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Foto: Jesús Rincón

Venezuela clama voces más fuertes

Con el cabello rapado a la fuerza, uniformado, sin probar bocado, echado sobre una colchoneta en el piso de un funesto reclusorio a 450 millas de casa. Así…

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Con el cabello rapado a la fuerza, uniformado, sin probar bocado, echado sobre una colchoneta en el piso de un funesto reclusorio a 450 millas de casa. Así vive sus días Daniel Ceballos, preso político y otrora alcalde de la ciudad venezolana de San Cristóbal, quien comenzó una huelga de hambre el 22 de mayo esgrimiendo tres solicitudes claras: que se le ponga fecha a las elecciones parlamentarias, libertad para cerca de 70 presos políticos y el cese de la represión en Venezuela.

Su lucha comenzó junto a uno de los rostros más visibles de la oposición venezolana: Leopoldo López, preso político -desde hace 15 meses- del gobierno que preside Nicolás Maduro. El anuncio de la huelga de hambre conjunta se hizo desde su celda, a través de un video clandestino. En el mensaje, López pidió el apoyo del pueblo venezolano, llamándolos a una movilización nacional para el 30 de mayo.

Y así lo hicieron. Apartando los fantasmas de los 43 asesinados durante las protestas de febrero de 2014, manifestantes vestidos de blanco poblaron de nuevo las calles de ocho ciudades venezolanas. Hombres y mujeres se raparon los cabellos en plena calle, en solidaridad a la rapada forzosa propinada a Ceballos como castigo.

Venezuela se ha ido convirtiendo progresivamente más en el gentilicio que en el país. Por tanto, una protesta de venezolanos forzosamente significa una protesta alrededor del mundo. Entre la decena de ciudades que alzaron su voz -en forma modesta- estuvo Philadelphia.

Convocados por Emilio Buitrago -activista y fundador de la organización Casa de Venezuela- la tarde del 30 de mayo un grupo de unos 100 venezolanos escogió el Independence Mall -en el corazón de Center City- para sumarse a la protesta. Los transeúntes miraban con curiosidad, uno que otro deteniéndose para conocer por qué había tantas banderas tricolores cerca de la Campana de la Libertad.

La manifestación hizo eco en el mundo y logró una consecuencia directa: la Organización de las Naciones Unidas expresó su preocupación por las condiciones de los presos políticos. Incluso, pidieron la libertad de quienes estén encarcelados por ejercer su derecho a la protesta. Sin embargo, ante la gravedad de la situación venezolana, hace falta que más voces se sumen a este coro.

Razones para protestar sobran. Recientes denuncias indican que detrás de la estructura del gobierno venezolano se teje una red de narcotráfico que abarca buena parte del continente. Las garras de la inseguridad acechan en cada esquina del país suramericano. Una inflación anual de 68% pone a Venezuela a la cabeza en la competencia por la peor economía del planeta. El acoso a los medios y las vendas de la censura mancillan a diario la libertad de prensa. Como ejemplo, quien escribe estas líneas ha sido objeto de amenazas directas por cumplir con las tareas propias del periodismo.

Es momento ideal para que los dirigentes latinos de la ciudad estrechen sus manos y planeen acciones unificadas para apoyar a Venezuela en esta hora de necesidad, sin importar sus nacionalidades. Es momento de que esa escena se repita en las principales ciudades del mundo en rechazo a un gobierno que se enorgullece de su condición de forajido.

Para el movimiento latino en suelo americano, la tarea de unirse ante los conflictos del continente es crucial para blindarse ante un riesgo mortal: convertirse en una serie de gritos aislados en vez de una sola voz alzada en protesta. 

Roberto Torres es un periodista y escritor venezolano. Coautor de "Fervor religioso en Venezuela" y colaborador de CaracasChronicles.com.

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