáticos conviene preguntarse sobre los peligros de una globalización que todo lo convierte en anécdota.
O incluso más, en amenaza.
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