Jovita Idár, el ‘Ave Negra’ de la frontera
Periodista y activista por los derechos de los mexicoamericanos y las mujeres, Idár esgrimió la palabra como nadie contra el racismo y la injusticia.
Jovita miró implacable a los Rangers a caballo que intentaban entrar en las oficinas del periódico El Progreso. Se había apostado en la puerta, cerrándoles el paso, y no estaba dispuesta a dar su brazo a torcer pese a que ellos empleasen la violencia -algo habitual en este cuerpo de agentes, que machaban sin ningún remilgo a los mexicanos.
Era 1914 y la joven redactora y editoria del diario había escrito un duro editorial criticando la orden del presidente Woodrow Wilson de enviar militares a la frontera entre Texas y México para que mediasen en la Revolución Mexicana. Jovita Idár reivindicaba su derecho a la libertad de expresión, que estaba amparado por la primera enmienda de la Constitución. Si ellos pretendían cerrar el periódico, tendrían que pasar por encima de su cadáver.
Los Rangers recularon ese día. Pero volvieron al día siguiente y aprovecharon la ausencia de la editora para destruir el periódico. Sin embargo, ni ellos ni nadie pudo evitar que la mexicoamericana siguiese defendiendo la justicia de la forma que sabía: escribiendo.
Nacida el 7 de septiembre de 1885 en Laredo, Texas, Jovita Idár era la segunda de ocho ojos de una familia culta y acomodada. Su padre, Nicasio Idár era el editor del periódico local en español La Crónica y un defensor de los derechos civiles.
Las difícil situación de la comunidad mexicoamericana era uno de los temas de debate familiares, en tanto Nicasio Idár y su esposa apostaron porque todos sus hijos recibieran una educación de primer nivel en escuelas metodistas e incentivó su gusto por la escritura y su espíritu reivindicativo.
Cuando Jovita acabó sus estudios, empezó a trabajar como maestra en una escuela de Los Ojuelos, en el sudeste del estado, pero la falta de recursos de sus alumnos, el abandono que sufrían y su desigualdad educativa indignaron a la joven.
Eran principios del siglo XX y en aquellos años el apartheid no era solo educativo -el español estaba prohibido como lengua vehicular fuera y dentro de la escuela-, sino que era común ver negocios y restaurantes con letreros que decían: “No se permite la entrada a mexicanos, negros ni perros”.
Como se dio cuenta de que su máxima, “Educa a una mujer y educarás a una familia”, que defendió hasta su muerte, necesitaba de un altavoz mayor, entró a trabajar en el periódico de su padre escribiendo crónicas y columnas de opinión sobre la Revolución mexicana y todas las injusticias y el racismo que sucedían de continuo en la frontera.
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El momento culminante de su despertar como activista llegó en septiembre de 1911, cuando Jovita Idár y su familia organizaron el Primer Congreso Mexicano para unir a la comunidad a ambos lados de la frontera y en el que la mexicoamericana fue escogida presidenta de la Liga Femenil Mexicanista, una organización feminista que abanderaba a las mujeres en la lucha contra las desigualdades educativas, políticas y sociales que enfrentaban los latinos.
Una de las primeras tareas de la organización liderada por Jovita fue ofrecer educación a los estudiantes mexicoamericanos pobres, a los que animó a dominar los dos idiomas, el inglés y el español.
A partir de entonces, el derecho de las mujeres al voto y la búsqueda de la independencia del hombre fue el denominador común de la mayoría de los artículos que publicaba en La Crónica y que firmaba como el Ave Negra y como Astraea, la diosa de la justicia griega.
Un año antes de que ocurriese el mítico desplante de Jovita Idár a los Rangers frente a las oficinas de El Progreso, la mujer había vivido de primera mano el horror de la batalla de Nuevo Laredo como enfermera voluntaria en el frente. Una experiencia que llevó consigo al periodismo, tan furiosa y decidida a acabar con la opresión que ya había perdido el miedo y las palabras de denuncia eran cuchillos directos a los injustos.
Al casarse en 1917 con Bartolo Juárez, que era hojalatero, se mudaron a San Antonio, donde fundó un kinder gratuito, trabajó en un hospital como intérprete para pacientes hispanohablantes y se editó un periódico metodista, entre otras muchas actividades altruistas.
La muerte la vino a buscar relativamente joven, en 1946, cuando tenía 60 años. No obstante, el legado de Idár fue poderoso y el mejor recuerdo de la función de la prensa libre, señalando los errores y la vergüenzas para el bien común.
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