Trump y su demagogia enfermiza
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Se está volviendo cansón, y eso es bueno. Me refiero al aspirante presidencial Donald Trump y sus continuos chanchullos y estupideces. A pesar de la fascinación de los medios con el arrogante millonario, menos para sus seguidores republicanos, su acto de teatro bufo está llegando a su agotamiento.
Eso es bueno porque más y más gente –votantes potenciales que pudieran haber estado indecisos antes -- han comenzado a verlo como lo que realmente es: un fanfarrón ofensivo sin nada que ofrecer al país o al pueblo americano. Y por si acaso quedaba alguna duda de su capacidad para convertirse en un peligro terrible para EE.UU. y para el mundo, Trump se reunió miércoles nada menos cque con el siniestro Henry Kissinger (quien, por cierto, es un gran amigo de Clinton) para pedirle consejo sobre política exterior.
Pese a sus interminables autoalabanzas, la ignorancia y el racismo contenidos en “Make America Great Again”, su lema de campaña, y en la larga lista de sus absurdos planes y maquinaciones son cada vez más evidentes.
La reciente negativa de Trump a revelar sus declaraciones de impuestos –“No es asunto suyo”, le dijo a George Stephanopoulos, de ABC News—tampoco lo ha ayudado a él ni a su partido a atraer más votantes. Como era de esperarse, mucha gente ha comenzado a preguntar qué esconde el autoproclamado salvador de América.
Por el momento Trump pudiera parecerle invencible a algunos, tras haber capturado la nominación republicana, pero no hay que olvidar que las elecciones primarias y las generales son dos juegos completamente distintos. Al llegar noviembre, el abanderado republicano va a tener que enfrentar no solo a seguidores de su partido sino a una población de electores mucho más amplia y variada de al menos 129 millones de personas, la cantidad que votó en 2012.
Si bien el electorado republicano en las primarias está compuesto en su gran mayoría por blancos, los que acudirán a las urnas en noviembre son más diversos y a muchos de ellos les repugnan las posiciones extremas del descerebrado candidato
“Tendría que estar loco para votar por él”, me dijo mi barbero afroamericano mientras me cortaba el pelo la semana pasada. “Él se cree gracioso, pero no lo es. Nos odia y nosotros le pagamos con la misma moneda”.
“Cuando digo nosotros”, me aclaró mi barbero, “no me refiero solamente a los afroamericanos, sino a los hispanos, las mujeres y todos los inmigrantes”.
Este, precisamente, es el problema de los republicanos. La demagogia enfermiza de las promesas de Trump de deportar 11 millones de indocumentados, prohibir la entrada a EE.UU. a los musulmanes, levantar un muro en la frontera sur y hacer que México lo pague, usar de nuevo la tortura en los interrogatorios de prisioneros, castigar a las mujeres por hacerse un aborto e incluso cambiar las leyes para hacer más fácil a los ricos y poderosos demandar a sus críticos en la prensa —todas ellas ideas dirigidas a los racistas y los ignorantes— ha eliminado cualquier oportunidad que los republicanos pudieran haber tenido de ganar más votantes jóvenes y atraer a más mujeres, para no mencionar a los latinos y los negros.
Y sin ellos ni Trump ni ningún otro candidato puede ser electo. Irónicamente, Hillary Clinton tiene que estar agradecida a Trump. Una figura que dista mucho de ser inspiradora, la probable candidata presidencial demócrata, con toda seguridad, se va a ver beneficiada por los votos de los millones de electores que no confían en ella, pero desconfían aún más de su opositor republicano.
Ciertamente, no es un momento feliz para el país.
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