Maria Reiche, la ‘guardiana’ de los misterios de Nazca
La matemática alemana dedicó toda su vida a medir y estudiar los patrones geométricos de estos extraños petroglifos peruanos. ¿Pudo deshojar su secreto?
Armada con una brújula, una escalera de mano a modo de torre de vigía y una escoba, a María Reiche la conocían por todo el valle de Nazca como “la mujer que barre el desierto”. También como “la bruja”, pues nadie entendía qué hacía aquella extranjera rubia midiendo palmo a palmo las ancestrales líneas labradas en la tierra cuyo misterio a día de hoy sigue sin estar resuelto.
Pero ella trató de hacerlo, a eso dedicó toda su vida, llegando a esbozar teorías sobre la relación de estas figuras con los solsticios y las constelaciones, buscando una significación científica a un prodigio que para los arqueólogos de hoy tiene más que ver con cultos religioso y ceremonias que con algún tipo de ciencia antigua.
Su llegada a estos valles en el corazón de Perú fue un flechazo con el misterio. Había estudiado Matemáticas, Física y Geografía en las universidades de Dresden y Hamburgo, y la joven alemana quería ver mundo. Consiguió un puesto como tutora de los hijos del cónsul germano en Cuzco; de allí viajó a Lima y ejerció como profesora de alemán e inglés y como traductora, antes de conseguir un puesto restaurando textiles precolombinos en el Museo Nacional de Perú.
No obstante, la vida a veces da extraños giros, algunos sin vuelta atrás. Cuando en 1941, unos diez años después de instalarse en el país, el arqueólogo estadounidense Paul Kosok la invitó a conocer Nazca y convertirse en su asistente, aquellas figuras misteriosas se grabaron en su retina. Marchó a Alemania poco después debido a la guerra, pero en el 1945 y como invocada por el secreto de las líneas, regresó a Perú y ya no se movió de allí.
La alemana se convirtió en la guardiana de Nazca, luchando para proteger el lugar de los miles de curiosos y turistas llamados por la miel del misterio.
De los setenta geoglifos y las más de 10.000 líneas que se encuentran en las llanuras de Jumana y San José, María Reiche llegó a investigar unas cincuenta.
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Su método de trabajo en este desierto árido y difícil era tan rústico y extraño para los habitantes de Nazca y Palpa que no podían imaginar qué hacía aquella mujer escoba en mano, caminando sola por la arena y limpiando algunos tramos, más que brujería.
Teorizaba que las sociedades agrícolas de la civilización Nazca utilizaba los dibujos para fijar los ciclos de las cosechas y el clima, y averiguo que representan hasta 18 tipos de animales y aves, además de los glifos geométricos.
Igualmente, se encargó de realizar un mapa del área, cubriendo con la ayuda de las Fuerzas Aéreas Peruanas los 450 kilómetros cuadrados de desierto en 1974.
En tanto otros investigadores y curiosos se sintieron atraídos por los misterios de Nazca y el lugar se volvió turístico, María Reiche se convirtió en su guardiana, luchando para que construyeran miradores y un pequeño aeropuerto que mantuvieran las líneas apartadas y a salvo de los visitantes.
A pesar de sus artículos y una vida dedicada a la investigación, Reiche jamás pudo despejar el enigma de estos dibujos de un solo trazo que se ubican en las llanuras desde el 200 a.c. Y aún sigue siendo un misterio cómo la civilización Nazca pudo construir esos colibríes, monos, arañas y espirales que solo se aprecian desde el aire y en avioneta.
Tal vez allá donde esté esta guardiana del desierto, que vivió en una choza hasta que la enfermedad y más tarde la muerte la encontró en ese mismo Perú que fue su único amor, haya deshojado el secreto...
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