Quién fue Elvira Dávila Ortiz, la Florence Nightingale latina
Pionera de las transfusiones en Colombia y enfermera en Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, Dávila llevaba la vocación “en la sangre”.
La crisis sanitaria ha sacado de debajo de la alfombra muchas realidades que no habíamos querido ver hasta ahora, pero también ha situado en un lugar preeminente a los profesionales de la salud, a los que hemos visto trabajar jornadas extenuantes embutidos en trajes de aislamiento y afrontando la incertidumbre y las numerosas pérdidas humanas en primera línea.
“No nos llamen héroes”, dijo una doctora española a este diario al comienzo de la pandemia refiriéndose a que al situar a los sanitarios en ese lugar se perdía de vista que necesitaban más recursos para ejercer su trabajo y el Estado no estaba a la altura de ello.
Hoy, cuando parece que las nubes empiezan a disiparse con la vacunación masiva en muchos países, celebramos el Día Internacional de la Enfermería recordando a una de las enfermeras más importantes de la historia. Y, no, no es Florence Nightingale, la “dama de la lámpara”, sino una latina.
De hecho, colombiana.
“El día que no aprenda algo nuevo, ese día no vale la pena”, dijo una vez Elvira Dávila Ortiz, que desde sus 18 años luchó por cumplir su sueño de ser enfermera y lo logró con creces. Tanto que llegó a fundar el primer Banco de Sangre de Colombia y realizó las primeras transfusiones en su país.
Graduada en 1943, Elvira empezó a interesarse por las transfusiones de sangre e inició una tesis doctoral que en aquella época y en Colombia era una rara avis para la medicina. “Las transfusiones en ese tiempo no habían tenido éxito. Inclusive en la Primera Guerra Mundial se hacían transfusiones de plasma pero no de sangre”, recordaría mucho después.
Tras lo aprendido con sus investigaciones, Elvira Dávila empezó a trabajar con recién nacidos muy graves en el Hospital de la Misericordia, en Bogotá:
“Como se estaban muriendo algunos bebés, me dejaron practicar con ellos… y para mi dicha todos se mejoraron”, recordó.
Los buenos resultados la llevaron a otro hospital, el San Juan de Dios, donde atendía a pacientes con anemia y enfermedades tropicales.
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Justo cuando por fin presentó su tesis doctoral sobre las transfusiones de sangre y plasma, uno de los miembros del jurado, el profesor Jorge Cavalier, que era también presidente de Cruz Roja en el país, le propuso un proyecto que iba a convertir a Elvira en pionera: la creación del primer banco de sangre en Colombia.
El llamado “Bavaria” tuvo que atravesar numerosas dificultades, entre ellas la ausencia de donantes de sangre voluntarios. Así que la enfermera fue pidiendo la colaboración a amigos y conocidos, para más tarde empezar a pagar por la sangre donada.
“Me gané el apodo de la vampiresa”, bromeaba Dávila, que entonces realizaba un examen de sangre previo al donante para asegurarse de que no tuviera sífilis, que era “el sida de la época”.
Su salto internacional llegaría con la Segunda Guerra Mundial, cuando Dávila Ortiz decide viajar como voluntaria al Memorial Hospital de Nueva York donde necesitaban enfermeras. Allí tuvo que trabajar asistiendo a complicadas cirugías y también se formó en ese terreno.
Al regresar a Colombia y de nuevo en colaboración con Cavelier, instaló salas de cirugía en el hospital de la Samaritana, que dirigía el profesor. Pero nuevos problemas aparecieron a la vista…
Quienes realizaban entonces las labores de enfermería eran sobre todo monjas o en algún caso empleadas del servicio. De esa forma, Elvira tuvo que crear una escuela de enfermería adscrita a la universidad mientras siguió ejerciendo su vocación hasta la madurez.
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